La Cuaresma
Cada cuaresma es especial, diferente a otros años. Hay que
vivirla con una unción especial y con gran unión a nuestro Señor Jesucristo y a
la Santísima Virgen. Todo un Dios necesita el consuelo de sus hijos. Reparar
por la dolorosa falta de amor de los hombres al Creador. Es tiempo de vivir la
Comunión de los santos, tan acorde con la doctrina de la Divina Voluntad. Es
tiempo de estar en silencio, atentos a las mociones del Espíritu Santo.
¡Qué pocos se dan cuenta del amor que Dios tiene a la
humanidad, y a cada uno de nosotros en particular! ¡Qué difícil es mantener la
fe y la esperanza cuando las cosas no son como deberían ser! Si viéramos a Dios
clavado en la Cruz, empapado de sangre, oyendo blasfemias de los que pasan, y
escuchando de Jesús: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”, ¿no se
nos moverían las entrañas? Él nos mira y nos dice: “Estás conmigo en el Tabor
y, a veces, por el camino del Calvario, o en la cruz crucificados, y Yo estoy a
tu lado dándote las últimas fuerzas que me quedan, son las fuerzas de un
Dios-Hombre crucificado que es Amor, y el Amor es entrega sin pensar en nada
más”.
Y nosotros acudimos a la Virgen para recogernos en sus
brazos, y, al calor de su corazón, tratamos de unirnos a su dolor y a su
oración, pidiendo por la salvación nuestra y la de los demás, la de hombres de
países lejanos que aún no conocen a Dios.
Nadie se salva solo, porque estamos todos en la misma
barca, en medio de las tempestades; pero sobre todo nadie se salva sin Dios.
Sólo Él nos concede vencer las oscuras aguas de la muerte.
El Papa nos recuerda que “la Cuaresma es tiempo favorable
para volver a lo esencial” (2023), a lo verdaderamente importante; y explica
que la fe no nos exime de las tribulaciones de la vida, pero nos permite
atravesarlas unidos a Dios, y el Señor no defrauda.
No nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida, con el
ayuno y la confesión de nuestros pecados. No nos cansemos de luchar contra
nuestro egoísmo. Si no desfallecemos, a su tiempo cosecharemos. Podemos caer,
ciertamente, pero la mano de nuestro Padre Dios nos vuelve a levantar. “Dios es
rico en perdón” (Is 55,7)
Los 40 días de cuaresma deben servir para meternos en
nuestro interior y descubrir lo que no sabemos de nosotros, podemos así conocer
las heridas que llevamos, nuestra debilidad y la necesidad que tenemos de la
fortaleza de Dios. Dios tiene una palabra para cada uno de nosotros, pero a
veces no lo oímos por falta de recogimiento. Esta cuaresma podemos darle a Dios
tiempo de oración. Podemos leer, en el Catecismo
de la Iglesia, lo relativo a la oración.
En nuestra vida pueden
presentarse “vacíos de amor”, como
cuando las reacciones de soberbia o de sensualidad toman la delantera, o bien,
detalles de pereza, juicios despectivos, omisión de los deberes de piedad,
querer ser el centro de atención o de mando, reacciones de envidia o de
malquerencia, faltas de caridad y de generosidad, imprudencias y pérdidas de
tiempo, amor desmedido al dinero o al poder, cosas no perdonadas o no haber
pedido perdón… Todo ello me echa por tierra, lejos del Calvario que Dios me ha
trazado, comentaba Benedicto XVI.
El hombre puede controlar sus respuestas si controla sus
estímulos (bebidas, películas, lecturas). La sociedad está poco motivada para
rechazar esto porque piensa que nada le afecta. Y la realidad nos muestra que
cuando el hombre tiene todo –en el sentido material-, se olvida de Dios. Las
carencias son las que muchas veces le hacen orar.
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