La Santísima Trinidad, paradigma de la familia
¿Qué hay en el seno de la Santísima Trinidad? Unidad,
amor, comunicación, relaciones de paternidad, de filiación y de amor. La
Santísima Trinidad es modelo de las relaciones humanas y familiares. La
Trinidad puede simbolizar todas las relaciones. En la UNAM una filósofa hacía
su tesis doctoral sobre las relaciones humanas y comenzó su investigación estudiando
las relaciones en Dios Uno y Trino, y así lo enseñaba a sus alumnos. ¡Es impresionante!
Ser persona consiste en ser, al mismo tiempo y
esencialmente, individuo y relación. Ahora bien, sólo en la familia se
destaca plenamente la individualidad.
En ella, tengo un nombre propio y son conocido en los rasgos que contribuyen a
formar esa individualidad. Y, al mismo tiempo, en la familia adquiero un “rol”
–padre, hermano, hijo, etc.- y soy, por tanto, relacional. Es el amor el que
une a sus miembros. Y esta idea la reafirma San Juan Pablo II: “Nuestro Dios en
su misterio más íntimo no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en
sí mismo paternidad, filiación, y la esencia de la familia es el amor (Espíritu
Santo)”.
¿Cómo ser, en familia, un vivo reflejo de la Trinidad?
La familia atraviesa cada día muchos problemas y retos. Hemos sido creados a
imagen y semejanza de Dios. El Señor sueña con familias en las que demos y
recibamos amor, con que sepamos perdonar y pedir perdón. Si conseguimos hacer
las paces al final del día, aunque sea con un pequeño gesto o una caricia, la
armonía familiar se restaura y el amor se activa. ¡Cuántas enfermedades se
deben a la falta de amor!
La Trinidad es un misterio que nos fue revelado por el
mismo Jesús. Cristo enseña que él y el Padre son uno, y que, cuando deje este
mundo, enviará al Espíritu Santo para que nos acompañe, nos ilumine y nos dé
fuerza. Jesús nunca usa la palabra Trinidad, pero la Iglesia sí, y la ha
aplicado a la unión de las tres Personas divinas.
En cierto sentido podemos representarnos la Trinidad
como una familia. Toda comunidad familiar que intenta ser un verdadero hogar
con relaciones serias y profundas es, de alguna manera, un reflejo de la
Santísima Trinidad. Dios es santo y verdadero y eso nos pide a nosotros, que
seamos santos y sinceros.
Es necesario descubrir la
presencia de la Santísima Trinidad en el alma, y aprender a gozar de ella como
han sabido hacerlo los santos.
Dios no es un conjunto de ideas abstractas, sino una
comunidad de amor, asevera el Papa Francisco. La Trinidad es el principio y
origen de la creación, la redención y la santificación.
En el nombre del Padre… Invocamos el más grande
misterio de Dios en sí mismo. Una oración que la cristiandad ha dicho millones
de veces. Nuestro primer deber es glorificar a la Santísima Trinidad, agradecer
su ser y su obrar. Tenemos la alegría de conocer el misterio de Dios en sí
mismo. Para esto hemos sido creados. León XIII dice que para contemplar este
misterio han sido creados los ángeles en el cielo y los hombres en la tierra.
A la Santísima Trinidad no la conocieron Abraham,
Moisés, David. La primera persona que la conoció fue María, de manera
explícita. No la conocen los musulmanes ni los judíos.
Dios es familia, es un misterio de amor. El hombre es
imagen de Dios porque es un ser para el amor.
En la persona del Padre vemos al Creador de todas las
cosas, Padre verdadero que por amor a sus hijos, envió a su Primogénito y a su
muy amado, a vivir en la tierra de dolor y a morir por nosotros.
En la persona del Hijo adoramos al Salvador del mundo,
a la Víctima ofrecida por nuestra redención, al Señor y Maestro, al Amigo. Al
Esposo de las almas.
Al Espíritu Santo lo veneramos con afecto; es ciencia,
sabiduría, fortaleza, piedad y, sobre todo, amor. Sin él, ni un pensamiento
bueno nos puede ser sugerido.
El Señor le aconseja a Gabriela Bossis, dramaturga
francesa del siglo XX: Antes de
entrar en conversación conmigo, hazte introducir por mi Madre, por San José y
por los ángeles. Son como una corte de honor que suplirá tus deficiencias. Un
niño pequeño no entra solo en un salón, las personas mayores lo rodean y hablan
por él. Yo, por mi parte, pido que lo dejen venir a mí. Todas las almas son
para mí hijos pequeñitos. Dame tu confianza. ¿Cuándo se te hubiera ocurrido que
yo pudiera por una terrible Pasión y Muerte sólo por salvarte? ¿Hubieras podido
pensar en algo como mi sacramento de la Eucaristía? (Cuaderno 1, n.
303).

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