No trabajes los domingos
Vamos a Misa los domingos para dejarnos
encontrar por Dios. El domingo es día del Señor. No se trabaja. Sólo podemos
hacer una cosa en domingo: hacer el bien al prójimo, pero no por lucro.
Así como Dios reparte bendiciones especiales sobre las familias y
naciones que guardan fielmente el domingo, también amenaza con severos castigos
a los que profanan este día. La continuidad de esta profanación produce olvido
de Dios, desmoraliza a los pueblos y destruye el cristianismo en las almas
(cfr. Ex. Schouppe, “Curso abreviado de religión, o verdad y belleza de la
religión cristiana”).
El Tercer mandamiento –Santificarás las fiestas- nos manda honrar a Dios
con obras de culto en los días de fiesta. En las fiestas hemos de evitar
principalmente el pecado y todo lo que pueda introducirnos a él. Un taxista
comentaba: “Lo que dejo de ganar al guardar el domingo, Dios me lo repone y de
eso doy fe”. Dios no nos dice qué hacer el domingo sino qué no hacer: trabajar.
Y eso supone un acto de confianza en la providencia de Dios. Dios nos quiere
transformar de siervos en hijos. Al ir a Misa el domingo le demostramos nuestro
agradecimiento y nuestra humildad. Sin Dios no podemos vivir la Ley Moral, su
Ley.
¿Has ganado algo
al trabajar en domingo? Se te descontará con pérdidas en los seis días
siguientes. Él hará su
trabajo si tú suspendes el tuyo. No basta ser buenos,
porque además no es posible serlo sin la ayuda del Señor.
Dice el Papa Juan Pablo II: Cuando el
domingo pierde su significado fundamental y se subordina a un concepto secular
de fin de semana, dominado por la diversión y el deporte, la gente se encierra
en un horizonte tan estrecho que no es capaz de ver el cielo.
El domingo inaugura tu cielo, tu día de
fiesta definitivo, donde tendrás esa visión de Dios. El domingo se centra en
Jesús porque celebramos que ha resucitado y está vivo.
Es vital la
asistencia a Misa los domingos, porque sin observancia del Domingo no puede
haber vida religiosa. Tertuliano (siglo II) decía a los fieles de su tiempo:
“Sin el Domingo no puede haber cristianos”. Asimismo, entre las preguntas
dirigidas a los mártires por sus perseguidores se distinguía sobre todo esta: “¿Observas el domingo?”, y si la
respuesta era afirmativa ya no se preguntaba más pues en ello se reconocía el
cristianismo. Hoy día, muchos cristianos no saben qué es exactamente la Misa.
Es la renovación del Sacrificio de Cristo en la Cruz, no hay nada más grande
sobre la tierra que la Santa Misa.
En la Misa, los
primeros cristianos encontrarían fuerza en medio de la persecución. Es en la
Misa en donde las oraciones de los hombres que están en la tierra se elevan
como incienso para unirse a las oraciones de los ángeles en el cielo: y son estas oraciones las que alteraron el
rumbo de las batallas y el curso de la historia. Hay muchos ejemplos de
personas que hacen sacrificios para asistir a Misa. En Mozambique, Olivia, una
joven de 24 años, caminaba 4 km. para ir a Misa los domingos. Caminaba con las.
palmas de las manos pues sus piernas no le respondían. Un grupo de religiosas
le consiguió una silla de ruedas. La estrenó el día de su Bautizo. Es cuestión
de fe.
Benedicto XVI
comenta que, en principio, puede resultar incómodo programar la Misa en el
domingo, pero es lo que da sentido al tiempo libre, ese tiempo permanece vacío
si en él no está Dios. Para que de la Misa emane la alegría hay que
comprenderla cada vez más profundamente, así se le llega a amar.
El Papa emérito, Benedicto XVI, también escribió:
En la eucaristía Cristo está realmente presente, es el punto que pivota toda
renovación. Sólo a partir de su espíritu son posibles las revoluciones
espirituales. No es sólo el acontecimiento de un día, sino de la historia
universal en su conjunto, como fuerza decisiva de la que después pueden
provenir cambios. Benedicto XVI está convencido de que la crisis de la Iglesia
se debe al descuido de la liturgia (La Luz del mundo).
San Juan María
Vianney, cura rural francés, predicaba: “Hijos míos, no hay nada tan grande
como la Eucaristía. ¡Poned todas las buenas obras del mundo frente a una
comunión bien hecha: será como un grano de polvo delante de una montaña!”. Y
continuaba: “Todas las buenas obras juntas no equivalen al santo Sacrificio de
la Misa, porque son obras de los hombres, y la Misa es la obra de Dios (...) Si el hombre conociera bien este misterio moriría de
amor. Sin la divina
Eucaristía, nunca habría felicidad en este mundo”.
La Misa ocupa en la vida de la Iglesia
el mismo lugar central que el Calvario en la obra de la Redención, dice el
Catecismo.
¿Qué es la Santa Misa?... Es un diluvio
de gracias que parte de la Cruz; un Gólgota siempre presente; es Cristo que se
sacrifica incesantemente en medio de nosotros.
El sacrificio del calvario tuvo lugar
una sola vez pero su virtualidad se extiende a la historia entera. En la Misa,
la eternidad se introduce en el tiempo pero no para destruir el tiempo sino
para poner de manifiesto que el tiempo, todo el tiempo, también el tiempo
vulgar está transido de eternidad. Además, la Santa Misa es el más poderoso acto de desagravio para expiar los
pecados. A la hora de la muerte, el más grande consuelo será las Misas oídas en
vida. Ningún poder de la tierra puede darnos más de lo que recibimos en Misa.
El Padre Guerra
S.J. escribió una carta a un nuevo ordenando y le decía: Te vas a convertir en el hombre más importante del mundo. Yo me ordené
hace 35 años en la misma fecha. Si volviera a nacer mil veces correspondería a
este llamado de Cristo. Te ha tocado vivir en tiempos muy difíciles, de rebeldía
contra lo más santo. No queda más remedio que ser santo cada día.
En la Misa es
donde Cristo vence al pecado, es el portento más extraordinario que puede darse
en la tierra.
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