La valentía de ser sinceros
“El hombre es lo que es ante Dios, y no
más”, decía San Francisco.
- Me he pasado los últimos tres años de mi vida
intentando ser perfecto en vez de intentar ser yo mismo. Me he dado cuenta de
que Dios no nos pide ser santos de plástico, quiere que seamos quien realmente
somos.
En otro momento John se da cuenta de que a algunas
personas no les gusta que hable de la confesión a los jóvenes porque eso les
parece demasiado exigentes. Pero hay que ser contundentes, como decía la Madre
Teresa, ya que cuanto más categóricos seamos con la verdad, más lo sería Dios
con sus milagros.
Un muchacho de mala conducta le dijo a John:
- No sabía que Dios pudiera amar a alguien que ha sido
tan malo.
Contesta John:
- Dios nos ama aunque seamos pecadores. Todas las
personas que están en el Cielo han sido pecadoras, y todas las que están en el
infierno, también. La única diferencia es que los del Cielo pidieron perdón a
Dios. Todos nuestros nombres están escritos en el Cielo, y la única persona que
puede borrarlos es uno mismo con sus elecciones.
En julio del 2004, Juan Pablo II decía a unas personas
en Castelgandolfo: “Cristo está siempre en medio de nosotros y desea hablar a
nuestro corazón”, y es posible escucharle “meditando con fe la Sagrada
Escritura, recogiéndonos en la oración o deteniéndonos en silencio ante el
Tabernáculo, desde el cual Él nos habla de su amor”. Luego explicaba que
“escuchar la Palabra de Dios” es la actividad “más importante de nuestra vida”.
Las
cosas no son malas porque son pecado, sino que son pecado porque son malas,
aunque al principio no nos hagan daño. Haciendo el mal nunca se acaba obteniendo
el bien.
El mayor obstáculo para escuchar la palabra de Dios,
dice Raniero Cantalamessa, es la tentación de convertirnos en jueces de los
demás. “Además de los obstáculos exteriores impuestos por la vida moderna, se
da un ruido más peligroso: el que dentro del corazón obstaculiza la escucha de
la Palabra de Dios: el juzgar a los demás (...) Este ruido silencioso del
corazón habría que acallarlo en ocasiones casi con violencia” (Zenit, 18 VII 2004).
San Agustín enseña: “para los enfermos vino Cristo, y
a todos los encontró enfermos”, de manera que “creerse sano es la peor
enfermedad” (Sermo 80, 4 y 3). Todos necesitamos convertirnos cada día. (Cfr. Carta 14.II.97, nn. 17-20). Podemos
decir a la Virgen una jaculatoria: Virgi
fidelis, ora pro nobis!
Si a veces tropezamos, podemos rectificar. Si hacemos una tontería hay
que enseñar el golpe, la llaga, y luego hay que dejar que nos curen. A poco que
luchemos el Señor nos inunda de su gracia. Tenemos la experiencia de lo que
hace una buena confesión: es un remedio colosal. Erasmo de Rotterdam decía: “la
conversación es medicina para un ánimo apesadumbrado”.
La sinceridad, dice Ignacio Celaya, es la veracidad
del hombre en sus íntimas y personales relaciones con Dios, que pasa a través
de un justo y objetivo conocimiento propio. La sinceridad de vida se apoya en el testimonio de la conciencia (leer
2 Cor 1,12), “de haber procedido con sencillez de corazón, y sinceridad ante
Dios”.
No es fácil juzgar rectamente de la moralidad de
nuestras acciones, porque en el ser humano hay la tendencia a ver las cosas
propias según las disposiciones morales
(eso dificulta el conocimiento propio).
“La profundidad
del pozo de la miseria humana es grande –dice San Agustín—; y si alguno cayere
allí, cae en el abismo. Sin embargo, si desde ese estado confiesa a Dios sus
pecados, el pozo no cerrará su boca sobre él... Hermanos, hemos de temer esto
grandemente... Desdeñada la confesión, no habrá lugar para la misericordia” (Enarr in Ps 68, 1,19).
Es más
eficaz sacar lo bueno que llevan dentro los demás, animándoles en lo que hacen
bien, que llenarles la vida de negaciones. El ambiente de sospecha complica las
relaciones, es ocasión de divisiones y hace perder el sentido de la realidad. Repasar
con qué ojos vemos a los demás; si conocemos las virtudes de los que nos
rodean.
Puntos fuertes y débiles.
Cuentan
que una vez en una pequeña carpintería hubo una extraña asamblea, fue una
reunión de herramientas para arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la
presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La causa?
Hacía demasiado ruido y además se pasaba todo el tiempo golpeando a los demás.
El martillo aceptó su culpa pero pidió que también fuera expulsado el tornillo,
pues había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo. Ante el ataque,
el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija, pues
era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás. La lija
estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado también el metro, que
siempre estaba midiendo a los demás según su medida como si fuera el único perfecto.
En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo, utilizó el
martillo, el tornillo, la lija y el metro, y finalmente la tosca madera inicial
se convirtió en un hermoso juego de ajedrez.
Cuando
la carpintería quedó nuevamente sola, se reanudó la deliberación, fue entonces
cuando tomó la palabra el serrucho y dijo: Señores
ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con
nuestras cualidades, y eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos más
en nuestros puntos malos y concentrémonos en nuestros puntos buenos. La
asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba
fuerza, la lija servía para afinar y lijar asperezas, y el metro era preciso y
exacto. Se sintieron entonces un equipo capaz de producir y hacer cosas de
calidad se sintieron orgullosos de sus capacidades y de trabajar juntos.
Algo
parecido sucede con los seres humanos. Cuando en un grupo las personas buscan a
menudo defectos en los demás, la situación se vuelve tensa. En cambio, al
tratar con sinceridad de percibir los puntos fuertes de los demás, florecen los
mejores logros. Es muy fácil encontrar defectos, cualquier tonto puede hacerlo,
pero encontrar cualidades, eso es lo que vale.
La sinceridad lleva a darse a conocer con humildad.
Manifestando las disposiciones
interiores. Sinceridad con Dios, con nosotros mismos y en la dirección
espiritual. Si
somos sinceros, cegamos a Satanás.
Comentarios
Publicar un comentario