Devociones y costumbres marianas
Joseph Ratzinger
escribe: “La Iglesia no habla sólo de fe, sino que también tiene que vivirla
(p. 114).
Las prácticas de
piedad son medios para amar a Dios. Todos los días, antes de acostarnos, ponemos
agua bendita y rezamos las 3 Avemarías para pedir la pureza
Angelus
Todos los días, en
algún lugar del mundo dan las doce –por el movimiento de rotación de la
tierra- y se reza el Angelus
sucesivamente. Al rezar esta oración centrada en la encarnación del Verbo, nos
sumergimos en la contemplación del misterio de Cristo. Las palabras de esta
oración son cruciales, “¡son palabras extremadamente decisivas!, dijo San Juan
Pablo II, expresan el núcleo central del acontecimiento más grande que ha
tenido lugar en la historia de la humanidad”: En ángel del Señor anunció a
María…
San Juan Bosco decía:
“Si amamos a María veremos lo que son los milagros”, y es así porque el nombre
de María es portentoso. Mueve el cielo y la tierra.
Miradas a las imágenes de la Virgen
Puedes preguntarte: ¿En
qué puedo mejorar al mirar las imágenes de nuestra Madre? Quizás pidiéndole
mirarle como la miraba Jesús. Y a Jesús, pedirle mirar a María como la miraba
Él. Cada encuentro con Nuestra Señora es una invitación a mirar a Cristo.
Mirar con amor es contemplar. La mirada no es solamente un acto físico;
es una acción humana, que expresa las disposiciones del corazón. Hay miradas de
amor y de indiferencia: miradas que muestran apertura y disponibilidad para
comprender, y miradas cegadas por el egoísmo. Nosotros queremos mirar con ojos
limpios.
Aprender a mirar es también aprender a no mirar. Todo lo que penetra a
nuestros sentidos, penetra en nuestra conciencia. Sin la
piedad las almas se aridecen, transformando la Iglesia de jardín en desierto
Aconseja un santo contemporáneo: Pon
en tu mesa de trabajo, en la habitación, en tu cartera..., una imagen de
Nuestra Señora, y dirígele la mirada al comenzar la tarea, mientras la realizas
y al terminarla. Ella te alcanzará -¡te lo aseguro!- la fuerza para hacer, de
tu ocupación, un diálogo amoroso con Dios (Surco núm. 531).
Escapulario
del Carmen
Llevar el escapulario de la Virgen del Carmen,
o alguna otra medalla, es señal de fe en su intercesión poderosa y símbolo de
nuestra alianza con Ella. En la ceremonia de imposición del escapulario del
Carmen, el sacerdote recuerda que se debe recibir “impetrando a la Santísima
Virgen que, con su gracia –es decir, con la gracia de Dios-, lo lleves sin pecado, te defienda de
toda adversidad y te conduzca a la vida eterna”. Quien muere con el escapulario
puesto, y no tiene pecado mortal, es conducido al Cielo el sábado siguiente a
su muerte, por un privilegio que la Virgen nos concede (SCR, 24-VII-1968, Elenchum Ritum, CELAM, p. 249).
Escribe Scott Hahn: “Si quienes juzgan si la
gente ha entendido, bien el evangelio en su esencia, descubre hasta qué punto
tienen a Dios como Padre... y a María como madre”[1].
Benedicto XVI recuerda
el momento en que Juan Pablo II nombró a la Virgen Madre de la Iglesia: “Permanece indeleble en mi memoria el momento en que, oyendo sus
palabras: "Mariam sanctissimam declaramus Matrem Ecclesiae",
"declaramos a María santísima Madre de la Iglesia", los padres se
pusieron espontáneamente de pie y aplaudieron, rindiendo homenaje a la Madre de
Dios, a nuestra Madre, a la Madre de la Iglesia. No está de más recordar
aquellas palabras de Jesús a María, reveladas a Santa Brígida: “A todos los que por tu amor me pidan alguna
gracia, aunque sean pecadores, se la otorgaré, con tal que tengan voluntad de
enmendarse”.
[1] Scott Hahn, Dios te salve Reina y Madre.
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