Dios te espera para hablar

 


Martín Valverde narra esta historia: Era el 9 de febrero de 1990. Era un concierto pro construcción de un edificio de una iglesia en la increíble ciudad de Chihuahua. La gran sorpresa es que allí había una sana resistencia a no bajar la guardia, a ejercer la libertad de expresión. Esa noche yo daba un concierto. Cuando canto no veo a la gente porque muchas veces no refleja la realidad. Hay gente con cara de “este me la va a pagar” y no es así. Son apariencias.

Yo estaba sobre una pequeña tarima. Empecé a y canté una canción del perdón. De la primera mesa se levantó un hombre muy alto, se dio la vuelta y le dio un abrazo, a un chico de 15 años, que era su hijo, se dan un abrazo especial. Yo quedé golpeado porque no acababa de acomodar muchas cosas con mi papá biológico (que estuvo ausente mucho tiempo). Me removió ver un abrazo que yo no tuve. Y Dios se aprovechó.

Normalmente, yo pido silencio al final de los conciertos, el silencio es una nota musical y que se trata de incorporarla y cantarla para que llegue a donde tiene que llegar. Es una nota que es tuya. En ese momento me puse a orar, me metí en la oración, y me olvidé de que estaba en el concierto. Jesús le dijo: “Diles que les amo. Y él pensó, “dilo tú”. Cuando abrí los ojos había caído una especie de bomba H. A mi derecha había entre 4 ó 6 meseros vestidos de blanco y negro, hincados, llorando, abrazándose. A todos los apedreó el Espíritu Santo. Cerré con el Padrenuestro y lo olvidé de momento.

Estaba hospedado con un amigo, Jorge Vergara, que filmó el concierto. Le pedí que me pusiera el último videocasete. Cuando lo pone me dice: “¡Estuvo increíble!”. Puso el videocasete, pido lápiz y papel, y le dije: “Ponle pausa que voy a tomar nota.” Pausa, nota, pausa, nota, pausa, nota. Me dice: “¿Cómo que vas la vas a transcribir?”. “Sí, nunca la había cantado”. Y así nace completa esa canción: “Nadie te ama como Yo”.

Una vez en Brasil, en 1992, se me acercó una persona y me dijo: “¡Esa es la mejor canción que se he oído!”. Yo le dije: “Es el Amor hecho canción”.

El “compositor” Martín Valverde dice que “el amor de Dios no se entiende, se acepta; no se gana, se recibe; no es un premio, es un regalo”. Un adolescente me preguntó: “Martín, ¿por qué me ama Dios”. Le contesté: “No lo sé… Nos toca dejarnos amar”.

https://youtu.be/jSKiEiRFX3A

Ana Catarina Emmerick escribe que ve salir, de la boca del que reza, una línea de palabras que, como un rayo de luz, llega hasta el trono de Dios.

 Dice un adagio: “Mostrándome cómo rezas, aprenderé a descubrir el Dios que vives y mostrándome como vives, aprenderé a rezar al Dios al que rezas”.

El Papa Benedicto XVI dice que la oración es la relación viviente y personal con el Dios vivo y verdadero. Una relación viviente es que oigo lo que me dice, me mueve, me pacífica. También se puede cantar en la oración, para despertar afectos.

Rezar significa, purificar el propio corazón, para que el otro verdaderamente pueda tener sitio dentro de él. Si tengo prejuicios o recelos, cualquiera que entre en ese recinto recibirá un golpe rudo. Tenemos que crear un lugar para los demás en nuestro interior. Tenemos que ofrecerles nuestro corazón como lugar hospitalario, donde puedan encontrar mucho respeto y comprensión.

Eugenio Boylan explica: La santidad no es tanto una cuestión de desarrollo y perfeccionamiento de nosotros mismos, como de negación del yo y de sustitución de ese yo por el de Cristo, de abandono en la providencia, de escucha constante de la voz del Espíritu.

 En Las Moradas, Santa Teresa explica que para entrar al castillo hay que hacer oración. Escribe: “La que no advierte con quien habla y lo que pide y quién es quien pide y a quién, no lo llamo yo oración aunque mucho menee los labios… Quien tuviese de costumbre hablar con la Majestad de Dios como hablaría con su esclavo, que ni mira si dice mal, sino lo que se le viene a la boca…, no la tengo por oración” (1,7), y así dice que no hay que caer en semejante bestialidad.

 Dios quiere que hablemos con él como se habla con el mejor amigo, con un padre o con quien nos quiere bien. Quiere que le contemos lo que nos alegra y lo que nos pesa, lo que deseamos y lo que nos preocupa. También quiere que le pidamos con insistencia pero sabiendo que no siempre pedimos lo que nos conviene. Muchos santos han hablado de la importancia de hacer oración. Así, San Gregorio escribió: Rezando alcanzan los hombres las gracias que Dios determinó concederles antes de todos los siglos. San Buenaventura afirma que tiene el Señor por traidor a aquel que al verse sitiado de tentaciones no acude a Él en demanda de socorro, pues deseando está y esperando que se le pida para volar en su auxilio.

Santa Catalina de Siena dejó escrito: El alma que persevera en la oración humilde alcanza todas las virtudes.

Más que éxtasis o arrobamientos, hay que pedirle al Señor que nos libre del amor propio desordenado, del egoísmo y de la soberbia, en suma, que nos libre de nosotros mismos y de lo que nos impide llegar al cielo.

En el Libro de las Sentencias, Isidoro de Sevilla dice: “La oración nos purifica, la lectura nos instruye. Usemos una y otra, si es posible, porque las dos son cosas buenas. Pero, si no fuera posible, es mejor rezar que leer”. “Cuando rezamos, hablamos con el mismo Dios; en cambio, cuando leemos, es Dios el que nos habla a nosotros. Todo progreso (en la vida espiritual) procede de la lectura y de la meditación. Con la lectura aprendemos lo que no sabemos, con la meditación conservamos en la memoria lo que hemos aprendido” (3,8-9).

 

Al Señor le gusta que le dediquemos tiempo en exclusiva, que le contemos nuestras cosas, alegrías y tristezas, ambiciones nobles y acciones de la vida cotidiana; es decir, que hagamos oración mental. Cada uno ha de concretar el tiempo que dedicará a la oración mental. Este tiempo de oración –no menos de un cuarto de hora - ha de ser el necesario para mantener el espíritu de contemplación.

 En el Libro de las Sentencias, Isidoro de Sevilla nos enseña que “la oración nos purifica, la lectura nos instruye. Usemos una y otra, si es posible, porque las dos son cosas buenas. Pero, si no fuera posible, es mejor rezar que leer”. “Cuando rezamos, hablamos con el mismo Dios; en cambio, cuando leemos, es Dios el que nos habla a nosotros. Todo progreso (en la vida espiritual) procede de la lectura y de la meditación. Con la lectura aprendemos lo que no sabemos, con la meditación conservamos en la memoria lo que hemos aprendido” (3,8-9).

San Agustín afirma que Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Dios. Por eso es bueno luchar por ser personas que contemplan a Dios en la creación entera. Pero ¿qué es la oración de contemplación?... La contemplación es una mirada de amor. Es presencia de Dios. Es la acción de considerar atentamente, con la mirada o con el espíritu. Requiere del concurso de la inteligencia y de la voluntad. “El estado contemplativo es simplemente la perfección de la caridad operada por el Espíritu mediante el don de la sabiduría” (Carlo Caffarra).


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