Binomio “cariño y sistema”
Toda la educación se puede resumir en dos palabras:
“cariño y sistema”, o bien “amor y autoridad”. Es un binomio inseparable y, si
falta uno de los dos, la educación se desequilibra.
Una educación integral
toma en cuenta la educación del carácter; es decir, la asimilación de las
virtudes humanas. Existen 187 virtudes o comportamientos éticos. Se ha de
centrar la atención de los hijos en el desarrollo de sus mayores posibilidades.
Hay que educar hijos autónomos –que no quiere decir independientes—, que tengan
el gobierno de sí mismos, que actúen de acuerdo a lo que su conciencia les
diga. Antes, claro está, deben de formar bien su conciencia.
La
auténtica paternidad es la espiritual; es el acompañamiento que le demos a las
personas, que se sepan queridos y, sobre todo, aceptados. Lo más trascendental
de lo humano es lo inmaterial: el acompañamiento. Es necesario que los hijos
aprendan a decidir y a asumir las consecuencias de sus decisiones. Si
permitimos que los hijos de comporten en base a sus impulsos –como puede ser la
ira-, se inhiben sus capacidades.
¿Qué quiere un hijo?
Ser escuchado, ser querido y ser aceptado. A un hijo se le ha de corregir cuando
actúa mal –con serenidad y en el momento adecuado-, de otro modo siente que le
falta el apoyo de la autoridad paterna o materna, pero luego le ha de quedar
claro que se le ama y se le acepta. Cuando al hijo no se le ponen reglas —por
blandura de parte de los padres o por falta de carácter—, ese hijo sufre, no
sabe a qué atenerse, siente que le falta “algo”, y ese “algo” es el respaldo de
la autoridad.
Es más fácil decir que sí a los hijos, que
decirles “no”, pero es necesario ponerles límites, por su mismo bien, para que
haya orden y ley, y para que no se vuelvan tiranos.
Los dos grandes
pecados de la familia son la ignorancia y el egoísmo. Hay que conocer a los
hijos, hay que darles tiempo y energía. La única manera de ayudarlos a que fortalezcan su voluntad es ayudándolos a
saber afrontar lo difícil y lo desagradable con optimismo y espíritu de lucha.
La única tarea de los padres es hacer hijos buenos. Ser hijos buenos
implica ser buenos amigos, buenos estudiantes, buenos hermanos, buenos novios,
buenos esposos, buenos padres, buenos ciudadanos, etc. Para que los hijos sean buenos hay que
escucharlos, orientarlos y aceptarlos.
Hay que ayudarlos a que sean capaces de recuperarse de los golpes de la
vida y de adaptarse a las circunstancias.
Los hijos son seres de
aportaciones, pueden llegar a ser focos de iniciativas, por eso hay que
escucharlos, ayudarles a pensar en los pros y los contras de sus decisiones.
Muchas veces lo que no habían pensado por sí mismos, lo piensan cuando lo
hablan con sus padres y amigos, pues el exponer los proyectos les ayuda a
profundizar.
Cuando un padre de familia o un profesor
quiere educar, decide buscar los medios adecuados para lograr la mejor
instrucción, se hace más consciente de la profundidad o la falta de profundidad
de las virtudes en sí mismo y en los demás. Toda virtud procede del amor y del
propio conocimiento. Por lo tanto, la profundidad del amor y la humildad en el
corazón dicta la profundidad de toda virtud. Lo que más ilustra a los hijos y a
los alumnos es la ejemplaridad, es el
medio por excelencia para educar, asimismo la congruencia.
Hoy que se discute tanto sobre si se ha de dar
educación sexual en el jardín de Niños o no, es obvio que serviría mucho más
darles una educación en las virtudes humanas, es decir, educación de la
voluntad para que sean niños que tengan hábitos buenos, que sean generosos, templados,
fuertes, sinceros, honestos, responsables, alegres y respetuosos de los
mayores.
Benedicto XVI escribió:
Tened un gran respeto “por la institución del sacramento del matrimonio. No
podrá haber verdadera felicidad en los hogares si, al mismo tiempo, no hay
fidelidad entre los esposos (...). Al mismo tiempo Dios os llama a respetaros
también en el enamoramiento y en el noviazgo, pues la vida conyugal que, por
disposición divina, está destinada a los casados es solamente fuente de
felicidad y de paz en la medida en que sepáis hacer de la castidad, dentro y
fuera del matrimonio, un baluarte de vuestras esperanzas futuras” (Discurso del Papa a los jóvenes en el
estadio de Pacaembu, en Sao Paulo, Brasil).
Somos lo que hacemos día a día, de modo que la excelencia
no es un acto sino un hábito, dice Aristóteles. Jeremías, profeta, escribe: “¿Puede
un etíope cambiar el color de su piel y una pantera borrar sus manchas? Así
tampoco ustedes pueden hacer el bien, estando habituados a hacer el mal” (Jer 12,23).
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