Formación litúrgica
La formación espiritual ha de ocupar “un puesto
privilegiado en la vida de cada uno, llamado como está a crecer
ininterrumpidamente en la intimidad con Jesús, en la conformidad con la
Voluntad del Padre, en la entrega a los hermanos en la caridad y la justicia”
(Juan Pablo II, Ex. Ap. Christifideles
laici, n. 60).
“En la liturgia eucarística se juega el
destino de la humanidad”, afirma Joseph Ratzinger. Desde allí las personas
encuentran a Jesús y a la Virgen, aumentan su capacidad de oración y de ayuda a
los demás, se hace una continua comunicación con el Padre celestial, se toma
conciencia de la providencia.
La liturgia es la celebración
de la fe. Es la acción más noble que la Iglesia puede celebrar. No es tema sólo
de clérigos, sino que también es propia de los laicos. La liturgia es la
realidad misma de los sacramentos en cuanto vividos y celebrados por la
comunidad.
En la sagrada liturgia de la Iglesia se realiza la obra
de nuestra Redención. La Santa Misa es la donación de la Santísima Trinidad a
la Iglesia.
El mensaje cristiano es performativo, es decir; el Evangelio y la liturgia que lo trae a
nuestra existencia no es solamente una comunicación de realidades que se pueden
saber, sino una comunicación que comporta hechos y que cambia la vida (como el
“sí” en una boda, cambia la vida de los contrayentes).
La
liturgia de la Palabra
Toda la Historia de la Salvación, y la liturgia que la
hace presente, está caracterizada por la iniciativa de Dios que nos convoca y
espera de cada uno de nosotros una respuesta actual, con un amor que luego
informe toda la jornada, con ánimo de que el Sacrificio del altar se prolongue
a lo largo de las 24 horas.
La celebración de la Palabra en la Santa Misa es un
verdadero diálogo. Es Dios que habla a su pueblo y éste hace suya esta palabra divina, por medio del silencio y
del canto; se adhiere a este anuncio profesando su fe en el Credo, y lleno de
confianza acude con sus peticiones al Señor.
Es recomendable llevar a la oración las palabras de la
Misa del día y escuchar las palabras de las lecturas como dichas para uno
mismo, es decir, como si San Pablo me hubiera escrito esa Carta a mí porque así
las saboreamos, ponemos más atención
y la meditamos con más unción.
La
liturgia eucarística
En esta parte de la Misa, el sacerdote no se dirige
principalmente a los fieles reunidos, sino hacia
Dios por medio de Jesucristo. Pueblo y sacerdote rezan hacia el único
Señor. Por tanto, en la oración miran en la misma dirección, hacia una imagen
de Cristo, hacia una cruz o simplemente hacia el cielo. Es una adoración común.
En el Sacrificio del altar son necesarias la obediencia y
la piedad, enseñaba Javier Echeverría. La obediencia en las palabras, los
gestos, los ritos, las disposiciones litúrgicas y las rúbricas, para poner el
alma en consonancia con la voz.
Benedicto XVI dice: la
liturgia nos da las palabras; nosotros debemos entrar en esas palabras (…).
Nosotros mismos debemos interiorizar la estructura, las palabras de la
liturgia, la palabra de Dios. Así nuestro celebrar es realmente celebrar “con”
la Iglesia (Encuentro con sacerdotes, 31-VIII-2006).
La piedad es necesaria ya que, para quien ama, las pequeñeces
cuentan, el que ama no pierde un detalle.
Lo más importante en la
celebración es la actitud interior. El sacerdote que preside la celebración es
signo y sacramento de Jesucristo. La Liturgia de la palabra es un diálogo entre
Dios y su pueblo.
La liturgia es la fuente y el
culmen de la vida de la Iglesia. La fe crece si la celebro. Muchas personas empiezan a perder la fe
porque dejan de asistir a Misa. La fe necesita ser celebrada porque es el
ambiente propicio para que Dios la haga crecer.
La Constitución Dogmática Sacrosanctum Concilium del Concilio
Vaticano II dice que la Liturgia es el culto que Jesucristo dirige al Padre
mostrándole cómo él ha cumplido perfectamente su Voluntad. Lo que nos hace llegar al Cielo es lo que hace la Misa en nosotros. En
la Misa se une la liturgia de la tierra a la liturgia del Cielo. La
liturgia en la tierra, a través de la presencia de un sacerdote, se une a Jesús
que ejerce su sacerdocio. El oficio sacerdotal es ofrecerse al Padre. La
Iglesia anuncia la salvación y realiza la salvación.
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