La importancia de conocer tu fe, o la fe ilustrada
En una conferencia a
catequistas, el Cardenal Ratzinger, sintetizando, decía: Evangelizar es enseñar
el arte de vivir (...) La pobreza más profunda es la incapacidad de alegría,
el tedio de la vida considerada absurda y contradictoria. Esta pobreza se
halla hoy muy extendida, con formas muy diversas, tanto en las sociedades
materialmente ricas como en los países pobres. La incapacidad de alegría supone
y produce la incapacidad de amar, produce la envidia, la avaricia..., todos los
vicios que arruinan la vida de las personas y el mundo. Por eso, hace falta una
nueva evangelización. Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás ya no
funciona. Pero este arte no es objeto de la ciencia: sólo lo puede comunicar
quien tiene la vida, el que es el
Evangelio en persona (10 de diciembre de 2000).
Hay que tratar de ser un
catecismo vivo, es decir, un resumen claro, y asequible, de la doctrina
cristiana, pues no basta saber cosas, hay vivir lo que se enseña. Los grandes
catequizadores han sido los santos.
El crecimiento espiritual debe ser la prioridad. Hemos de ser hijos convertidos, convencidos,
viviendo en fe y fraternidad. Porque hay una relación estrecha entre verdad y vida (si no vives como
piensas al rato piensas como vives: aburguesado), entre doctrina y piedad. Quien conoce las verdades de la fe en
profundidad tiene más facilidad para hacer oración. Ayer, hoy y siempre, la
ignorancia religiosa es el mayor enemigo de Dios. Entre más conocemos a Dios
más lo podemos amar y mientras más lo amamos más deseos tenemos de conocerlo. Hay
una relación también entre formación y
apostolado.
Afán de saber más para servir mejor.
Al dar la formación hay que ir
uno por uno, importa la persona. Cada católico practicante debería tener un
ejemplar del Catecismo de la Iglesia Católica para conocer a fondo el Credo,
los Sacramentos y los Mandamientos. Es el tesoro que nos legaron San Juan Pablo
II y Benedicto XVI.
La participación de los fieles en el proceso de su propia formación es
eminentemente activa: se incentiva su espíritu de iniciativa y su
espontaneidad, a cuyo ejercicio se da un oportuno espacio. Hay que tener constancia en el estudio y en las lecturas.
El fin de la formación doctrinal es proporcionar un conocimiento profundo de la Revelación cristiana y de las verdades
con ella relacionadas, de modo que sea alimento de su vida espiritual y nos
haga capaces de realizar un apostolado entre personas de cualquier condición,
contribuyendo así a impregnar toda la cultura humana con el espíritu del
Evangelio.
La formación espiritual, la formación apostólica y la formación profesional necesitan el fundamento de la formación
doctrinal. Es necesario conocer a fondo la doctrina cristiana. La falta de doctrina tiene una gran repercusión.
Influye en el modo de tratarse uno mismo y de tratar a los demás, en el trabajo
profesional, en el modo de elaborar leyes, en el noviazgo y en la vida
matrimonial, en lo que se elige para entretenerse y en el modo de divertirse.
Hoy, la gente joven no se sabe divertir. No tienen inventiva, sólo se les
ocurre acudir al alcohol, a la droga o practicar deportes extremos.
Todos queremos ser felices, Aristóteles dice que “la verdadera felicidad
consiste en hacer el bien”, y el mejor bien es conocer lo que Jesús nos legó:
el depósito de la fe.
En la vida cristiana, la fe proporciona sobre todo
un pleno conocimiento de la voluntad de Dos, de modo que se siga una conducta
digna de Dios, agradándole en todo, produciendo frutos de toda especie de obras
buenas y adelantando en conocimiento de Dios (cfr. Gaudium et spes, n. 11)
De la Revelación Benedicto XVI dijo en un Angelus: “Si llevamos en la mente y en el corazón la Palabra de
Dios, si entra en nuestra vida, si tenemos confianza en Dios, podemos rechazar todo tipo de engaños del
Tentador”.
Jesús dedicó mucho tiempo a enseñar
a los apóstoles porque su seguimiento requería el conocimiento de su doctrina. ¿Y
en dónde encuentro la Doctrina? Entre otros lugares en la versión oficial del
Catecismo de la Iglesia Católica.
Impartir cultura religiosa: Juan Pablo II nos dejó escrito: Los hombres de nuestro tiempo, quizás no
siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo “hablar” de
Cristo, sino en cierto modo hacérselos “ver” (Novo Milenio Ineunte, n.16).
Cada uno es responsable de
cómo alimenta su inteligencia. Ilusionarse, estudiar constantemente, pedir
consejo sobre libros para tener un plan de formación intelectual y doctrinal.
Por otro lado hay que tomar en cuenta que hoy, se comprenden mejor las
historias que los conceptos
La Historia de la salvación se cumple “creyendo contra toda esperanza” (Rom 4,18).
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