Educar el corazón
Juan Luis
Lorda
La afectividad como un gran tema
humano: Qué nos
mueve, qué nos enfada. La persona tiene un perfil de afectos y su estructura
depende de ella. No es patente lo que hay
en los corazones, pero allí está la estructura de la personalidad. Los
griegos tratan de explicar cómo se despiertan los amores a través de mitos.
Educar el corazón no es ninguna broma. Tenemos un sistema nato de preferencias
y desdenes. Decimos: “La comida me interesa”, forma parte de nuestra
estructura. Puede haber afecto a la música, al dinero, al arte, a un oficio, a
las personas, etc. Una persona es una estructura de afectos, unos
innatos y otros adquiridos. La persona tiene afecto a unas personas y a unos
ideales. El amor es lo que mueve.
El orden en
el amor (Ordo amoris) Aristóteles lo
aborda en su Ética a Nicómaco, donde
afirma que nos apartamos del bien a causa del dolor que implica y nos acercamos
al mal por el placer que conlleva. Estar bien educado significa que te dé
alegría lo bueno y te dé pena lo malo. Le decimos a un niño: “Es feo mentir”,
haciendo alusión a su falta de belleza. Hay una serie de cosas bellas adecuadas
al ser humano. Lo bello es un resplandor de la verdad. La idea de la honestidad
está sustentada en la estética moral. Ayuda mucho este componente estético.
En su libro La Ciudad de Dios, San Agustín define la
auténtica virtud como “el orden de los amores”, ordo amoris. Podemos tener amor a muchas cosas, como a una
colección de sellos (timbres), chapas, cervezas, pero ese amor no debe
sobrepasar a los amores más importantes, como el amor al cónyuge, porque los
amores deben estar ordenados. El amor a la dignidad de la persona debe de estar
casi por encima de todo.
La tradición
griega nos ha ordenado la nomenclatura. Explica cómo funciona la inteligencia y
cómo es el acto libre, entre otras cosas. El análisis griego con todo rompe un
poco la unidad humana. Ayuda ver el lugar que ocupa el corazón en la persona
tal y como lo ve la Biblia, ya que ésta ayuda a recomponer esta unidad. Lo más
inestable es la inteligencia ya que vamos cambiando de contextos. Lo que da estabilidad
a una persona es, sobre todo, la estructura de los afectos: ver qué
ama.
La
explicación de los grandes contextos bíblicos nos ayuda a conocernos, y uno de
ellos, es el corazón. El corazón es la morada donde yo habito, donde yo me
alegro. Sólo el espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Dice Jean Corbon
que el corazón es sede de la conciencia, de la presencia de Dios en la persona.
En lo más profundo de nuestro ser está Dios creándonos. Dios es juez y destino
de nuestra espiritualidad. Allí escogemos entre la vida y la muerte.
La tradición
también presenta al hombre movido por su voluntad pero más por su corazón.
(cfr. CEC 1775). Tiene más mérito hacer las cosas cuando a uno le apetece, en
cierto sentido. El gusto es necesidad de la virtud, es alegrarse con las cosas
buenas y entristecerse con las malas. La madre se sacrifica por sus hijos y lo
hace con gusto.
En el libro
“Gregorio Marañón, radiografía de un liberal”, de Antonio López Vega, se
compara a Juan de Austria con Felipe II, y de Felipe II dice su secretario que “tenía
una rectitud exenta de generosidad y por ella antipática”. Se da en el
cristiano cascarrabias que critica lo que hacen mal los demás, juzga. Hay en él
una rectitud exenta de corazón. Allí hace falta la pregunta esencial: pero ¿los
quieres o no? El amor por las reglas, las normas las leyes, es una tentación y
un peligro grave.
Fray Luis de
Granada decía: “El hombre debería tener un corazón de hijo para con Dios, un
corazón de madre para con los demás, y un corazón de juez para consigo mismo”.
Doble mandamiento de la caridad: Podemos recordarle a la gente lo
que tiene que hacer pero antes tenemos que quererla. Sólo recordar lo que hay
que hacer no funciona bien, no trasciende, no refleja que Dios nos ama. Un día
pasaba don Josemaría por un pasillo, y estaba uno con unos discos, y vio que
había un papel arrugado en el fondo, sacó otro, y la funda estaba mal puesta y
así tres veces. ¡Estaba echando humo! Don Josemaría le preguntó qué le pasaba:
“Es que la gente no hace las cosas como Dios manda”. Le respondió: “Lo que Dios
manda es que os queráis”. Si no “padecemos-con”, si no compadecemos, no hay
misericordia. Querer es comprender.
Dios tiene piedad de nosotros, y eso se tiene que reflejar en nosotros, sino,
el mensaje del Evangelio no funciona. Ya sabemos qué es lo bueno y qué es lo
malo, pero hay que practicar la misericordia, hay que transmitir el amor de
Dios. Haríamos un mal papel a Dios reflejando una rectitud sin bondad, porque
Dios no es así.
Tener fe no
es creer que Dios existe, es creer que
Dios nos ama. La Escritura afirma que hay que aprender qué significa:
“Misericordia quiero y no sacrificio”. Lo más importante de la ley es la
justicia y la misericordia. San Lucas dice: “Sean misericordiosos como Dios es
misericordioso”. Es una tarea para todos los días. Es un ejercicio diario.
Tiene que ver con esa realización diaria. Conviene leer el Apartado Mandamientos
9º y 10 en el CEC.
Educar el corazón: es un tema dónde sólo llega el
Espíritu Santo, y no es un tema secundario, es un tema central de la
Revelación. Mucho de lo que la conversión es se resume en el cambio de corazón,
tema riquísimo de la Escritura. La escena de la creación está detrás. Es lo
carismático, lo que el Espíritu pone. “Haz lo que puedas y pide lo que no
puedas”, dice San Agustín. Querer ese cambio, desearlo. La misericordia es
apiadarse de los demás, que esas emociones sean motores de nuestra conducta.
También hay que pedir que seamos capaces de hacer lo que no nos apetece. Hay
que pedirlo porque es un don de Dios. Darme cuenta del valor
que tiene toda persona simplemente por ser persona. Cualquiera es un hijo de
Dios que merece nuestro amor, esta convicción debe crear hábitos de
conducta. De alguna manera es ver a Cristo en los necesitados. Es como
un truco, porque además, hay una verdad detrás. Esta convicción ha movido a
muchos santos constantemente. Desarrollar el ver a Cristo en los demás. “Pon
amor donde no hay amor y sacarás amor”, dice San Juan de la Cruz, y no el “ojo
por ojo”. Tú me haces favores, yo te los hago. Ese equilibrio del ojo por ojo,
diente por diente, debe ser superado. Todas las heridas que recibimos, son
parte de la educación del corazón. Charles de Foucault: “El amor consiste no es
sentir que se ama sino en querer amar”. Amar
es querer amar, es un tema profundo. Tenemos un ideal cristiano de querer
amar, en descubrir el valor de toda persona.
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