Ser sembradores de paz y alegría
Decía Benedicto XVI: Para
el creyente el nombre de “paz” es uno de los nombres más bellos de Dios. El
trato personal con Jesús trae al alma alegría y paz.
Jesús nos dice: “La paz os dejo mi paz os doy, no os
la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo” (Juan
14,27).
¿Qué es la paz
interior? Es una fuente de felicidad; es
especie de calma en la que dejamos de luchar contra los pensamientos negativos
y las emociones perturbadoras. El tiempo para estar a solas con Dios nos da
paz. También hay que aprender a vivir el presente.
Escribe Jacques Philippe: Todo el bien que podamos hacer viene de Dios y sólo de Él. «Sin mí no
podéis hacer nada», ha dicho Jesús (Jn 15, 5). No ha dicho: no podéis hacer
gran cosa, sino «no podéis hacer nada». Es esencial que estemos bien
persuadidos de esta verdad, y para que se imponga en nosotros no sólo en el
plano de la inteligencia, sino como una experiencia de todo el ser, habremos
de pasar por frecuentes fracasos, pruebas y humillaciones permitidas por Dios.
Él podría ahorrarnos todas esas pruebas, pero son necesarias para convencernos
de nuestra radical impotencia para hacer el bien por nosotros mismos. Según el
testimonio de todos los santos, nos es indispensable adquirir esta convicción. Por
eso, Santa Teresa de Lisieux decía que la cosa más grande que el Señor había
hecho en su alma era «haberle mostrado su pequeñez y su ineptitud».
El problema fundamental de
nuestra vida espiritual llega a ser el siguiente: ¿cómo dejar actuar a Jesús en mí?
Consideremos la superficie de un
lago sobre la que brilla el sol. Si la superficie de ese lago es serena y
tranquila, el sol se reflejará casi perfectamente en sus aguas. Algo así sucede
en lo que se refiere a nuestra alma respecto a Dios: cuanto más serena y
tranquila está, más se refleja Dios en ella.
Las virtudes que dan
alegría son la fe, la esperanza y la caridad.
¿Dónde se ancla el optimismo? En las virtudes teologales.
Cuando San Pablo estaba en la cárcel romana escribe:
“Alégrense siempre en el Señor, Insisto, ¡Alégrense!” (Filipenses 4,4). La vida es maravillosa, pero a veces
el malhumor de una persona, su contestación agria o su actitud pueden hacer que
se borre la belleza de la fe. ¿Qué pasa? Hemos dejado que se baje la visión
sobrenatural. La visión real es la
visión sobrenatural.
Examinar: Señor: ¿qué hay
dentro de mí que me impide llegar a ser el niño que balbucea, el niño que Tú
buscas en mí?
¿Quién es el que vence al
mundo sino quien cree que Jesús es el Hijo de Dios? (Cf. 1 Juan 5, 5). Todo
hijo de Dios vence al mundo por la fe. Cuando Jesús dijo: “Yo he vencido al
mundo”, no quería insinuar que sus seguidores estarían inmunes contra los
dolores, el infortunio, las penas y la crucifixión. No dijo que estarían
exentos de la lucha.
¿Qué nos pide Dios? Entregamiento
real, total, perfecto, para ser
sembradores de paz y de la luz de Cristo, para ser ese alegre signo de
contradicción. Si le pedimos al Señor su fuerza, nos la dará.
Que no nos comportemos como si ya no tuviéramos nada que aprender. Pidamos a la
Virgen ser niños. Queremos estar con ese estupor, con esos ojos abiertos,
admirados ante los misterios de Dios. Madre
mía, que tengamos esta capacidad de guardar todo en nuestro corazón. Enséñanos a admirarnos de lo que vivimos
cada día.
Comentarios
Publicar un comentario