el valor de la mujer
Una vez, un famoso profesor llegó al aula, y les presentó a sus
alumnos un billete de alto calibre preguntando: “¿Alguien quiere este
billete?”. Todos los alumnos alzaron la mano. El profesor adoptó un aire
misterioso, tiró el billete al suelo y lo pisoteó tres veces. Luego dijo: “El
billete ha quedado maltratado, pero si alguien lo sigue queriendo, que levante
la mano. Se armó un revuelo. ¿A quién le importaba que estuviera maltratado?
¡Todos seguían queriendo aquel billete! Luego el profesor lo dobló y escupió
sobre él, luego lo hizo bolita.
Quien en tales condiciones siga queriendo este billete no tiene más
que decírmelo y se lo daré. Todos volvieron de nuevo a levantar la mano.
“Bien, dijo el orador, ahora ya están en mejores condiciones para
saber qué es la dignidad humana. Cuando el billete estaba limpio y liso, todos
lo querían pues valía lo que decía. Cuando lo pisoteé, seguía valiendo lo
mismo, cuando lo maltraté, lo mismo. Pues así sucede con los seres humanos:
pueden ser pisoteados, humillados, escupidos y maltratados. Hagan lo que le
hagan nunca perderá su dignidad ni su valor. Pase lo que pase ante Dios siempre
seremos valiosos e importantes: infinitamente más valiosos que este billete”.
Juan José Priego narra otra historia muy antigua: Un hombre se
quejaba y gemía ante un amigo:
- No he sido bueno, no soy trigo limpio. Tengo pecados que no sé si
Dios quiera perdonarme.
El amigo le hizo una pregunta:
- Si tu túnica se rasgara, ¿la desecharías?
- ¡No! Esta es la única túnica que tengo. Si se rasgara la
remendaría y volvería a usarla.
- Si tu cuidas así tus vestidos, que no son más que paño, ¿crees
que Dios no va a tener misericordia de uno que ha sido creado a su imagen y
semejanza?
El primero sonrió lleno de gozo. Ahora sabía cuál es el valor de la
vida humana, y reemprendió su camino. Estas son historias bellas y profundamente
humanas y nos muestran una realidad: El ser humano puede estar sucio, puede
tener el corazón roto, puede haber pecado obstinadamente, pero no por eso a los
ojos de Dios vale menos. Dios espera nuestro arrepentimiento como el padre que
tenía un hijo pródigo para darnos un abrazo muy grande y lleno de amor.
Hay mujeres que pueden sentir que valen menos porque ya le dieron
la flor al novio. Se puede luchar por una segunda virginidad, una virginidad
renovada: “De aquí en adelante ya no tendré relaciones sexuales hasta que me
case”: Es un buen modo de empezar, y añadir a eso el pudor en el vestir, la
modestia.
La sexualidad es algo especialmente íntimo. En tanto el amor y la
sexualidad están unidos, lo sexual es profundamente íntimo y objeto de ese pudor
especial. Parece una afirmación inocente, pero no lo es tanto, pues contiene
muchos implícitos resumibles en esta idea intuitiva: el varón y la mujer se
relacionan sexualmente entre sí de modo amoroso y donal, y no apareándose.
Así pues, el pudor es la regla que preside la manifestación propia
o impropia de la interioridad. En cierto sentido cabe afirmar sin dificultad
que es una virtud. El impúdico suele ser un sinvergüenza, pues no conoce el
límite entre lo decente y lo indecente, entre lo que es oportuno y conveniente
mostrar y lo que no. Para entendernos: lo indecente es intolerable, e incluso
ofensivo.
La pérdida del sentido de la decencia, la incapacidad de percibir
el límite de lo vergonzoso como algo que protege los valores comunes de nuestra
sociedad, y que por eso debe ser a su vez protegido, no puede responder más que
a una debilitación de la interioridad, a una pérdida del valor de lo íntimo, y
por tanto, a un aumento de lo superficial, de lo exterior. Estrictamente esto
significa pobreza, y por tanto aburrimiento. Quien no siente necesidad de ser
pudoroso carece de intimidad, y así vive en la superficie y para la superficie,
esperando a los demás en la epidermis, sin posibilidad de descender hacia sí
mismo. Los frívolos no necesitan del pudor porque no tienen nada que
reservarse. Por eso son tan chismosos; hablan mucho, pero no dicen nada. Viven
hacia fuera. Están desnudos.
La regla que enseña a ocultar y desocultar lo íntimo embellece a la
persona, porque la hace dueña de sí, la muestra a los demás reservada para ella
misma, orientada hacia su "dentro", y por tanto digna. El pudor
manifestado en las actitudes, vestimenta y palabras permite vislumbrar lo que
aún queda oculto y silenciado: la persona misma. El pudoroso no se ofrece todo
entero, sino que invita a un después donde acontece un desvelamiento, donde
puede darse un diálogo de miradas y palabras que abra una intimidad compartida.
En tanto somos personas con interioridad el pudor regula necesariamente
nuestras relaciones.
Cuando las palabras se agotan para manifestar el amor, sale
espontáneamente el beso pero éste se reserva –o se debe reservar- para una
persona en exclusiva. Algunos adolescentes salen a besarse sin siquiera conocer
al chico, entonces dejan una pésima impresión en el hombre, que querrá más pero
sin valorar lo que se le da.
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