La tentación es superable
Los
seres humanos somos impredecibles. A veces pasa que alguien va muy bien y de
repente “se tuerce”. Estamos en una época de confusión moral. Los hijos están
desprotegidos cuando no conocen a fondo el Catolicismo ni la Biblia, tal vez tratan
poco o nada a Dios, y por ello, se los puede llevar el “viento” de las
ideologías, del relativismo (todo es relativo, nada es absoluto), del hedonismo
(sólo busco el placer), y desconocen que hace 40 años en Cuaresma, el ambiente
era otro-, casi nadie iba al cine ni a fiestas, y escuchaba poca música para
acompañar a Jesús en sus 40 días de ayuno en el desierto. Si no hay un poco de
sacrificio, de mortificación voluntaria por amor a Dios, el cuerpo nos lleva, nos
arrastra, las pasiones se pueden desbocar.
Si
amas a alguien, no seas motivo para tenga la posibilidad de perder la entrada
al Cielo. Sólo Dios juzga y, cuando hay arrepentimiento, siempre perdona. Pero,
¿nos perdonaremos nosotros mismos? Eso no lo sabemos. En principio sí, pues nos
sabemos capaces de todos los errores y de todos los horrores.
Si una
persona que se aleja de Dios, va cayendo en lo que no imaginaba: el alcohol, la
droga, el amor libre, la prostitución y otras desviaciones, y se le va haciendo
insoportable lo relacionado con el Señor, con Dios.
Dios
tiene la gran ilusión de que sepamos usar bien la libertad, aunque haya caídas.
Él cuenta con ellas, por eso nos regaló el sacramento de la Reconciliación, y
para darnos fuerzas para superar las dificultades, nos da el alimento de su
Cuerpo.
Lo
peor que nos puede pasar a los seres humanos es no discernir entre el bien y el
mal. Antes de hacer cualquier decisión importante, es muy recomendable ir al
Sagrario y platicarlo con el Buen Jesús, con nuestro Buen Pastor. Lo que está
en juego es mucho.
La
infidelidad del esposo golpea a toda la familia fuertemente. A veces herimos a
quienes más queremos. ¿Qué sucedería si la mujer hace lo mismo que el varón?
Los hijos te pueden decir que “no hay problema” pero ¿qué sucedería en sus almas?
Eso no lo sabemos a ciencia cierta.
El
profeta Ezequiel dice que, un hombre que repudia a su mujer, si ésta se une a
otro, y luego este segundo la deja, no debe de ser aceptada por el primero.
Pensé que a la mujer le toca esperar que el marido rectifique, aunque tarde,
pues a Dios no le agrada que haya segundas uniones si el cónyuge no ha muerto.
Es un pecado doble: contra Dios y contra el cónyuge. Y no es que Dios no quiera
nuestra felicidad. De hecho es lo que más
quiere, por eso nos compró el Cielo con su Sangre. Nos ofrece una felicidad
eterna e infinita, a cambio de una vida de fidelidad a Dios y a los compromisos
adquiridos. Ante el altar los cónyuges se comprometen a ser fieles mientras
dure la vida, a ayudarse, a sostenerse, y si uno no cumple, que al menos el
otro sí lo haga.
Todos somos
libres para hacer de nuestra vida lo que queras, pero no pongamos en peligro la
felicidad eterna, la que dura “para siempre”. Cristo no juega al hablar 23
veces en el Nuevo Testamento del lugar de tormento eterno. No hay que hacer
inútil su Sangre en nosotros.
Dios no tiene la culpa de nuestras in
fidelidades, ésas son acciones muy personales –fruto de una libertad mal
usada-, las podemos firmar como propias, como todo pecado. Por eso Jesús nos
recomienda rezar así: Padre, “no nos dejes caer en tentación”, pues podemos
caer en ella por debilidad o por mal corazón.
Hay
quienes afirman: “Dios no existe”: La Biblia dice que eso sólo lo dice el
necio. El literato ruso Dostoieski dice: “Si Dios no existe todo está
permitido”, pero él sí creía fuertemente en Dios. El Apóstol San Juan dice:
“Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe”. Por ello hay que pedir al
Cielo, con todas nuestras fuerzas, más fe cada día.
Dios
nos ama más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos. Dios nos
tiene preparado un banquete celestial en donde vamos a encontrar todas las
delicias y una música nunca oída por oído humano, y nos espera con un rostro
amable y un abrazo de Padre.
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