El Sacramento de Matrimonio, camino vocacional
Charles Chaplin le dijo a su novia, mucho más joven
que él: “Cásate conmigo para que yo pueda enseñarte a vivir, y tú me enseñes a
morir”. Contestó: “No Charlie, me casaré contigo para aprender a ser madura y
enseñarte a mantenerte joven para siempre”. Juntos dieron la bienvenida a ocho
niños en el mundo.
Dios mismo es el autor
del matrimonio (GS, 48,1). ¡Qué gran idea tuvo!
Hemos de
tener una visión positiva y alegre de la vida matrimonial, la amistad conyugal ayuda mucho si se le
cultiva. Yo recuerdo que mi madre siempre tenía algo interesante que contarle a
mi papá. Le gustaba mucho leer historia del antiguo Egipto, de los héroes
nacionales y de la historia europea, y mi papá se encantaba de escucharla. Ayuda
mucho tener intereses comunes para lograr afianzar esa amistad.
En un
artículo titulado “El amor matrimonial como proyecto y tarea común”, dice que
la unidad es el secreto de la vitalidad y la fecundidad en todos los órdenes de
la vida. El amor matrimonial, aunque comience por el sentimiento, se consolida
por la unidad de objetivos, deseos y aspiraciones en el proyecto común de vida.
Sin
el enamoramiento la especie humana difícilmente sobreviviría. El matrimonio
indisoluble es una exigencia de la naturaleza antes que un producto de las
tradiciones culturales o de creencias religiosas. El compromiso que se contrae
no es “vivir con” sino vivir para el
otro, se trata de entregar la propia vida por el otro.
Nos
toca a cada uno cuidar el propio matrimonio y la familia. A veces nos toca
ayudar a matrimonios en situaciones críticas. Además, el sacramento del
matrimonio santifica la relación. ¿Y qué nos pide Dios? Ser santos. La familia
es una escuela de vida, donde se educa en el amor y se integra el corazón,
cuerpo y alma. No dejemos que la escuela suplante esos “momentos de oro” cuando
la madre explica a su hija – y el padre a su hijo varón- qué significa pasar de
ser niña a adolescente y la belleza de ir al matrimonio con el cuerpo limpio.
Los hijos en el proyecto común
Dentro
del proyecto familiar, la educación de los hijos –si los hay-, es quizá la
tarea principal. Desde pequeños los hijos necesitan ver que sus padres están
unidos, que no pelean ni discuten enfrente de ellos. Las cosas que suceden en
el hogar influyen para bien o para mal en las criaturas. Tienen que palpar su
común acuerdo acerca de las cosas importantes, han de descubrir, en los
detalles y gestos, que son aceptados y amados por lo que son, incondicionalmente: ¡Qué bueno que estés con nosotros y formes
parte de nuestra familia!
Una
prima que vive cerca de los Alpes, en Francia, me contó que pidieron a su
comunidad ayuda para atender loquitos, y esa ayuda consistía en tener a uno de
ellos el fin de semana en sus casas. Ella aceptó a uno de ellos, y después de
varios meses, a la hora de recogerlos, el loquito se escondió y tuvieron que
regresar sin él. Cuando apareció el loquito le comunicó a mi prima que quería
quedarse en esa familia para siempre, ¡había encontrado un hogar! Así que
firmaron los papeles para su “adopción”.
Si los hijos viven en un ambiente de
realidades y no de caprichos, será más fácil que aprendan a autogobernarse y
que, a su tiempo, quieran repetir el modelo.
Un
padre golpeador va a facilitar que su hijo lo sea, porque las conductas de los
padres tienden a repetirse en los hijos. Más que violencia hemos de apegarnos
al diálogo, a la comunicación con los hijos.
En
Texas, un día un niño se cayó del autobús escolar y tuvieron que darle unas
puntadas en la cabeza. En el recreo se puso a correr con otro y se rompió un
diente; en la tarde ese mismo niño se cayó y se fracturó un brazo. El director
de la escuela, Chapman, decidió llevarlo a su casa antes de que otra cosa
pasara. Durante el viaje Chapman notó que el niño guardaba cuidadosamente algo
en su bolsillo. Le preguntó; “¿qué es?”. “Una moneda de 25 centavos”, respondió
el niño, “la encontré en el patio antes de caerme”, y continuó emocionado “nunca
había encontrado una moneda de 25 centavos. ¡Este debe ser mi día de suerte!”.
Es
cierto que cada hijo es una novela que escriben ellos mismos conforme van
madurando, pero se pueden topar con obstáculos que no ayuden a su estabilidad,
como la pornografía y tantas conductas delictuosas.
Cuando
los hijos ven que sus padres se quieren, se sienten seguros, esto aporta
estabilidad a su carácter, crecen con serenidad y con energía para vivir. Si
además procuran convivir el mayor tiempo posible con ellos, aprenderán las
exigencias de la entrega a los demás como por ósmosis. La familia es camino
para vivir la caridad con los demás.
En
la familia no hay dos proyectos singulares, sino uno que enriquece la vida de
ambos, cada uno con sus zonas de autonomía y de convivencia.
El
secreto del amor es querer que el otro
sea feliz. El Papa Francisco dice que “las madres son el antídoto más
fuerte a la difusión del individualismo egoísta” (Audiencia 7-I-2015).
La
mujer y el hombre maduros saben practicar el respeto a la autonomía y
personalidad del otro. Es más, cada uno vive la vida del otro como propia.
Milagro es el que se llevó a cabo en las bodas de Caná: el
agua se convierte en vino, y es palpable; misterio
significa que hay un cambio, pero no lo vemos, como en el caso de la
transustanciación, al convertirse el vino en la Sangre de Cristo durante la
consagración en la Santa Misa.
El
misterio de la Santísima Trinidad es que las tres Personas viven una unidad perfecta, pues este es también el
misterio del matrimonio. Dios es una vida de relación permanente. El matrimonio
es una alianza, símbolo de la Alianza que une a Dios con su pueblo, por eso una
ruptura es grave.
En la fidelidad matrimonial está la
felicidad. Si los hijos maduran en la fidelidad de los padres, aprenden el
secreto de la felicidad y el sentido de la vida.

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