Reparar por los pecados



Actualmente la devoción más importante es la de hacer actos de desagravio y reparación a Dios por nuestros pecados. Reparar es construir nuevamente lo dañado; es obedecer lo que se ha desobedecido. Reparar es deshacer el mal hecho. Reparar es escuchar lo que hasta ahora se ha ignorado. Se han hecho agravios al Corazón de Jesús, para reparar hay que orar con el corazón. La oración lleva a practicar las obras de misericordia. Reparar es confesarse y volver a empezar; es perdonar si hay que perdonar. Reparar es acompañar a los seres queridos en su caminar, es decirle que “sí” a Dios.
El cristiano ha de saber que el pecado es el único mal. “A los ojos de la fe, ningún mal es más grave que el pecado y nada tiene peores consecuencias para los pecadores mismos, para la Iglesia y para el mundo entero” (Catecismo de la iglesia Católica, n. 1488). Hoy día se ignoran, se oscurecen y hasta se niegan las consecuencias del pecado, la debilidad de la naturaleza, inclinada al mal. No se admite la necesidad de guardar los sentidos o de vivir la prudencia. Jesucristo decía a sus Apóstoles: “Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles; se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitará” (Marc 10, 33-34). Los Apóstoles lo escuchaban con temor y desconcierto, pues “no entendían ese lenguaje y temían preguntarle” (Luc 9,45). El temor debió de aumentar cuando el Señor les anunció que todo aquello les concernía en primera persona: “Si alguno quiere venir en pos de mí, Niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará” (Mat 16, 24,25).
Después de veinte siglos, muchos siguen sin entender estas palabras. No comprenden que el Señor haya derramado su Sangre para remisión de los pecados, y menos aún que estemos todos a dar la vida con Él. No entienden que no hay cristianismo sin Cruz.
Escribe San Agustín: “Dios mío, dejarte a ti es ir a la muerte; seguirte a ti es amar; verte es poseerte. Dame, Señor, una fe sólida, una esperanza abundante, una continua caridad. Te invoco a ti, Dios, por quien vencemos al enemigo. Dios, por cuyo favor no hemos perecido nosotros totalmente. Dios, Tú nos avisas que vigilemos. Dios, con tu gracia evitamos el mal y hacemos el bien. Dios, Tú nos fortificas para que no sucumbamos ante las adversidades; Dios, a quien se debe nuestra obediencia y buen gobierno” (Soliloquia 1,1, 3).
Expiación. En la Sagrada Escritura expiar significa limpiar o quitar los pecados mediante un sacrificio ofrecido a Dios, ya sea como purificación de las propias faltas o en reparación por las que cometen los demás. En el Antiguo testamento, la expiación se hacía con la aspersión de la sangre de las víctimas que se ofrecían en el Templo. Todo esto era una figura anticipada del sacrificio de Jesucristo.
Pero el valor de la expiación no reside en el dolor, sino en el amor. El pecado sólo puede repararse por el amor. 

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