La paz interior
Un sacerdote joven de
madre mexicana y padre chino, fue a Taiwan, y contó que estaba angustiado
porque no encontraba vocaciones chinas. Salió a dar un paseo y allí tuvo una
moción de Dios que le decía: “No te pido vocaciones. Quiero que adonde estés,
lleves paz y alegría: Eso basta”, y ese pensamiento lo serenó por completo.
Enfocar la propia vida
en función de lo que los demás piensen de nosotros es un error y fuente de
sufrimientos inútiles, y de pérdida de paz. Es lógico que procuremos que la
gente tenga una buena opinión de nuestra persona. Pero hipotecar nuestra existencia a ese objetivo es una frivolidad.
Poca estima tendría quien se juzgara sólo según el criterio ajeno.
La persona madura y
realista no se sorprende de que la vida tenga dificultades. Una persona
optimista que conocí decía que, al ver un obstáculo, pensaba: “Éste me lo salto yo”, y, efectivamente,
siempre salía avante.
La voz humana, la
palabra, tiene un gran peso en el ánimo de los demás. La palabra puede ser
bálsamo, luz, poesía, gozo, compañía, ilusión, cariño... y sólo eso debería de
ser. El silencio también puede ser eso mismo, ante el que el alma se siente
abrigada por pensamientos de paz. Para que haya paz en el mundo se necesita
también la paz de las palabras. Sólo
en un clima de silencio interior es posible oír la voz de Dios, entretenerse
con Él y captar las exigencias de su amor.
Exagerar, dramatizar,
descalificar, considerarnos mártires e incomprendidos, abandonados a un destino
adverso refleja una personalidad inmadura e infantil, donde la queja es el mecanismo de defensa para
que se nos dé la razón. El victimismo
siempre es sospechoso y más cuando se convierte en una actitud ante la vida.
Hay que estar alerta porque todos tendemos a echarle la culpa a los demás de lo
que nos sucede.
La gente juzga demasiado, sin necesidad, y siempre
otorgando la razón a los nuestros con una ligereza asombrosa. No cabe duda de
que es más inteligente suspender el juicio cuando no tenemos todos los hilos de
la trama, o cuando vamos a concluir faltando a la caridad. Hay personas que
sólo emiten juicios negativos, quizás porque se han amargado; pero siempre
pueden salir de la trampa si ponen de su parte para considerar la parte
positiva. El ser humano siempre es redimible cuando abre la puerta de su
voluntad al rayito de luz que siempre
quiere entrar.
Con esa actitud se
evita crear un clima de división y de enfrentamiento que tan poco sirve para lo
más importante de la vida: amar y perdonar. Callar,
comprender y disculpar, son verbos que conjuga un corazón noble y agradecido.
Nuestros hábitos diarios dejan huella en nuestro
interior y crean una secuencia que facilita la paz interior, si son hábitos
positivos. Una vida metódica propicia grandes beneficios a quien la vive. El orden, la paz, la armonía, la serenidad,
son dimensiones de la felicidad. La persona que se destrampa a través del libertinaje, busca la felicidad pero lo que
encuentra es el desencanto y la culpa.
No es necesario tener
mucha experiencia para descubrir que la felicidad no viene de lo extraordinario,
sino que su camino de llegada recorre nuestro trayecto habitual.
¡Qué importante es
conocer los propios talentos y los propios puntos flacos! Todos tenemos un punto de genialidad que deberíamos
conocer y desarrollar; pero esa “chispa”
puede quedar sepultada si no nos conocemos y estamos tratando sólo de imitar a
los demás o de estar a la moda.
Lo que enriquece al
espíritu no es tanto conocer más cosas, sino ver en más profundidad las que ya
se conoce, es decir, ser cada vez más contemplativo.
“Al final de nuestra
vida, una vez que hayamos alcanzado a Dios, nos daremos cuenta de que no
existió nunca ningún problema” (C.S.Lewis).
Los escolásticos
decían: La virtud es el hábito de obrar bien y el vicio el hábito de obrar mal.
No hacer lo que me
apetece sino lo que es mejor para mí. La costumbre de vencerse en lo pequeño
ayuda a llegar lejos.
La Madre Teresa de
Calcuta nos dejó escrito:
El fruto del silencio es la
oración
El fruto de la oración es la fe
El fruto de la fe es el amor
El fruto del amor es el servicio
El fruto del servicio es la paz.

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