¿Por qué Dios no da pruebas tangibles de su existencia?



Jesús dice que es bienaventurado el que cree sin ver, porque esa persona tiene alma de niño, y los niños son amados por Dios de modo especial.
El gran secreto de toda fecundidad y crecimiento espiritual es aprender a dejar hacer a Dios: “Sin mí no podéis hacer nada”, dice Jesús. Para que la gracia obre hay que decir “sí” a lo que somos y a nuestras circunstancias (Jacques Philippe).
El Papa Francisco escribe en Evangelii Gaudium: La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido. El verdadero discípulo sabe que “Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo en medio de la tarea misionera”. Si no es así, ese discípulo “pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie” (n. 266).

Para aquellos que creen que la Iglesia ha “dejado atrás” la evangelización y debería concentrarse en el cambio social, San Juan Pablo II replica que la Iglesia deja de ser la Iglesia cuando abandona el hablar de Jesucristo. Y dice: “Dios está preparando una gran primavera para el cristianismo, y ya podemos ver sus primeras señales” (Redemptoris missio, 86,1).
No se puede medir lo que se hace por los resultados, o por el número de personas que asisten, sino por la obediencia al Señor. En las obras de Dios no podemos desanimarnos por lo que se ve.
Un misionero jesuita, Segundo Llorente, fue a Alaska, llegó una mujer esquimal que olía a pescado. Luego llegaron muchos. Le dijeron: Aquí estuvo 20 años un misionero y no se bautizó ni uno, pero ahora sí queremos bautizarnos. Llorente pasó más de 40 años en Alaska, es considerado co-fundador del estado de Alaska y recogió los frutos que otro sembró.
A Frank Morera, cubano, le pidieron ir a Jicotea con un amigo. Caminaron toda la noche, llegaron, tocaron la campana y no se paró un alma. De regreso un chico les preguntó que quiénes eran, le explicaron. Pasó el tiempo y ese chico les dijo: “Por lo que me dijeron investigué sobre el catolicismo, me bauticé y ahora tengo varios catecismos en Jicotea”.
A los ojos del Padre celestial, la vida de una persona es una página vacía si no se ha esforzado en la salvación de las almas.

Cuando Vino el Papa Francisco a México, dejó escrito en el Libro de Visitas ilustres de la basílica las cinco ideas que le inspiró ese momento:
1. Salió al encuentro.
2. Me miró con ternura.
3. Me habló con afecto y me sonrió.
4. Me saludó con cariño.
5. Me mandó con energía (a evangelizar).
En el siglo VI, en un mercado público de Roma, el San Gregorio Magno vio que unos hombres iban a ser vendidos como esclavos. Los cautivos eran altos, bellos de rostro y rubios. Preguntó de dónde provenían, y le contestaron: “Son anglos”. “Non angli sed angeli”, señaló Gregorio. Este episodio lo motivó a enviar misioneros al norte, trabajo que estuvo a cargo de Agustín de Canterbury. A una pregunta de San Agustín de Canterbury sobre qué hacer con los altares de los ídolos, el Papa San Gregorio le contestó que no destruyeran los santuarios paganos, “límpienlos”, dijo; con lo que quería decir que había que re-dedicarlos.
De Santa Teresa de Calcuta, Malcolm Muggeridge, periodista inglés, escribe: Su sencilla presentación del Evangelio y su alegría al recibir los sacramentos, atraen irresistiblemente a quien tiene ocasión de estar cerca de ella. Ningún libro de los que he leído, ningún discurso, ninguna ceremonia, ninguna relación humana o experiencia trascendental me han acercado tanto a Cristo ni me ha hecho tan consciente de lo que la Encarnación significa para nosotros.

Scott Hahn comenta: La conversión al catolicismo desemboca en dificultades, sacrificios y a menudo en la soledad. Los conversos hemos sido muy enriquecidos. Hemos recibido riquezas más allá de nuestros sueños más increíbles. La angustia vivida no se puede comparar con las riquezas obtenidas: la Eucaristía, el magisterio, el Papa, los sacramentos, María, los santos. Entonces el horror se convierte en sorpresa y la sorpresa en deleite, bienaventuranza y fuego, y en un deseo de compartir esto con los demás. La soledad desaparece cuando uno descubre personas que también han sido cautivadas por la verdad.

Juan Pablo II recordaba: “Precisamente porque el hombre es un ser personal, no se pueden cumplir las obligaciones para con él si no es amándolo” (Memoria e identidad, Planeta, México 2005, p. 165)

El apostolado se fundamenta en el trato personal, en la amistad y en el cariño, y así la confidencia surge espontánea. Hemos de ir por un plano inclinado con los amigos y con los hijos. Primero lo humano: la amistad, las virtudes, el trabajo bien hecho, el estudio... Luego, ponerles metas alcanzables: tres minutos de oración, rezo del Rosario o de unos misterios, ofrecer el trabajo con miras apostólicas, ofrecer una pequeña molestia por las personas de África.
San Agustín hace un elogio de la amistad: “Dos cosas son necesarias en este mundo: la vida y la amistad. Dios ha creado al hombre para que exista y viva: en eso consiste la vida. Mas para que el hombre no esté solo, la amistad es también una exigencia de la vida (Sermón 16,1, PL 46, 870). Y además, “si no tenemos amigos, ninguna cosa de este mundo nos parecerá amable”.

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