Ir a los Retiros
De cuando en cuando el Señor se retiraba lejos de la muchedumbre en
compañía de sus Apóstoles, como lo relata San Marcos. Venid vosotros solos a un lugar apartado y descansad un poco. Porque
eran muchos los que iban y venían, y ni siquiera tenían tiempo para comer. Se
marcharon, pues, en la barca a un lugar apartado ellos solos (Mc 6, 31-32).
Nos enamora esta solicitud de Cristo por los Apóstoles, y vemos como se
reproduce en los retiros esta escena evangélica. Nosotros nos apartamos de la
muchedumbre cuando vamos a un retiro. Con esos medios tratamos más al Señor, y
tenemos luego más fortaleza para las complicaciones de la vida ordinaria.
Desde el principio del Cristianismo, muchos fieles se retiraban a un
lugar tranquilo para orar y tratar de mejorar su vida espiritual. Lo enseñó
Jesús mismo, con sus cuarenta días de ayuno y oración. Esto es lo que
pretendemos con los días de retiro, tanto mensuales como anuales.
San Jerónimo daba el
siguiente consejo en el siglo IV, a una madre de familia: Lleva de tal modo la solicitud de tu casa, que des también algún reposo
a tu alma. Escoge un lugar oportuno, un tanto apartado del estrépito de la
familia, y acógete a él como a un puerto, como quien sale de una gran tormenta
de preocupaciones. Calma, con la tranquilidad del retiro, las olas de los
pensamientos, excitados por los asuntos de fuera. Pon allí tanto empeño y
fervor en la lectura de las Sagradas escrituras, sucédanse tan frecuentes tus
oraciones, sea tan firme y denso el pensamiento de la vida futura, que
fácilmente compenses con este reposo todas las ocupaciones del tiempo restante.
No digo esto porque intente retraerte de los tuyos; lo que intento más bien es
que allí aprendas y allí medites cómo has de comportarte con los tuyos
(Epístola 148, 24).
El Padre Javier Echevarría,
decía a los que iban a comenzar un curso de retiro: “Vais a considerar las verdades eternas y la vida de Nuestro Señor
Jesucristo para aprender de él. Cuantas menos palabras digáis, mejor, y cuanto
más tiempo podáis pasar en el oratorio, mejor también”.
Las grandes
cosas ocurren en el silencio del corazón. Moisés no tenía con quien hablar
en el Sinaí, estaba en silencio con Dios.
Teresa de Calcuta dijo: “El propósito de un
retiro no es otro que el empeño de progresar en la conciencia y el amor de
Dios, de purificar nuestra propia persona, de enmendar y transformar nuestra
vida en conformidad con la vida de nuestro modelo, Jesucristo”.
Todos los seres humanos necesitan retiros donde hacer oración, donde
poner las cosas en una balanza. Cuando Dios quiere atraer un alma generalmente
la lleva a un sitio solitario y allí le habla con palabras de fuego que
derritan su alma, preparándola para doblegarse a sus mandatos y a recibir la
forma de vida que Él quiere para cada uno (Catalina Rivas, La Puerta del Cielo, en
LoveAndMercy.org).
En el retiro se puede pasar muchos ratos, sin prisa, con Él, mirándole,
hablándole, preguntándole y aprendiendo a escucharle. Se guarda silencio, pero
no se trata de no hablar con los demás y ya, sino de percibir que tratamos de
hablar con Dios y dar vueltas a asuntos de Él.
La
gran enfermedad de la edad moderna
—advertía el Papa Pío XI— es la falta de
reflexión: un verterse febril y constante hacia las cosas exteriores, una
apetencia inmoderada de riquezas y placeres, que poco a poco van atenuando en
las almas los más nobles ideales, hasta sumergirlas en las cosas terrenas y
transitorias, sin permitirlas elevarse a la consideración de las verdades
eternas, de las leyes divinas, de Dios (Pío XI, Litt. enc. Mens nostra, 20-XII-1929).
El ritmo de la
vida actual y la abundancia de imágenes que entran por los sentidos, ha
conducido a que millones de personas vivan sólo de sensaciones pasajeras,
totalmente olvidadas de su alma y de Dios. Por eso hoy mucha gente anda
“anestesiada”, “narcotizada”.
Los bautizados,
que por vocación divina hemos de santificarnos en medio del mundo, estamos
expuestos a las mismas influencias y a idénticos peligros que los demás. Por
eso hemos de cuidar con esmero el Curso de retiro mensual o anual.
Los retiros contribuyen a serenar el alma y a fortalecer las potencias
espirituales. Asistir al retiro es como ir al médico divino para hacer un
reconocimiento de cómo estamos. En otras ocasiones, se dice que vamos a “cargar
las pilas”. El Papa Benedicto XVI
recomienda: “Es necesario desarrollar la capacidad de escuchar con el corazón a
Dios que habla” (Discurso 23-X-2006).
Las almas contemplativas sostienen al mundo. A San Francisco y a Santa
Teresa de Ávila les tocó ser puntales en su siglo. El siglo XXI nos toca a los
laicos que vivimos en él.
El silencio exterior resulta muy importante para escuchar la voz de Dios,
entretenerse con Él y captar las exigencias de su amor. Es esencial cuidar al
máximo el comportamiento en el oratorio o en la capilla: Observar el silencio,
no hablar con los asistentes, no “ahorrarnos” genuflexiones y hacer un profundo
examen de conciencia para luego hacer una buena confesión.
Una condición para aprovechar el tiempo de retiro es la humildad, que se
concreta, entre otras cosas, en un sincero deseo de mejora. No sabemos lo que
Dios nos ama; hay que pedirle que creamos más en su Amor. Un tema importante es
el de la Pasión del Señor, “la cosa más alta y divina que ha sucedido jamás
desde la creación” (Luis de la Palma).
Labor de examen. Objetivo
principal de un Retiro es profundizar en el examen de conciencia, sino,
perdemos una gran ocasión de rectificar y de llamar a las cosas por su nombre.
“Esto fue soberbia; esto pereza; aquello, egoísmo puro...”. Con ayuda de la
Virgen María, Possumus! ¡Podemos!
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