El caracol optimista
“Imaginemos
un caracol, un caracol de jardín. Recorramos con la mente la espiral que decora
su concha y que le sirve de casa. Pensemos en la manera en que disfruta la
humedad después de la lluvia. Parecería que le entusiasma tanto como a algunos
de nosotros cuando retozamos entre las olas del mar (...). En el interior de la
cubierta de roca de un caracol, así como dentro del ser más admirable y amado
se encierra la historia del cosmos. Conocerlos a profundidad sería entender en
detalle cómo se originó el universo (...). El caracol lleva a cuestas su casa.
¿Y nosotros? La mente, poblada de palabras. Nuestra edificación de ideas puede
ser sorprendente, enriquecida a lo largo de la vida. A veces es un tormento:
pesada y con recovecos oscuros que a pocas personas les gustaría conocer, allí
domina el enojo. En esas mazmorras habitan la envidia, los celos, la ira. Otras
veces nuestra mansión logra ser un sitio luminoso y siempre cambiante, con
terrazas, jardines, columnas jónicas y habitaciones que no siempre tienen
propósitos específicos. Circulamos por sus laberintos y pasajes secretos, los
vamos transformando en contenedores de recuerdos, música, ingenio y voces.
Algunas de nuestras edificaciones son palacios, otras chozas, cada quien es
responsable de su morada, de su casa-caracol”, explicaba, magistralmente, la
astrónoma Julieta Fierro, en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de
la Lengua.
Efectivamente,
cada uno es responsable de su morada,
de cómo alimenta su inteligencia y su imaginación. Para los optimistas importan
más las condiciones internas que las externas. Para ver con visión optimista
hace falta fomentar las predisposiciones para ver primero el lado positivo de
las cosas, antes que el negativo. El optimista no deja de ver lo negativo, pero
lo ve en segundo lugar.
El pesimista se
encierra en sí mismo, como a veces lo hace el caracol. El ser humano se aísla,
a veces, de su contexto social y del conjunto de sus obligaciones sociales. La
excesiva concentración en los derechos individuales también oscurece el
concepto de obligaciones que es tan esencial para una visión del concepto de
derechos humanos. El mundo parece haber entrado en el siglo XXI con una nota de
individualismo desenfrenado.
Frente
a la contrariedad, el optimista busca una oportunidad de crecer y de dar de sí.
Lo que da más fuerza al ser humano es amar y saberse amado. Y todos somos
amados por Dios, pero no todos son conscientes de ello.
El
que no da ejemplo suele ser duro con los demás. Lo importante es hacer felices
a los demás, sonreír. La pobreza más profunda es la incapacidad de alegría, el
tedio de la vida considerada absurda y contradictoria. Esta pobreza se halla
hoy muy extendida, con formas muy diversas, tanto en las sociedades materialmente
ricas como en los países pobres. La incapacidad de alegría supone y produce la
incapacidad de amar, produce la envidia, la avaricia, la desgana..., todos los
vicios que arruinan la vida de las personas y el mundo. Si se desconoce el arte
de vivir, todo lo demás ya no funciona.
-“Usted
tiene mucha fuerza de voluntad”.
Contestó:
-“No
tengo tanta, lo que pasa es que no la malgasto en lamentaciones”.
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