Muertos al pecado
Ya no
estamos sujetos al pecado debido a lo que Jesús hizo por nosotros. Esta es una
afirmación desafiante. Cuando hay arrepentimiento, el Señor volverá a tener
compasión de nosotros. Él dice: Yo derribo las trasgresiones.
Cooperar
con el Espíritu Santo, no apagarlo, como dice San Pablo. Como cristianos
debemos ser conscientes de lo que dice San Pablo: “No entristezcan al Espíritu
Santo”.
Jesús: “No todo el que dice Señor, señor, entrará en el reino de los
cielos”. Dirá: “Nunca los conocí”. Hay que actuar como Jesús, conocer su
enseñanza moral, nos pide ser santos. Y ser santo es elegir amar. Hay
que poner la vida de santidad como lo primero. Es importante reconocer que para
transformarnos hay que cuidar la relación con Jesús.
A través de la fe y el bautismo somos reconciliados con Dios. Dios nos
ama y quiere lavar nuestros pecados para que vivamos de una manera nueva. El pecado no es superior a la gracia.
¿Debemos
persistir en el pecado para que la gracia abunde? No, de ninguna manera. Si
hemos crecido en unión con él, también estaremos unidos a él en la resurrección
(cfr. Romanos 6,1). Ya no estamos en la esclavitud del pecado. Tenemos una
naturaleza renovada. Si Jesús vive en nosotros no podemos tener el pecado en
nosotros. Estamos vivos en Cristo Jesús y él está en nosotros. Tenemos que
renovar nuestra mente para sabernos muertos al pecado. Somos una nueva
creación, lo viejo ha pasado. Tenemos que creer lo que Dios ha hecho por nosotros
en el bautismo, no fue un proceso, fue un evento. El bautismo nos da una nueva
naturaleza, ese día nacimos en Cristo, nos convertimos en un hijo amado por
Jesús. Como pensamos sobre nosotros mismos, importa, porque así somos.
“No hago el
bien que quiero sino el mal que no quiero”. Es una descripción del pecado antes
de Pablo que estuviera viviendo en Cristo. Describe como era bajo la ley en su
Carta a los romanos. Hemos recibido el espíritu de adopción, lo que supone un cambio
drástico. En el pecado hay condena y vergüenza y el diablo quiere que nos identifiquemos
con el pecado. Una parte de la liberación es entender qué es verdad y qué es
mentira.
La
concupiscencia es real, pero podemos vencerla, son las inclinaciones al mal. El
hombre está herido en la inteligencia e inclinado al pecado, pero somos
convocados a la batalla espiritual. La concupiscencia no es pecado (como
afirman los protestantes), es inclinación a él. Tenemos la identidad de hijos
de Dios, por lo tanto, tenemos que hacer obras. Hay una identidad basada en
obras; no tenemos que pecar porque no estamos ya esclavizados. Jesús es nuestro
salvador.
Tenemos que
enfrentarnos al mundo, a la carne y al diablo, Jesús entiende por lo que
estamos pasando. Compartimos su ADN espiritual. La teología oriental dice que
conforme crecemos en madurez la naturaleza divina nos lleva a elegir vivir en
santidad.
¿Quién eres
frente al pecado? Para los que viven según la carne ponen allí su mente, para
los que viven según el espíritu ponen allí su mente. Estamos destinados a
buscar la santidad en las cosas de Dios.
Cuando un
esposo se casa pone su mente en su esposa, se entiende a sí mismo como esposo,
es una unión exclusiva. Va a saber que pertenece a su esposa, cree en su identidad,
va a ser más fácil renunciar a otra mujer. Su mente no está puesta en el
placer. Si un esposo no está seguro de que está casado, le va a costar más
resistir a esa tentación. El trabajo de ser fieles uno al otro fluye de su
identidad como marido y mujer. Están unidos en el Espíritu Santo.
¿Quién soy
yo en Cristo? Se preguntó un sacerdote. En una boda, uno de los novios no era
católico, y una chica lo invitó a bailar. El sacerdote le dijo que no por su
pertenencia a Jesús. Ella explicó que en su denominación protestante los
pastores se casan.
No somos
principalmente pecadores. Pablo les dice a los filipenses: Ustedes son santos;
a los efesios les dice que sean santos. Reconoce que han sido santificados, los
llama santos porque les recuerda su dignidad. A la Iglesia de Dios que están en
Corintios les dice: “Los que han sido santificados”. Necesitamos vivir en la
tensión de luchar por ser santos. No queremos alejarnos del llamado de Dios.
Debemos llamar a la gente a la santidad. “Dios nunca me elegiría”, dice alguno.
No se trata de ti, se trata de su vida dentro de ti. Lo que puedes hacer
tiene que ver con Él.
Estamos
en una batalla y estamos en el lado ganador, tengo al rey y al general que lucha por nosotros. Todos
somos pecadores, pero en otro sentido ya no tenemos la condición de pecadores.
Los fieles son los santos. Ya no estamos bajo el poder del pecado, aunque la
concupiscencia esté presente. Cuando pecamos Dios nos limpia en el sacramento
de la confesión, me perdona y me restaura en mi identidad. Este sacramento
grandioso, es Jesús aplicándonos los méritos de su Cruz. ¡Es increíble lo que
Dios hace con nosotros! Los cristianos están muertos al pecado, pueden
esforzarse en seguir el ejemplo de Jesús. (cfr. CEC 1694).

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