Contemplar al Pan de Vida
El Señor le reveló a Santa Gertrudis
la Mayor: “Vuestra oración es sumamente potente y efectiva durante la consagración
en la Santa Misa (es decir, en la elevación) ... Cada vez que alzas la vista
para contemplar el Santísimo Sacramento, tu lugar en el cielo se eleva un tanto
más”.
El misterio eucarístico es el
centro culminante del cristianismo; por él nuestro Señor permanece con una
presencia nueva y singular en el seno de su Iglesia, como Víctima perenne en
favor nuestro ante el Padre. Por él somos robustecidos en nuestra peregrinación
hasta el Monte de Dios. Y deberíamos buscar, en el silencio, su adoración
constante.
Rodolfo
I de Habsburgo (1218-1291) en 1273 fue elegido emperador
de Alemania y así fundó la casa de Austria. Suya es la siguiente anécdota de
cuando era conde: Yendo de camino encontró a un sacerdote, que a pie llevaba el
viático a un enfermo. Se tiró del caballo en que montaba, hizo subir en él al
sacerdote, y él mismo fue teniendo las bridas hasta llegar a la casa del
enfermo, luego dio las gracias y regaló el caballo al sacerdote pues él no se
creía digno de montarlo después de haber sido portador de su Dios. Dios lo
premió largamente haciéndole saber por un siervo suyo que sería elegido
emperador. Su amor al Santísimo se perpetuó en la casa de Austria, heredándolo
de su ilustre fundador.
Dios siempre se adelanta, parece como si jugara a
sorprendernos. Siempre da un paso más allá de lo que podríamos esperar. Conoce
el barro de que estamos hechos y viene a nuestro encuentro. Da de lo suyo, el
Pan de la Vida, Él mismo. Jesús promete la vida nueva. La Eucaristía nos
habilita para amar con el mismo amor de Dios.
Sucedió hace años, Eduardo Manning, anglicano rico, insatisfecho. Vaga por las calles
de Roma. Entra casualmente a la iglesia de San Luis de Francia donde está el
Santísimo expuesto. El no cree. Ve a unas cuantas gentes. Escucha unas palabras: “Este es mi Hijo muy
amado”. Cae de rodillas. Más tarde, llega a ser el cardenal Manning.
Jesucristo encarga a los
Apóstoles que perpetúen lo que Él ha realizado. Los Apóstoles y sus sucesores son
sacerdotes de la Nueva Alianza para hacer presente el sacrificio del Calvario
en la celebración de la Santa Misa.
El doctor en teología, Don José
Antonio Fuentes, profesor de Navarra, vino a dar un curso a México sobre la
Eucaristía, y dijo que todo se resumía en una frase: “El Verbo se hizo carne y
habita entre nosotros”.
Una bonita
jaculatoria podría ser ésta: “Quédate con
nosotros, que anochece”. Los amigos íntimos de Jesús desearían que la
presencia suya eucarística permaneciera siempre. Al comulgar podríamos decirle:
“Señor, me gustaría tanto que estas santas especies permanecieran en mí hasta
mañana, cuando te vuelva a recibir”. Oiremos sin ruido de palabras su
contestación: “Haz como si me quedara”.
La segunda
Persona de la Santísima Trinidad se ha hecho uno de nosotros para revelarnos la
concreta cercanía de Dios. El Verbo asume en su Persona, que es divina, el
drama del hombre: el dolor y la alegría, el sufrimiento y la dicha, la amistad
y el abandono, el trabajo y el descanso, la fuerza y la tentación. Dios se solidariza con cada uno de
nosotros. Se tiene que ir, pero se queda Él mismo. Se queda como Pan
eucarístico para que nosotros podamos ser endiosados.
La Eucaristía fue el sueño dorado del Señor. Para profundizar
en ello, hemos de pedirle a Dios conocer los sentimientos del Corazón de
Cristo. Jesucristo promete la Eucaristía (cfr. cap. 6 de San Juan): Yo soy el Pan de vida. Tiene un realismo
tan fuerte que muchos discípulos lo dejan. Ser almas de eucaristía es saber
contemplar la Eucaristía para llegar a ser uno con Jesús eucarístico. Si el
centro de nuestros pensamientos está en el Sagrario, ¡qué abundantes frutos nos
dará el Señor!
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