La Sma. Trinidad es el misterio central de la fe
El misterio de la
Santísima Trinidad es el misterio de Dios mismo, es pues, la fuente de todos
los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina.
Toda la historia de la
salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los
cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los
hombres, los aparta del pecado y los reconcilia y une consigo (cfr. CEC 234).
A la Santísima Trinidad
no la conocieron Abraham, Moisés, David. La primera que la conoció fue María,
de manera explícita. No la conocen los musulmanes ni los judíos. Tenemos la
alegría de conocer el misterio de Dios en sí mismo; para esto hemos sido
creados. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer, revelándose como Padre, Hijo y
Espíritu Santo (CEC n. 261). León XIII dice que para contemplar este misterio
han sido creados los ángeles en el cielo y los hombres en la tierra.
La Trinidad es el
principio y origen de la creación, la redención y la santificación. Hay cuatro
relaciones en Dios, que se dan mediante la oposición relativa de las Personas,
lo que no rompe su unidad de naturaleza: Paternidad, Filiación, Espiración
activa y Espiración pasiva. Nadie comprende este misterio, pero lo podemos
amar. “El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu
Santo es quien procede” (CEC 253).
Además, lo masculino y lo
femenino, la paternidad, maternidad, filiación y fraternidad, se experimentan
en la familia. Cada nuevo hijo es un
mundo nuevo y un nuevo punto de
referencia.
Al decir que Dios es
Padre, la fe indica que es el origen de toda autoridad y que es bondad y
solicitud amorosa para todos sus hijos. Jesús, el Hijo, “es la imagen del Dios
invisible” (Col 1,15). Antes de su Pascua, Jesús anunció que enviaría al
Espíritu Santo. El Espíritu Santo es revelado como otra Persona divina con
relación a Jesús y al Padre (cfr. CEC n. 243). No confesamos tres dioses sino
un solo Dios en tres Personas. “Dios es único pero no solitario” (Fides Damasi: DS 71).
Las relaciones
trinitarias son fruto del amor y de la comunión entre las tres divinas
Personas. La Trinidad es fundamento de las relaciones humanas y de cómo vivir
en comunión en la familia y en la sociedad. Dios es familia, es un misterio de
amor. El hombre es imagen de Dios porque es un ser para el amor.
En un Angelus Benedicto XVI explicó: “En todo lo que existe está
grabado, en cierto sentido, el ‘nombre’ de la Santísima Trinidad, porque todo
el ser, hasta sus últimas partículas, es ser en relación, y así, el
Dios-relación, se traduce en última instancia en el amor creador. Todo proviene
del amor, tiende al amor y se mueve impulsado por el amor, naturalmente con
grados diversos de conciencia y libertad” (7-VI-2009).
Es
necesario descubrir la presencia de la Santísima Trinidad en el alma, y
aprender a gozar de ella como San Agustín, quien recuerda ese momento como uno
de los hallazgos más importantes de su vida: ¿dónde te hallé para conocerte sino en Ti y sobre mí?... Y pensar que
Tú estabas dentro de mí, y yo fuera; y por fuera te buscaba, y engañado me
lanzaba sobre las cosas hermosas que creaste. Tú estabas conmigo, más yo no
estaba contigo... Hasta que me llamaste, gritaste, y venciste mi sordera;
brillaste, alumbraste y disipaste mi ceguera. Sentí tu fragancia, y se disparó
el espíritu con el anhelo de Ti[1].
En
unas clases en Roma sobre la Beatísima Trinidad, el profesor decía que, en los
seres irracionales hay un vestigio de la Trinidad, y en el hombre hay una
imagen de la Trinidad.
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