Felicitación de año nuevo
El entonces Cardenal
Ratzinger hablaba del “cambio inútil”,
que es aquel que dice: “Que me cambien de trabajo”, “que cambien mis
circunstancias para yo cambiar”. Y la persona sigue siendo la misma. El cambio verdadero es el cambio del
corazón, el cambio de actitud y que yo me alegre de lo que hay.
Si la felicidad eterna
se va a alcanzar por el amor de Dios, también la terrena. El ser humano sólo es feliz cuando ama a Dios y a los demás, y la
fuerza para ello la da la oración. Cuando una persona no se entrega
voluntariamente, su entrega se va desvirtuando, entonces hay dos caminos: a) o
se quiere liberar de aquello que quita libertad, o b) se cae en el
acostumbramiento, en la rutina. Se pierde ilusión de amar, de crecer, de asumir
lo que libremente se ha elegido.
Este texto, dice, me hizo reflexionar –dijo el
profesor-, si Dios puede reunir los huesos secos, y ponerles nervios, carne,
piel e infundirles espíritu y darles vida nueva, ¿No podrá hacer lo mismo con
los cadáveres espirituales que inundan nuestra sociedad? ¡DESDE LUEGO QUE SÍ!
Lo que el Señor requiere es que anunciemos la Buena Nueva, el Evangelio, a
nuestros conocidos y a nosotros mismos. No nos desanimemos por que parecen
estar muertos, insensibles a cualquier tipo de mensaje espiritual. Dios puede hacerlo, pero quiere hacerlo
con nosotros, con nuestras bocas y con nuestras manos. Yavé podía revivir
los huesos secos directamente, pero quiso hacerlo por medio del profeta
Ezequiel. Así ahora, no creamos o esperemos que Dios actúe directamente, Él
quiere hacerlo por medio de nosotros, quiere que seamos Su voz, Sus manos, Sus
pies, para anunciar el evangelio desde lo alto de los montes, en nuestros
trabajos, en nuestras diversiones, con nuestros amigos –y con nuestros
enemigos- para llevar la buena nueva precisamente a esos cadáveres espirituales
que están sedientos de la palabra de vida eterna, aunque no lo sepan; pero
todos aquellos que la reciban, compartirán con nosotros –eso esperamos- el
premio prometido por el Hijo para los que fueron fieles a Su palabra: “… Venid
Benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la
creación del mundo” (Mt 25, 34).
Este año se está terminando, pero cuando el
tiempo pasa, nosotros nos volvemos a Dios, el cual mandó bendecir así al pueblo
que creía en él: "El Señor te
bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti, te conceda su favor. El Señor
se fije en ti y te conceda la paz; así invocarán mi nombre sobre los israelitas
y yo los bendeciré". ¡Qué promesa más bella para terminar el año!
Invocar el nombre del Señor es una expresión clásica de la Biblia. Quiere decir
no solamente invocarlo con los labios, quiere decir tomar conciencia de que
somos el pueblo de Dios. Es tiempo de acción de gracias y de pedir perdón al
Señor.
Aprovechemos esta
circunstancia para hacer un examen de conjunto de este tiempo que se fue. ¿Cómo
hemos realizado nuestros deberes? ¿Sentimos la necesidad de pedir perdón por lo
que hicimos mal, o de dar gracias por lo que salió bien? Encontramos muchos
motivos de agradecimiento por los dones y gracias recibidas, también por las
gracias desconocidas.
Somos responsables
ante Dios de ayudar a muchos; cada uno tiene como un “lote” de almas que
salvar. Hay que hablar con todo mundo de Dios. Amar es no albergar más que un
pensamiento: Vivir para la persona amada y para la familia amada.
Hemos de hablar con
voz clara, esto es, con el ejemplo de nuestra vida.
Padre Dios: No
dejes de decirme lo que quieres de mí, a través de la corrección fraterna, de
una lectura, del Evangelio, del ejemplo de una persona... Que no nos pase nada inadvertido de lo que
Dios hace en nosotros y a través de nosotros. Permanecer en una continua acción
de gracias.
¡Feliz Año 2024! Y que el Señor nos dé su
gracia para afrontar las tareas y tribulaciones que puedan venir.
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