Ascensión
Los discípulos estaban llenos de alegría cuando
volvieron del monte de los Olivos a Jerusalén. La ascensión del Señor era la
última aparición del resucitado. Esta despedida tiene en sí algo triunfal y esperanzado,
esta vez Jesús no se ha marchado a la muerte, sino a la vida. Lo que en ella
haya sucedido es la llegada de lo definitivo de la redención, de manera que el
conocimiento se hace alegría.
San Lucas nos cuenta que en los cuarenta días
posteriores a la resurrección Jesús se mostró a sus discípulos, explicándoles
las cosas del reino de Dios.
Los discípulos ya no conocían a Jesús y su mensaje
simplemente desde fuera, sino que éste vivía en ellos mismos. Jesús extendió
las manos y los bendijo, cuenta San Lucas, y mientras bendecía desapareció.
“Las manos de Cristo se han convertido en el techo que nos cobija, y, a la vez,
en la fuerza de apertura que abre hacia arriba la puerta del mundo (…). El
acontecimiento que los discípulos habían experimentado había sido bendición, y
de él salieron como bendecidos, no como abandonados. Sabían que estaban para
siempre bendecidos, y de él salieron como bendecidos, no como abandonados (…).
Han sabido que ahora indudablemente tenía validez lo que acababa de decir: “Yo
estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 20,28)”. (J.
Ratzinger, Imágenes de la esperanza,
pp. 55-57).
Cristo ha levantado la imagen de Adán. “La Ascensión de Cristo es la
rehabilitación del hombre: no rebaja el ser golpeado, sino el golpear; no
rebaja el ser escupido, sino el escupir; no es ultrajado el que es objeto de
burla, sino el burlón; no eleva al hombre la soberbia, sino la humildad; no le
hace grande la arbitrariedad, sino la comunión con Dios, de la que es capaz”
(Ibidem, p. 57).
El hombre puede vivir en la altura, y sólo así lo
entendemos correctamente. La imagen del hombre está levantada, pero tenemos el
poder de rebajarla. Se entiende al hombre cuando se sabe de dónde viene y
adónde va. “Sólo desde su altura se ilumina su esencia, y sólo cuando se
percibe dicha altura nace ante el hombre un respeto profundo y absoluto que lo
sigue considerando sagrado hasta en sus envilecimientos: sólo desde allí se
puede aprender a amar realmente la condición humana en uno mismo y en los demás
(…). El lugar verdadero y propio de nuestro existir es Dios mismo, y que
siempre debemos contemplar al hombre desde allí. El antídoto más eficaz contra
la degradación del hombre se encuentra en el recuerdo de su grandeza, no en la
memoria de sus miserias” (Ibidem,
58).
La liturgia cristiana tiene dimensión cósmica. Nos
unimos a la alabanza de la creación y, a la vez, damos voz a la creación.
“El Señor es movimiento hacia arriba y sólo
moviéndonos nosotros mismos, alzando la mirada y subiendo, lo conocemos. La
subida correcta del hombre acontece allí donde aprende a inclinarse
profundamente en la donación humilde al otro hasta bajar a los pies, hasta el
gesto humilde del lavatorio de los pies. Precisamente la humildad que sabe
abajarse lleva al hombre hacia arriba” (Ibidem,
p. 60-61).
De la Ascensión del Señor se puede decir que “la
alegría que nació aquel día, cuya aparente despedida fue en realidad el
comienzo de una nueva cercanía” (Ibidem,
p. 61).
“El misterio de la Ascensión es el impulso divino que
sostiene nuestro mundo” (Jean Corbón 1924-2001 Beirut). En su ascensión Cristo
celebra la liturgia ante el Padre y la difunde en el mundo con la efusión de su
Espíritu.
En el misterio de la Ascensión Cristo se convierte en anamnesis (memoria, recuerdo de los
hechos salvíficos de Cristo) ante el Padre ante cuyo rostro presenta sus
llagas, dolientes, pero también gloriosas para siempre. En esta anamnesis, el
Padre recuerda el misterio pascual del amor, que ha actuado la redención y
contempla a su Hijo, que ha regresado de su éxodo como Sacerdote.
La tradición patrística interpretó el Salmo 23 como
una profecía del misterio de la Ascensión de Cristo a los Cielos. La Ascensión
es inicio de la liturgia eterna. No es el Hombre que entra, es el mundo entero
el que entra. La hora de Jesús es la
Cruz y la Resurrección. En ese momento brota la liturgia. La liturgia es el
misterio del río de la vida que brota del Padre y del Cordero. La liturgia
inaugura el Tiempo de la Iglesia. Conforma a la misma Iglesia. Supera la
eficacia que de ella se recibe.
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