Pentecostés
Después de la Ascensión
de Jesús, se encontraban reunidos los apóstoles con la Madre de Jesús. Era el
día de la fiesta de Pentecostés. Tenían miedo de salir a predicar.
Repentinamente, se escuchó un fuerte viento y pequeñas lenguas de fuego se
posaron sobre cada uno de ellos.
Quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas
desconocidas. En esos días, había muchos extranjeros y visitantes en Jerusalén,
que venían de todas partes del mundo a celebrar la fiesta de Pentecostés judía.
Cada uno oía hablar a los apóstoles en su propio idioma y entendían a la
perfección lo que ellos hablaban.
Todos ellos, desde ese día, ya no tuvieron miedo y salieron a predicar a todo
el mundo las enseñanzas de Jesús. El Espíritu Santo les dio fuerzas para la
gran misión que tenían que cumplir: Llevar la palabra de Jesús a todas las
naciones, y bautizar a todos los hombres en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo.
Es este día cuando comenzó a existir la Iglesia como tal.
El Espíritu Santo es Dios, es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. La
Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo es el amor que existe entre el Padre y
el Hijo. Este amor es tan grande y tan perfecto que forma una tercera persona.
El Espíritu Santo llena nuestras almas en el Bautismo y después, de manera
perfecta, en la Confirmación. Con el amor divino de Dios dentro de nosotros,
somos capaces de amar a Dios y al prójimo. El Espíritu Santo nos ayuda a
cumplir nuestro compromiso de vida con Jesús.
El Espíritu Santo y
la Iglesia:
Desde la fundación de la Iglesia el día de Pentecostés, el Espíritu Santo es
quien la construye, anima y santifica, le da vida y unidad y la enriquece con
sus dones.
El Espíritu Santo sigue trabajando en la Iglesia de muchas maneras distintas,
inspirando, motivando e impulsando a los cristianos, en forma individual o como
Iglesia entera, al proclamar la Buena Nueva de Jesús.
Señales del Espíritu Santo: El viento, el fuego, la paloma.
Estos símbolos nos revelan los poderes que el Espíritu Santo nos da: El viento
es una fuerza invisible pero real. Así es el Espíritu Santo. El fuego es un
elemento que limpia. Por ejemplo, se prende fuego al terreno para quitarle las
malas hierbas y poder sembrar buenas semillas. En los laboratorios médicos para
purificar a los instrumentos se les prende fuego.
El Espíritu Santo es una fuerza invisible y poderosa que habita en nosotros y
nos purifica de nuestro egoísmo para dejar paso al amor.
Misión del Espíritu Santo:
- El Espíritu Santo es santificador:
Para que el Espíritu Santo logre cumplir con su función, necesitamos
entregarnos totalmente a Él y dejarnos conducir dócilmente por sus
inspiraciones para que pueda perfeccionarnos y crecer todos los días en la
santidad.
- El Espíritu Santo mora en nosotros:
En San Juan 14, 16, encontramos la siguiente frase: “Yo rogaré al Padre y
les dará otro abogado que estará con ustedes para siempre”. También, en I
Corintios 3. 16 dice: “¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu
Santo habita en ustedes?”. Es por esta razón que debemos respetar nuestro
cuerpo y nuestra alma. Está en nosotros para obrar porque es “dador de
vida” y es el amor. Esta aceptación está condicionada a nuestra aceptación
y libre colaboración. Si nos entregamos a su acción amorosa y
santificadora, hará maravillas en nosotros.
- El espíritu Santo ora en nosotros:
Necesitamos de un gran silencio interior y de una profunda pobreza
espiritual para pedir que ore en nosotros el Espíritu Santo. Dejar que
Dios ore en nosotros siendo dóciles al Espíritu. Dios interviene para bien
de los que le aman.
- El Espíritu Santo nos lleva a la
verdad plena, nos fortalece para que podamos ser testigos del Señor, nos
muestra la maravillosa riqueza del mensaje cristiano, nos llena de amor,
de paz, de gozo, de fe y de creciente esperanza.
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