Camino, Verdad y Vida
Cristo afirma: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan
14,6) y, en verdad, es el único camino.
La centralidad de la persona de Cristo quiere
decir que es a él a quien queremos conocer, tratar y amar y así ir por caminos
de contemplación. San Agustín observa que Jesús “es el señor de la Historia
y de nuestra historia”. Este santo percibe la historia como un “mosaico” en
el que todo adquiere sentido visto desde la perspectiva de Dios y la vida eterna.
Cristo es la clave para comprender el orden divino y el propósito de la vida
humana.
Una persona dispersa es aquella que está en varias cosas
a la vez, sin profundizar en ninguna. Es muy cansado estar en dos o más cosas a
la vez, y Jesús nos centra al decir: “Sólo una cosa es necesaria” (Lucas
10,38). En la serie The Chosen, Jesús explica con gran delicadeza, a
Marta y a sus discípulos, qué quiere decir esa frase, y termina dándole las
gracias a Marta.
En otra escena de la 4ª temporada de The Chosen,
Jesús se encuentra con su Madre en Betania. Los discípulos están muy contentos
porque celebran la fiesta de Janucá o fiesta de las luces, que recuerda la
Dedicación del Templo, después de que los Macabeos recuperan su ciudad,
Jerusalén. Allí, en sitio aparte, Cristo le confía a su madre que sus amigos
tienen miras humanas, que les falta fe, y eso le duele.
Nos podrían preguntar: ¿Para qué te levantas?, ¿para qué
trabajas?, ¿para qué sufres las inclemencias del clima?, para que sobrellevas
las asperezas de la vida? Todo es por Jesucristo, quien nos lleva al Padre, es
camino de salvación.
Luego, estamos rodeados de la “cultura de la muerte”, la
eutanasia, la pornografía, el suicidio, las adicciones, etc. Sin embargo, Dios
nos pide que tengamos amor a la vida: a la vida vegetal, animal y
racional. Y pienso que todos tenemos amor a la naturaleza y a la vida que
habita en ella. Y muchas personas le han respondido a Dios que sí, de tal modo
que testifican y han sido mártires, santos y santas.
En general, la centralidad de Cristo es un pilar del
cristianismo, y todos los creyentes son llamados a seguirlo y ponerlo en el
centro de su vida. Así lo hicieron San Juan Crisóstomo, Santa Teresa, San Pío
de Pietrelcina, San Josemaría Escrivá, la beata Guadalupe Ortiz de Landazuri, y
quince mil santos y beatos reconocidos. Hay otros santos aún no reconocidos -anónimos-
cuyas vidas tuvieron como centro a Jesucristo.
San Juan relata que Jesús dijo que él era el camino, la
verdad y la vida (Juan 14,6). Jesús ha dejado en este mundo las huellas limpias
de su paso, señales que nadie ha logrado borrar, dice San Josemaría en Amigos
de Dios. Él es la única senda que enlaza el cielo con la tierra; lo declara
a todos los hombres. Somos nosotros los que a veces no alcanzamos a distinguir
su Rostro, por eso podemos decirle como el ciego de nacimiento: “Señor, que
vea” (Lucas 18,41). Hay que repasar el ejemplo de Jesús, su abnegación, sus
privaciones: hambre, sed, fatiga, calor, sueño, malos tratos, incomprensiones,
lágrimas; y su alegría de salvar a la humanidad entera.
En una entrevista, Vittorio Messori dice: ¿Cuándo
decidí aceptar la Iglesia? Cuando, al reflexionar sobre el Evangelio, me di
cuenta de que el Dios de Jesús es un Dios que quiso necesitar a los hombres,
que no quiso hacerlo todo solo, sino que quiso confiar su mensaje y los signos
de su gracia -los sacramentos- a una comunidad humana. Es decir, si uno
reflexiona bien, acepta la Iglesia no porque la ame, sino porque forma parte
del proyecto de Dios. Me ha costado muchos años entenderlo, pero ahora estoy
convencido de que, sin la mediación de un grupo humano, en el fondo no
tomaríamos en serio la mediación de Jesús.
El camino que debemos recorrer está sintetizado en
los Mandamientos; la verdad que debemos creer, es enseñada por la
Iglesia en el Credo, el Evangelio y los dogmas; la vida que nos obtuvo
Jesús está en los sacramentos y en la vida de trato con Jesús. Y esto viene muy
bien explicado en el Catecismo de la Iglesia Católica, versión oficial.
La Virgen aceptó entregarle todo a Dios. Todo ha
venido de Cristo incluso María; todo ha venido de María, incluso Cristo.

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