Almas encarceladas
Con frecuencia ubicamos a la gente en categorías como altos y chaparros,
ricos y pobres, jóvenes y viejos, buenos y malos, sanos y enfermos, etc. Pero
es fácil perder de vista que existen otras categorías que tienen más
importancia, en cuanto: libres y prisioneros.
Ahora bien, los presos pueden estar recluidos en cárceles donde deberían
purgar sus condenas, pero también, existen otros reclusos que llevan sus celdas
a todas partes. Son prisioneros de vicios como el alcohol, las drogas, la
pornografía, el juego… Otros, en cambio, están confinados dentro de
enfermedades mentales.
Estamos asomándonos a una realidad tan compleja como terrible. Ese mundo
en el que trabajan los psicólogos y psiquiatras tratando de curar, o paliar,
los sufrimientos de enfermos y sus familiares. Si para los especialistas es
difícil entender y resolver una variadísima gama de enfermedades psíquicas,
para quienes no tenemos esa preparación es muy fácil ser injustos al
interactuar con neuróticos, psicópatas, o con personas que padecen depresiones,
por mencionar algunos ejemplos.
Quienes sufren de tales padecimientos pueden ser más propensos a
maltratar a los demás, y caer en actitudes de todo tipo. Dichas conductas
suelen interpretarse en la sociedad como faltas de educación o de mal genio;
como si se tratara de personas egoístas a las que sus padres no supieron
enseñarles el respeto a los demás. Pero no se les ve como enfermos. Quizás lo
más difícil en estos temas sea poder distinguir entre los realmente enfermos, y
quienes simplemente son maleducados, flojos, tóxicos y agresivos.
Desafortunadamente, aquí se cierran los círculos viciosos, pues lo que
está motivando las conductas antisociales, con actuaciones negativas que no son
necesariamente voluntarias. No son manifestaciones de conductas libres, sino de
individuos recluidos en sus prisiones ambulantes. Son, en definitiva, almas
encarceladas, pero a las que siempre se les juzga como culpables, todo lo cual
se revierte en más reacciones negativas, que terminan dañando a todos los que
están cerca. Estos casos son tremendamente duros y difíciles, y más frecuentes
de lo que podría parecer.
En aquellas agrupaciones enfocadas a ayudar a personas con problemas de
conducta, se pueden escuchar historias de gente que sufre por dentro, sus
propios males, y por fuera, por saberse rechazados. Hay, incluso, enfermos
quienes padecen tales desequilibrios, que no pueden distinguir entre lo bueno y
lo malo. Simplemente las categorías morales para ellos no existen. Esto es mucho
más grave, y dicha incapacidad puede hacerlos peligrosos.
De todo esto podemos deducir la importancia de asesorarnos con personas
que sí conozcan sobre estas problemáticas para recibir orientaciones sobre el
diagnóstico, y las convenientes formas de tratarlas. Quizás aquí, como sucede
en otros asuntos, podamos decir que si no eres parte de la solución, eres parte
del problema. Y en todos los casos, se requiere de un gran esfuerzo de
prudencia y paciencia.
Alejandro Cortés González-Báez
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