¿Quién es Jesús para ti?
Jesús fue hijo de esta tierra,
de sus paisajes, de sus problemas de sus luchas y dolores. Su tierra,
Palestina, es seca y sin un monte que valga la pena recordar. “Encarnándose en
Palestina, entra de lleno en la torpeza humana, se hace hombre sin remilgos,
tan desamparado como cualquier otro hombre de esta raza nuestra. Palestina es
todo menos una tierra “de lujo” (Martín Descalzo). Es la aceptación del mundo
tal y como el mundo es.
Un escritor ruso, Dostoievsky,
temblaba ante el solo nombre de Jesús: Este
hombre fue lo más excelso de la tierra, la razón por la cual la tierra existe.
Todo nuestro planeta, con todo lo que contiene, sería una locura sin este
hombre. No ha habido ni habrá jamás nada que le sea comparable. Ahí está el
gran milagro.
Jesús Niño era un niño como
los demás, pero había en él, a la vez, algo especial. Sus treinta años de vida
oculta fueron la vida verdadera de
Jesús, donde nos enseña la maravilla de lo ordinario, de lo cotidiano. Y los
tres años de vida pública, fueron una explicación, para que nosotros
entendiéramos los que nosotros no éramos capaces de vislumbrar. “¿O es que
pronunciar las bienaventuranzas será más importante que haberlas vivido durante
treinta años o hacer milagros será más digno de Dios que haber pasado, siendo
Dios, la mayor parte de su vida sin hacerlos? Pasar sin detenerse junto a estos
treinta años de oscuridad, sería cortar a la vida de Jesús sus raíces”, escribe
José Luis Martín Descalzo. Y continua: “En él, respirar, cortar madera son un
testimonio tan alto como resucitar muertos”. En sus años en Nazaret está ya
enseñando y redimiendo, dando tanta gloria al Padre como con su vida pública.
“El que todo lo sabía aprendía
de los que casi todo lo ignoraban; el creador se sometía a la creatura; el
grande era pequeño y los pequeños eran grandes. Sólo en el amor había una
cierta igualdad. No porque todos amasen igual, sino porque ninguno podía amar
más de lo que amaba”. Además, Jesús se somete a quienes eran infinitamente
menores que él.
Un poeta ha escrito así de
Jesús Niño:
Siendo Dios
era difícil,
casi
imposible jugar;
las canicas
en su mano
tenían sabor a sal.
Sobre su espalda infantil
cargaba la eternidad,
demasiado peso para
poder reír y cantar.
Por eso a veces sentía,
viendo a los otros jugar,
la nostalgia de no ser
sólo un niño y nada más.
Albert Camus, desde su
dramática falta de fe, pero no de cultura, dice: La noche del Gólgota tiene tanta importancia en la historia de los
hombres porque en aquellas tinieblas, abandonado ostensiblemente sus
privilegios tradicionales, la divinidad ha vivido hasta el fondo incluida la
desesperación, la angustia de la muerte.
En el calvario se juega la
historia de todos los hombres. Dejemos hablar a León Bloy: Jesús está en el centro de todo, carga con todo, lo sufre todo. Es
imposible golpear a un ser cualquiera sin golpearle a él, imposible humillar a
alguien o matarle sin humillarle, maldecir o asesinar a uno cualquiera sin
maldecirle o matarle a él. Y el más vil de todos los malandrines se ve obligado
a tomar en préstamo el rostro de Cristo para recibir un bofetón de no importa
qué mano. De otro modo, la bofetada no llegaría nunca a alcanzarle y se
quedaría suspendida, en el espacio de los planetas, en los siglos de los
siglos, hasta que llegase a encontrar ese rostro que perdona.
Benedicto XVI desentraña unos
rasgos hermosos, y escribe que “Dios se hizo visible a través del hombre Jesús
y, desde Dios, se pudo ver la imagen del auténtico hombre”. En el Libro del
Deuteronomio dice: “Pero no surgió en Israel otro profeta como Moisés, con
quien el Señor trataba cara a cara…” (34,10). Eso era lo peculiar de Moisés,
había hablado con Dios como el amigo con el amigo (cf. Éx 33,11). Lo decisivo
de la figura de Moisés no son los hechos prodigiosos que se cuentan de él, ni
las penalidades sufridas en el desierto. Lo decisivo es que ha hablado con Dios
como con un amigo: sólo de allí podían provenir sus obras y la Ley que debía
regir a Israel.
La promesa de Dios al pueblo
de Israel es que enviaría a un nuevo Moisés, y la característica de este
profeta es que trataría a Dios “cara a cara”. Su rasgo distintivo es el acceso
inmediato a Dios, de modo que pueda transmitir luego la Voluntad y la Palabra
de Dios al pueblo, sin falsearla.
Moisés le hace una petición a
Dios: “Déjame ver tu gloria” (Ex 33,18). La petición no es atendida. Dios le
dice: “Podrás ver mi espalda, pero mi ostro no lo verás” (Ex 33,23). Pues bien,
al nuevo Moisés se le otorga el don que se le niega al primero: ver el rostro
de Dios, y, por ello, poder hablar basándose en lo que ve. El nuevo Moisés será
el mediador de una Alianza superior a la que Moisés podría traer del Sinaí (cf.
Hb 9,11-24). El Hijo vive en la más íntima unidad con el Padre. Solo partiendo
de esta afirmación se puede entender verdaderamente la figura de Jesús, dice J.
Ratzinger en su libro Jesús de Nazaret.
Efectivamente, la doctrina de Jesús no proviene de enseñanza humana, sino del
contacto inmediato con el Padre, del diálogo “cara a cara”. Jesús se retiraba
al monte y allí oraba horas enteras, a solas con el Padre. De este modo, la
oración del hombre puede llegar a ser una participación en la comunión del Hijo
con el Padre.
Se puede afirmar, también, que Jesús es el hombre más amado de la historia.
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