Un Desconocido cultiva mi terreno
Con un título semejante, la doctora Ana Tere López de
Llergo habla de cómo el Espíritu Santo actúa en nuestra alma si encuentra las
disposiciones pertinentes. Puede haber una reciprocidad de inquilinos, en la
Tierra el ser humano aloja a Dios, en el Cielo, la casa del Padre, Dios aloja
al hombre. Para lograrlo, hay que dedicar todos los días un rato a conversar
con nuestro Padre Dios, pedir su ayuda y darle gracias por los bienes
recibidos. Luego, hay que estar dispuestos a seguir lo que Él pide.
Para recibir mejor la acción del Espíritu Santo hay
que preparar el terreno del alma: quitar piedras, emparejar y abonar. Para
lograrlo se requiere el esfuerzo por ser modestos buscará no ser protagonistas
y evitar imponer los propios criterios. Hay un mundo mil veces superior a este
en el que vivimos, un mundo para el que fuimos creados.
Preparamos el terreno cuando fomentamos la castidad,
la benignidad (dar buenos consejos y luchar contra la comodidad excesiva) y la
bondad (fijarse en los aspectos positivos de los demás). La mansedumbre
destierra las reacciones de enojo o violencia. La fidelidad se apoya en la
lealtad, que consiste en defender y respetar a las personas y a las
instituciones con quienes estamos vinculados.
Respecto a la manera de trabajar y de afrontar
problemas hemos de cultivar el optimismo y la confianza en el Señor, y Dios
pondrá el incremento. La caridad es la meta, es la reina de los frutos del
Espíritu Santo. Dios, en su vida íntima, es amor.
Muchas veces desconocemos el mundo sobrenatural que
llevamos dentro, se nos olvida que estamos hechos de barro y del soplo
divino. Dios ha depositado muchas riquezas en nuestro corazón, y más si
hemos recibido el Bautismo. Llevamos un mundo más excelente y bello que el
mundo exterior. Cada alma desarrolla en distinto grado las virtudes y los Dones
del Espíritu Santo. Las virtudes y los Dones son preciosas semillas que
necesitan cultivarse. Dios las ha puesto en germen y está ansioso porque le
pidamos su ayuda.
¿Cómo se desarrollan los Dones del
Espíritu Santo en nosotros?
Luis María Martínez afirma que se requieren tres
cosas: la primera es acrecentar en nuestros corazones la caridad
porque la raíz de los Dones es la caridad. El que ama, ve y escucha lo que
otros no ven ni escuchan. El segundo medio es desarrollar las virtudes
infusas recibidas en el Bautismo; a medida que crecen, se le prepara el
terreno al Espíritu Santo para que trabaje en nuestra alma; para que nos hable,
nos inspire y nos mueva. La tercera cosa que hemos de hacer es ser
dóciles a las mociones del Espíritu Santo.
Cuanto mejor recibamos las inspiraciones divinas, más
se irán perfeccionando en nosotros los “receptores misteriosos” que son los
Dones del Espíritu Santo. Estas mociones imprimen en nuestros actos un modo
divino de actuar (cfr. Luis M. Martínez, El Espíritu Santo y sus Dones,
Ed. La Cruz, pp. 19-23).
El nombre y el número de estos Dones los encontramos
en un pasaje del profeta Isaías: “Brotará una vara de la raíz de Jessé, una
flor nacerá de esta raíz, y descansará en ella el Espíritu de Sabiduría y de
Entendimiento, El Espíritu de Consejo y de Fortaleza, el Espíritu de Ciencia y
de Piedad, y la llenará el Espíritu del Temor del Señor”. Lo que Isaías
llama “espíritus”, en teología se llaman Dones.
En el entendimiento el Espíritu Santo ha puesto
cuatro Dones; sabiduría, entendimiento, ciencia y consejo, que corresponden a
distintos hábitos intelectuales. Para la voluntad está el Don de piedad,
para arreglar y disponer nuestras relaciones con los demás. Para dominar la
parte inferior de nuestro ser están la fortaleza y el temor de Dios, para moderar
los ímpetus desordenados.
En nuestra voluntad tenemos dos virtudes altísimas: la
esperanza y la caridad, que pueden tener función de virtud y función de Don,
asegura Luis M. Martínez. A cada uno se nos podría decir: “¡Ah! ¡Si conocieras
el don de Dios, si supieras lo que llevas dentro!…”. Al menos hay que
presentir este mundo divino.
Para el que ama hay un temor que está por encima de
todos los temores, la separación del amado, y este temor dirigido por el
Espíritu Santo es el Don del Temor. Es un temor nobilísimo. Este Don conecta
con la humildad, porque ella nos hace conocer nuestro verdadero valor e
impide las rebeliones contra Dios.
Como es natural, en los dones se dan grados como se
dan también en las virtudes. Los que poseen en perfección el Don de sabiduría
son los pacíficos y ellos son los hijos de Dios, tienen la imagen más perfecta
del Hijo de Dios. Este Don nos hace conocer los tesoros del dolor llevado por
amor al Señor. A la luz de este Don ¡es tan bella la Cruz! Tiene algo de
divino, algo de Jesús.
San Bernardo decía: “Cuando escribes tu relato no
tiene para mí ningún sabor, si no está allí el nombre de Jesús. Una conferencia
o una conversación no me agrada, si no escuchan mis oídos el nombre de Jesús.
Jesús es miel a los labios, melodía a los oídos, júbilo al corazón” (Homilía
15, in sant).

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