La cuaresma y el Papa
La Cuaresma es tiempo de conversión. ¿Y qué es la
conversión? Es saber amar más cada día y cada momento del día.
El Papa Francisco nos ha dado un mensaje para la Cuaresma
del año 2022. Cita la carta de San Pablo a los gálatas: “No nos cansemos de
hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido
tiempo” (Ga 6, 9-10).
San Pablo evoca la imagen de la siembra y la cosecha, que a
Jesús tanto le gustaba. El profeta Isaías nos recuerda que “Dios da la fuerza a
quien está cansado, acrecienta el vigor del que está exhausto” (Isaías 40, 29,
31).
Nadie se salva solo, porque estamos todos en la misma
barca, en medio de las tempestades; pero sobre todo nadie se salva sin Dios.
Sólo Él nos concede vencer las oscuras aguas de la muerte.
El Papa nos recuerda que la fe no nos exime de las
tribulaciones de la vida, pero nos permite atravesarlas unidos a Dios, y el
Señor no defrauda.
No nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida, con el
ayuno y la confesión de nuestros pecados. No nos cansemos de luchar contra
nuestro egoísmo. Si no desfallecemos, a su tiempo cosecharemos. Podemos caer,
ciertamente, pero la mano de nuestro Padre Dios nos vuelve a levantar. “Dios es
rico en perdón” (Is 55,7)
Los 40 días de cuaresma deben servir para meternos en
nuestro interior y descubrir lo que no sabemos de nosotros, podemos así conocer
las heridas que llevamos, nuestra debilidad y la necesidad que tenemos de la
fortaleza de Dios. Dios tiene una palabra para cada uno de nosotros, pero a
veces no lo oímos por falta de recogimiento. Esta cuaresma podemos darle a Dios
tiempo de oración. Podemos leer, en el Catecismo
de la Iglesia, lo relativo a la oración.
En nuestra vida pueden
presentarse “vacíos de amor”, como
cuando las reacciones de soberbia o de sensualidad toman la delantera, o bien,
detalles de pereza, juicios despectivos, omisión de los deberes de piedad,
querer ser el centro de atención o de mando, reacciones de envidia o de
malquerencia, faltas de caridad y de generosidad, imprudencias y pérdidas de
tiempo, amor desmedido al dinero o al poder, cosas no perdonadas o no haber
pedido perdón… Todo ello me echa por tierra, lejos del Calvario que Dios me ha
trazado, comentaba Benedicto XVI.
El hombre puede controlar sus respuestas si controla sus
estímulos (bebidas, películas, lecturas). La sociedad está poco motivada para
rechazar esto porque piensa que nada le afecta. Y la realidad nos muestra que
cuando el hombre tiene todo –en el sentido material-, se olvida de Dios. Las
carencias son las que muchas veces le hacen orar.
Las dos formas originarias de
la templanza son la moderación y la
castidad. Resumiendo, son formas de destemplanza la lujuria, el desenfreno, la
soberbia y la cólera. Y son formas de templanza la castidad, la sobriedad, la
humildad y la mansedumbre. Como demuestra la historia de las herejías, de cómo se entienda la templanza, dependerá
la postura que se adopte respecto de la creación y del mundo exterior.
La
modestia es parte de la templanza, y ¿qué función tiene? pone orden dentro de
nosotros mismos. La persona modesta ve sus talentos naturales y sobrenaturales
como don de Dios. La modestia se refleja también en el porte exterior: en su
modo de hablar y de vestir, de reír y de moverse; de tratar a la gente y de
comportarse socialmente.
El
Señor hace exégesis de la frase que le dice al joven rico: “Ve, vende lo que
tienes y sígueme”. Su petición sobre la pobreza contiene también otro
significado, pues hay una riqueza más grande que el oro –y por tanto más
apreciada-, se trata de la riqueza intelectual, el propio pensamiento. Su
renuncia tiene un valor diferente a los ojos de Dios. Todos los pensamientos
buenos que nacen en nosotros vienen del Cielo, por eso es justo que digamos
“este pensamiento no es mío”. Pero las riquezas que Dios nos da han de ser para
el disfrute de todos.
El Santo Cura de Ars decía: “Quien no ama a Dios ata su corazón a cosas que
pasan como el humo. Cuanto más se conoce a los hombres, menos se les ama. Con
Dios ocurre lo contrario: cuanto más se le conoce, más se le ama. Este
conocimiento abrasa al alma con tal amor, que quien le conoce sólo ama y desea
a Dios. El amor a Dios es un sabor anticipado del cielo: si supiéramos
probarlo, qué felices seríamos. ¡Lo que hace desgraciado es no amar a Dios!”
Sta.
Teresa escribe: Hay quien deja todo por
Dios y son penitentes, pero las lastima cualquier cosa que digan de ellas. Y no
abrazan la Cruz, sino que la llevan arrastrando, y así las hace pedazos, porque
si es amada, es suave de llevar.
En
julio del 88 don Álvaro del Portillo tuvo una brevísima reunión con un grupo de
gente joven que aprovechaban parte del verano para descansar y avanzar hacia el
Señor sin cansancio. Dijo: Hijas, sed prudentes en las conversaciones para
no herir; prudentes en el trabajo para saber obedecer y hacer lo que os dicen;
en el descanso, para no descansar más de lo necesario; en el arreglo, para no
llamar la atención. No querer ser el centro de las miradas, ya os mira Dios en
todo momento.
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