Trabajo y vida familiar son compatibles


 

Hace unos días me invitó una amiga a comer a su casa.  A Sergio Fuentes Maya -su esposo, doctor en ingeniería-, le hicieron un homenaje en el Departamento de Sistemas de la Facultad de Ingeniería, en la UNAM, para reconocer su trayectoria académica y profesional, pero no le avisaron que debía hablar unos minutos. Él, ni tardo ni perezosos se levantó de su silla, se dirigió al micrófono y les habló de una idea central que acababa de empezar a vivir: “La vida para mí era un trípode. Primero era mi trabajo, luego mi familia y luego, en tercer lugar, Dios. Por vueltas que da la vida, pude darme cuenta de que mi trípode, estaba mal, así que decidí arreglarlo: 1º está Dios, en 2º lugar la familia y en 3er lugar el trabajo. Eso supone ganar menos dinero, sin embargo, mi vida cambió para bien pues esa es la jerarquía justa y ahora siento que mi vida adquiría más orden y sentido”. Señaló que esa institución le ayudó a cumplir un sueño, y después de 35 años de docencia, decidió jubilarse. Varios académicos dieron testimonio de cómo les ayudó el doctor Fuentes Maya en su vida personal.

Quince días después tomé un taxi y el conductor me contó que el trabajaba duro, el sábado se desvelaba manejando el taxi, el domingo se levanta a las 12 y, una vez repuesto, vuelve al trabajo. Pregunté: “¿Y por qué ese exceso de trabajo?”. Respondió: “Tengo muchas deudas porque le he hecho mejoras a la casa”. Ya no le dije nada porque vi que estaba cerrado a todo cambio, sólo pensé: “La casa se queda en esta tierra y el alma, que dura una eternidad, esta algo descuidada”. Y es que sólo el Espíritu Santo nos puede convencer de que la verdadera jerarquía de valores es otra.

Trabajo y vida en familia son compatibles y pueden ser un encuentro con Dios.

¿Y cómo se santifica el trabajo? Haciéndolo bien, ciertamente, pero no basta. Haciéndolo con amor, ciertamente, ¡pero falta algo! ¿Qué falta? Unir nuestro trabajo al de Jesucristo. Él pasó 30 años de vida oculta y gran parte de esos años los pasó trabajando, y, a la vez, redimiendo, es decir, rescatando almas para Dios. Si nos unimos a Su trabajo, el nuestro adquiere relieve y santidad, aunque sea un trabajo oculto, sin que se haga notar, como fue el trabajo de Santa María y de San José.

Jesús pasó la mayor parte de su vida terrena en la oscuridad de un pueblo, Nazaret, apenas conocido dentro de su misma patria. Esos años están llenos de luz y de lecciones para nosotros; el valor de sus obras fue siempre infinito, y llevaba a cabo la Redención cuando pulía la madera, como cuando ayudaba a su madre en casa o cuando en su vida pública le seguían las multitudes. Dice el Evangelio que “todo lo hizo bien”. Además, en su predicación se nota que conoce bien el mundo del trabajo; habla de pastores y pescadores, de sembradores, panaderas y artesanos, de constructores y viñadores.

El ocio no ha hecho santo a ninguno, por tanto, hay que amar el trabajo y hacerlo. El Fundador de la Obra, metido en la entraña de la Iglesia, subraya dos cosas: hacer presente a Dios en la vida diaria y trabajar bien. San Josemaría conecta la gracia continua del Espíritu Santo con el trabajo. La santificación del trabajo y la santificación del mundo es lo mismo. Se trata de tener presente a Dios y hacer presente a Dios. En el mundo hay invitaciones continuas para tener presente a Dios.


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