SABER AMAR
Se puede decir que
la vida es una especie de preparatoria donde el único tema que debe aprenderse
es el amor, donde las únicas calificaciones que interesan son las que se
refieren a la asignatura del amor, donde la única reprobada absoluta es la de
los que fracasan y no aprenden a amar. Donde el amor no ha sido aprendido se da
el peligro de que el egoísmo y el odio tomen posesión de esa existencia.
Vivimos en una
civilización en la que con frecuencia las personas son "usadas" como
si fueran cosas; el amor vive hoy un estado patológico porque todo lo que hay
en el mundo es visto como objeto de uso. Una vez que ese objeto no sirve, se
desecha.
En la práctica, a
veces vivimos un utilitarismo brutal, cuando en el fondo todos estamos de
acuerdo en que todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del ser
humano, cima de todos ellos.
Si comparamos al
hombre y a la mujer con los demás seres, advertimos de inmediato
su superioridad,
por el lenguaje, la cultura y su dominio sobre las cosas. Cada ser humano es
mucho más que un evento fisiológico, es más que una combinación de
informaciones. Cada existencia humana entraña una novedad de ser, que no se
da en las demás criaturas. Cada persona es un ser único, irrepetible, con una
misión singular que cumplir. Sin embargo, no acabamos de penetrar en su pleno
sentido hasta avistar el amor con que Dios lo ha creado.
Occidente está en
peligro de muerte si el amor fracasa. Esta es la enfermedad que nos consume,
porque la salud verdadera sólo reside en la persona que es capaz de amar, y se
está olvidando cómo amar. El único problema realmente importante en la vida es
éste: aprender a amar.
El ser humano ha
sido llamado a la vida para amar; tiene la capacidad, la tendencia y la
necesidad de amar. Sin embargo, un factor poderoso actúa dentro de él que le
impide amar, e incluso entender en la práctica la naturaleza verdadera del
amor.
Muchas veces no
purificamos el amor, nuestro amor no es incondicional, Las criaturas volverán a
parecernos bellas el día en que dejemos de querer sólo poseerlas o “consumirlas”,
y las restituyamos al objetivo para el que nos fueron dadas, que es el de
alegrar nuestra vida y facilitarnos alcanzar nuestro destino eterno: "la
persona ha de ser siempre afirmada o querida por sí misma"; nunca se le
puede tratar como un medio.
La llamada regla
de oro de la ética clásica no hace sino expresar aquello de "no hacer
nunca a otro lo que no quieras para ti mismo". Ninguno queremos ser
tratados como un medio; es decir, no ser amados por nosotros mismos. En esta
verdad sobre la persona y su dignidad se funda toda la ética.
La conocida afirmación
de Kant, "que la persona ha de ser tratada siempre como un fin, nunca como
un medio", es una consecuencia de haberlo percibido. Entonces, podemos
estar de acuerdo en que la persona no debe ser nunca un medio para
lograr un fin; ella es un fin.
La vocación
fundamental de la persona humana es al amor. El hombre permanece para sí mismo
un ser incomprensible si no se le revela el amor. Sólo la persona puede amar y sólo
la persona puede ser amada. El amor es una exigencia ética de la persona.
Ante todo el amor
es cuestión de conocer y de querer; sin embargo, fácilmente se le hace depender
de los sentimientos que constituyen el nivel más superficial del amor. Amar
significa dar y, en la práctica, vemos que es difícil que el amor esté libre de
cálculos. Amar implica sacrificarse. Y todos queremos que las peticiones o los
servicios que nos pidan sean los mínimos. El amor crea lazos de unión y de
comprensión así como deberes de perdón y de apoyo; no obstante, todos tendemos
a evadir nuestros deberes. Olvidamos que el hombre, sea hombre o mujer, se
realiza sólo mediante el don sincero de sí.
Enamorarse es
fácil pero ser constante y lograr el crecimiento del amor, no lo es, y esto lo
podemos constatar en muchos casos. El amor desea el bien del otro, quiere que
sea mejor; pero ¡cuánto cuesta aceptar los defectos ajenos! Amamos realmente
cuando aceptamos al otro tal y como es, con sus defectos y con sus cualidades,
pero con la esperanza de que luche y supere sus defectos.
La misión de los
padres de familia de hoy es salvar el amor de modo que en sus hogares no sea
una palabra sino una verdad hecha carne que humanice a sus hijos y al mundo de
hoy.
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