Alegría en el noviazgo
El gran Beethoven
confesó que para él “lo más bello del mundo era un rayo de sol atravesando la
copa de un árbol”. Sin esta sensibilidad, difícilmente se tendrá la energía
interior ser creativos y generosos.
El ser humano está
dotado para realizar múltiples actividades y para forjar una personalidad
propia. Puede tener buenas o malas amistades que dan lugar a “encuentros”
profundos o superficiales.
La sexualidad no es un
juguete que podamos tomar o dejar a nuestro gusto. En cuanto entramos en su
radio de acción, quedamos sometidos en buena medida a sus leyes implacables.
Según una de estas
leyes o constantes, el amor reducido a la pasión
va unido con la voluntad de poseer y dominar. Pero una persona no es un
objeto que está ahí para que la dominemos, sino un ámbito que nos pide ser
respetado. El respeto inspira voluntad de colaboración y de encuentro. Hay que
ver: ¿Hay una actitud de respeto y colaboración, o de dominio y manipulación?
Esta elección decide si nuestra vida de convivencia seguirá la vía constructiva
del éxtasis o la vía destructiva del vértigo.
Las relaciones
prematrimoniales responden con frecuencia a una actitud egoísta de dominio, y
esto se ve en el hecho deque no pocos jóvenes amenazan a sus novias con
abandonarlas si no les muestran su “amor” mediante la entrega sexual. Este
chantaje se basa en una confusión interesada de términos. Hablan de “amor”
aunque se trate de “pura apetencia”.
Hay casos en que las
mujeres acceden. Su decepción es indescriptible cuando advierten que la
invitación del novio no respondía sino a puro afán de obtener gratificaciones
fáciles. Habían ido a buscar cariño y comprensión... y se encontraron con la
hosquedad propia de la sexualidad abandonada a una ansiedad indómita.
Psicólogos
experimentados afirman que, al precipitar las relaciones sexuales –vividas a
menudo como una toma de posesión del
misterio fisiológico y psicológico de la otra persona-, se cierra
prematuramente la etapa de la ternura, del acceso pudoroso a la intimidad
ajena. El pudor salvaguarda la propia dignidad.
La impaciencia destruye
la armonía interior. Las relaciones sexuales devaluadas producen desencanto y
desazón porque desajustan los ritmos naturales de la propia vida. La intimidad
hemos de ganarla pacientemente. No
podemos ser amigos íntimos en una hora.
La persona generosa
sabe esperar. Sólo el que es generoso ama incondicionalmente, y amar
incondicionalmente es amar siempre.
Un amor condicionado no es verdadero
amor; se reduce a mera apetencia y pasión. Hay que disfrutar más del alma que
del cuerpo. La persona generosa sabe renunciar
a la libertad de saciar los instintos de forma inmediata –sin compromiso-, pero
implica una ganancia notable: el logro de la libertad interior necesaria para
establecer con la persona amada un vínculo de amistad.
La unidad matrimonial
se logra integrando cuatro aspectos: amistad,
unión de proyectos, sexualidad y fecundidad de la unión amorosa. La tarea
de mantener la unidad matrimonial es ardua: exige una tensión creadora
constante, no se concluye nunca y retribuye a los casados con una gratificación
correlativa a su esfuerzo y perseverancia. Pero el esfuerzo ha de ser de los
dos, y concede al final el ciento por uno. La felicidad de la vida matrimonial
depende de la disposición para asumir estos principios: “La persona que
comparte la vida conmigo me invita a colaborar. Mi actitud para con ella no
debe ser dominadora y manipuladora, sino respetuosa y creativa”. Si ajusto mi
conducta a estos principios, puedo crear una relación de verdadera amistad,
fundar un auténtico hogar y dar vida a nuevos seres.
Además de tener una
sensibilidad fina, hay que crear relaciones valiosas con los demás y cultivar
poco a poco las virtudes humanas: el optimismo, la fortaleza, la prudencia, la
templanza, la sencillez... No cuidar la puntualidad, por ejemplo, es falta de
buen espíritu y de consideración.
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