En recuerdo de San Juan Pablo II

 

Una profecía de Juliusz Slowacki, poeta visionario de mediados del siglo XIX, decía: “A un Papa eslavo le está deparado un trono... Valiente como Dios, afrontará las espadas. Para él, el mundo es fango”. Juan Pablo II, el primer Papa eslavo en la historia, cambia la escenografía del catolicismo: las plazas y los estadios son las nuevas catedrales. Los diarios le dedican grandes titulares.

Ante el anuncio de su elección, el 16 de octubre de 1978, al oírse aquel nombre impronunciable, de entre la multitud reunida en la Plaza de San Pedro se alzó un grito: “¡Es un Papa negro!”. Pasados unos instantes, los primeros en estallar de alegría son los polacos allí presentes: gritan, lloran, se abrazan.

El nuevo jefe de la Iglesia Católica, llegado del Este, es el primer Papa no italiano en 455 años y el primer Papa polaco en la historia. Es el”robusto montañés de Wadowice”, el pueblo donde nació, como lo describe el cardenal Wyszynski, arzobispo de Varsovia.

La misma noche de su elección, cuando se asoma al balcón central de San Pedro, deja en claro que es una figura inédita de pontífice. Los Papas anteriores bendecían a los fieles desde el mismo balcón pero no hablaban. En su primera aparición, Karol Wojtyla se presenta con un “¡Alabado seas Jesucristo!”. Improvisa algunas frases en italiano y dice:”Si me equivoco, corríjanme”. Y entonces la multitud aplaude entusiasmada.

El día del inicio oficial de su pontificado, el 22 de octubre, comienza con un intenso gesto sacro. El Papa mantiene en alto la cruz y dice a los hombres de la tierra: “¡No tengan miedo! ¡Abran de par en par las puertas a Cristo!”.

Fue una figura papal sin precedentes, que fascina y alegra a las multitudes. Tal vez ningún hombre en nuestros tiempos ha sido tan admirado y escuchado en todo el mundo. Sin embargo, no ha sido amado por todos. Ha sido atacado por los que quieren cambiar la moral sexual natural. Ha despertado la protesta de algunos intelectuales y de la cultura laica.

San Juan Pablo II se ha declaró fiel a las innovaciones del Concilio Vaticano II pero al mismo tiempo trató de poner orden en la agitación provocada por el mismo concilio. A los pocos días de haber sido elegido Papa manifiesta su deseo de recorrer el mundo: “Quiero llegara todos, a todos aquellos que rezan, a donde ellos rezan, desde el beduino, en la estepa hasta la carmelita descalza y el monje cisterciense en sus conventos, desde el enfermo en su lecho de sufrimiento, hasta el que está activo en la plenitud de su vida; desde los oprimidos hasta los humillados, a todos los lugares, quisiera traspasar el umbral de todos los hogares”.

 

San Juan Pablo II inició sus visitas pastorales el 25 de enero de 1979, con un viaje a México, donde es acogido por el inmenso calor humano de un pueblo que le quiere hasta la locura. Viajó luego a las grandes tierras donde campea la miseria, promueve obras asistenciales. Se hizo presente entre los mineros de Bolivia, entre los obreros de Monterrey, entre los prófugos de Asia, entre los pobres de India. Pide por la paz en medio de las armas, en Angola, en Perú, en Mozambique, en Sudán, en Jerusalén... estar junto a la humanidad doliente y abatida, formó parte de sus viajes. Quiso encaminar hacia Dios a una humanidad desacralizada, invocó la paz y la defensa de los derechos humanos, pisoteados en un mundo marcado por la violencia y la prepotencia económica. Para alcanzar esos objetivos, el Papa pidió la ayuda a los hombres de otras religiones. Por eso, cuando fue ingresado al hospital, han rezado por él católicos, musulmanes, protestantes y judíos.

Su último andar se hizo doloroso: por la infidelidad de quienes deberían de ser más fieles, por su vejez, por sus enfermedades, por los ingresos al hospital Gemelli, por la incomprensión de personas cercanas a él.

Decidido a reunir a los cristianos como una de sus máximas tareas dirigidas a “preparar la vía del Señor”, el Papa ha ido a los lugares de la Reforma protestante y al Oriente ortodoxo. También rezó para que el Señor adelante su Segunda Venida, palabras que encierran cierto misterio contenido en la Sagrada Escritura pero del que el hombre común vislumbra poco.

En un siglo supuestamente secularizado, el hombre más popular del mundo hablaba desde un altar. Tras su muerte, Juan Pablo II ha recibido el homenaje de los que le amaron y de los que, al menos, reconocen su talla humana y su importancia en la historia. Su vida es uno de esos momentos en la historia de la Iglesia en que se ve cómo Dios se sirve de un hombre para producir grandes cambios, en la escena mundial y, sobre todo, en el interior de las personas.

Una de las últimas palabras del Papa Juan Pablo II fueron para los jóvenes: “Os he buscado, ahora venís junto a mí y os doy las gracias”.


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