26 de junio: San Josemaría Escrivá de Balaguer

 


A todos nos interesa ser personas creíbles, pero lo realmente importante es ser buenos. Y, ¿qué es ser bueno? “Bueno es el hombre que es tal y como Dios ha imaginado al hombre. Bueno es el hombre que es conforme a Dios; el hombre en quien brilla algo de la luz de Dios. Bueno es el hombre que no tapa con su propio yo la luz de Dios” (J. Ratzinger, “Wolfgang de Regensburg”).

San Agustín contó en una ocasión que tras su ordenación sacerdotal había llorado en silencio, porque ahora no debía rendir cuenta de su propia vida, sino también se le preguntará por los muchos que le han sido confiados. Deben renunciar a su propia vida, por decirlo así, y tomar sobre sí el equipaje de los demás, porque el Señor así lo quiere. Algo parecido encontramos en la historia de las grandes vocaciones. Un Moisés, un Jeremías, un Jonás, se resisten a las exigencias de Dios. Temían, no sólo la contradicción de los hombres, sino, sobre todo, su propia insuficiencia.

San Josemaría percibía una enorme desproporción entre lo que Dios le pedía y lo que él era... En 1928 él, tenía 26 años, la gracia de Dios y buen humor. Josemaría era consciente de la envergadura de la tarea que Dios le encomendaba.

Los que le conocieron dicen que escucharle daba vértigo: vislumbraban que aquello era una empresa de Dios, y que Dios la inspiraba a un hombre. Uno de los muchachos que asistía a las primeras Charlas que daba el Fundador, decía:

—“Esto no se le pudo ocurrir al Padre”.

Escribe el Fundador: "Quiso el Señor promover su Obra cuando, en la mayoría de los países, elites y masas enteras parecían alejarse de la Fuente de toda gracia; cuando, incluso en países de vieja historia cristiana, escaseaba la frecuencia de Sacramentos por parte del pueblo; cuando vastos estratos del laicado parecían adormilados, como si se hubiese desvanecido su fe operativa" (Carta 25-I-1961, n. 13 en revista Romana 31, 2000).

San Josemaría Escrivá hablaba con vigor de que "se han abierto los caminos divinos de la tierra". Todas las ocupaciones pueden ser ocasión de encuentro con Dios: el estudio, el trabajo, el hogar... El común vivir de los hombres y mujeres debe ser valorado en su justa dimensión: como camino de santidad, como realidad en la que deben luchar por agradar a Dios; es decir, por ser santos.

En alguna ocasión, dijo el Postulador de la Causa de canonización: Cuando se estudia la vida de los santos lo más interesante no es tanto lo que ellos hicieron o su reacción ante la gracia, sino hacerse una idea de la acción de Dios en su persona. La historia de su alma es excepcional: estamos frente a una gracia divina particular; lo que Dios ha operado en su alma delinea una misión única en la historia de la Iglesia.

 

El Postulador de la causa de su canonización, Flavio Capucci, comentó que sus visitas a la Villa de Guadalupe, en mayo de 1970 en México, dejaron una huella honda en su vida. Afirmó que el fruto que él sacó de esas visitas fue la confianza absoluta en la Virgen. Cuando él veía la imposibilidad de poner remedio a situaciones difíciles con sus solas fuerzas -que era siempre-, acudía a la oración, y normalmente iba a santuarios marianos, y salía siempre reconfortado. Por eso nos decía que el optimismo es una actitud propia del cristiano. El cristiano debía vencer siempre toda mentalidad de angustia, de víctima y de preocupación, y confiar en Dios.

El 26 de junio próximo, se cumplen 46 años de que el Fundador del Opus Dei (Obra de Dios), San Josemaría Escrivá, terminó su vida terrena y nació a la vida verdadera. El 2 de octubre de1928, San Josemaría Escrivá, recibe en su corazón la semilla del Opus Dei, ve lo nuclear de este espíritu. En 1931 ve que la filiación divina ha de estar en la base de su espíritu.

La actividad del Opus Dei se resume en la formación de los fieles de la prelatura para que desarrollen —cada uno en su propio lugar en la Iglesia y en el mundo— una actividad apostólica multiforme, apoyando la tarea evangelizadora de los pastores y promoviendo a su alrededor el ideal de la llamada universal a la santidad. En consecuencia, la labor que llevan a cabo los fieles del Opus Dei, no se limita a un campo específico, como la educación, la atención a enfermos o la ayuda a discapacitados. Todos los cristianos han de cooperar a solucionar cristianamente los problemas de la sociedad y deben dar testimonio constante de su fe.


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