Lectura espiritual

 



El origen de la lectura espiritual se encuentra en la lectio divina. Con esta expresión se designa una lectura meditada de la Palabra de Dios, que requiere una actitud activa en el que lee. Éste ha de orar meditando el texto bíblico y haciéndolo propio, comprometiendo su ser y su existir.

San Josemaría recomendaba hacer a diario la lectura espiritual, especialmente el Nuevo Testamento, y también otros libros de espiritualidad cristiana.

La relevancia de la lectura está en función de una realidad central en la vida cristiana: el encuentro con Jesucristo.

El libro de El alma de todo apostolado, de Jean-Baptiste Chautard (1858-1935) demuestra que sin Jesús no se hace nada realmente importante.

 De modo principal la Sagrada Escritura, y secundariamente otros libros espirituales, son alimento de la oración, y fomentan el gusto por las cosas de Dios. Con el tiempo, las lecturas que realizamos configuran nuestra interioridad. Además, “el instruido en las Escrituras se hace fuerte para arrostrar todas las adversidades”, dice Santo Tomás (Catena Aureo, vol. 1, p. 52).

 

Lo primero que la Iglesia recomienda es escuchar. Los que no sabían leer estaban deseando escuchar lo que sucedió en tiempos antiguos y lo que dijeron los profetas.

 

El tiempo dedicado a Dios es tiempo bendito. Todos tenemos libros de tema espiritual que nos han marcado. A mí me han gustado especialmente la vida de Tomás Moro, de un autor norteamericano, y las Memorias de la Hermana Lucía. Tenemos el don de contar con Noticias e Iniciativas. Muchas personas se han convertido al leer la vida de los santos. Edith Stein vio un panorama nuevo a leer la vida de Santa Teresa de Jesús; otras personas se han conmovido al leer Historia de un alma de Santa Teresita de Lisieux.

San Jerónimo advierte: “Cuando oramos, le hablamos (a Dios), cuando leemos, le oímos”.

San Bernardo dice: “La lectura espiritual nos prepara para la oración y para la práctica de las virtudes. La lectura y la oración son las armas con que se vence al demonio y se conquista el cielo”.

San Atanasio escribe: “No es posible encontrar quien, dedicándose al servicio del Señor, no sea gran amante de la lectura espiritual”.

Los buenos libros causan gran provecho y los malos libros causan daño y la ruina de muchos jóvenes o adultos.

Hay una lista enorme de libros que podemos leer, entre los que destacan las obras de los Padres de la Iglesia, pero antes que nada debemos de leer la Biblia, empezando por el Nuevo Testamento.

En su libro Dios y el mundo, Benedicto XVI dice que la primera palabra de la regla de San Benito es “escucha”: “Escucha, hijo mío, la indicación del maestro”. Y Benito añade: “Aguza el oído de tu corazón”. Es una invitación a escuchar. Escuchar significa no sólo abrir los oídos a lo que ocurre, sino también escuchar tu intimidad o las palabras de lo alto, porque lo que nos dice el Maestro es, en el fondo, la aplicación de la Escritura (cfr. p. 372).

La Exhortación Ap. Verbum Domini, de Benedicto XVI nos invita a conocer la Palabra de Dios. Dice que la fe cristiana no es una “religión de libro”, el cristianismo es la religión de la Palabra de Dios, pero no de una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y vivo. Además, la Palabra de Dios es el fundamento de toda la realidad. “Por medio de la palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho” (Juan 1,3). Por la fe sabemos que la Palabra de Dios configuró el universo. Este es un gran anuncio liberador.

 

Benedicto XVI dijo: “Si llevamos en la mente y en el corazón la Palabra de Dios, si entra en nuestra vida, si tenemos confianza en Dios, podemos rechazar todo tipo de engaños del Tentador”[1].

Muchas personas acostumbran hacer 15 minutos diarios de lectura espiritual porque eso alimenta su alma y enriquece su vida interior. Para ello leen la Biblia, las obras de los Padres de la Iglesia o los libros que los santos han dejado, entre otros.

 

En julio del 2004, Juan Pablo II decía a unas personas en Castelgandolfo: “Cristo está siempre en medio de nosotros y desea hablar a nuestro corazón”, y es posible escucharle “meditando con fe la Sagrada Escritura, recogiéndonos en la oración o deteniéndonos en silencio ante el Tabernáculo, desde el cual Él nos habla de su amor”. Luego explicaba que “escuchar la Palabra de Dios” es la actividad “más importante de nuestra vida”.

 Veamos el cambio que puede producir la lectura del Evangelio: Vittorio Messori cuenta: “¿Cuándo decidí aceptar la Iglesia? Cuando, al reflexionar sobre el Evangelio, me di cuenta de que el Dios de Jesús es un Dios que quiso necesitar a los hombres, que no quiso hacerlo todo solo, sino que quiso confiar su mensaje y los signos de su gracia -los sacramentos- a una comunidad humana. Es decir, si uno reflexiona bien, acepta la Iglesia no porque la ame, sino porque forma parte del proyecto de Dios”.

 



[1] Benedicto XVI, Ángelus,  L’Osservatore Romano, Año XLII, n. 9, 27 feb-5 marzo, 2010, p. 3.


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