La presencia real del Señor en la Eucaristía
Somos
la única religión de la tierra que puede afirmar con absoluta certeza que Dios
vive entre nosotros, está presente corporalmente en
el sagrario.
¿Te falta fe? Póstrate ante el Santísimo.
¿Te falta amor? Póstrate ante el Santísimo.
¿Quieres la conversión de algún familiar? Póstrate
ante el Santísimo.
¿Te preocupa lo que ocurre? Póstrate ante el
Santísimo. Él está allí esperándote; Él desea amarte. Él desea derramar sus
bendiciones en tu vida personal. No dudes de que te ama.
Tenemos que prestarle la mayor reverencia posible.
“La Eucaristía —dice Félix María Arocena— representa el don de una
generosidad sin límites, el amor llevado hasta el infinito. En ella reside todo
el bien de la Iglesia. Es el corazón vivo no sólo de las grandes catedrales,
sino también de las pequeñas y pobres cabañas de misiones”.
La Eucaristía ha sido
definida por la Constitución dogmática Lumen
gentium como “fuente y cumbre de toda la vida cristiana” (n. 11).
San Juan Pablo II quería
suscitar en nosotros el asombro eucarístico porque de ese asombro vivimos.
“Quien comulga a Cristo se hace uno con él, tal como lo hacen dos pedazos de
cera al derretirse”, escribía San Cirilo.
En la comunión, el creyente se transforma en un hombre
nuevo. Por eso el Papa dice que, “para evangelizar el mundo se necesitan
apóstoles “expertos” en la celebración, adoración y contemplación de la
Eucaristía” (Juan Pablo II, Educación y misión, 78ª Jornada Misionare Mundial).
Jesús deseaba quedarse con
nosotros, era su “sueño dorado” y se quedó. Le dice el Señor a una mística
francesa, llamada Gabriela Bossis: “¿Te has fijado en que yo no tuve nada mío?
Ni siquiera la casa en la cual realicé mi sueño dorado de la Eucaristía…” (El y yo, 1er Cuaderno, n. 298).
San Juan María Vianney
predicaba: “Hijos míos, no hay nada tan grande como la Eucaristía. ¡Poned todas
las buenas obras del mundo frente a una comunión bien hecha: será como un grano
de polvo delante de una montaña!”[1]. Y continuaba: “¡Qué
felices son las almas puras que tienen la dicha de unirse a Nuestro Señor en la
comunión! En el cielo brillarán como bellos diamantes (...). ¿Qué hace nuestro
Señor en el sacramento de su amor? Él coge su buen corazón para amarnos, y de
él hace salir un río de ternura y de misericordia para ahogar los pecados del
mundo. Sin la divina Eucaristía, nunca habría felicidad en este mundo”.
El
milagro eucarístico de Lanciano
En el siglo VIII tuvo
lugar uno de los más grandes milagros eucarísticos, en la pequeña iglesia de San
Legonziano, Italia, por la duda de un monje basiliano acerca de la presencia
real de Jesús en la eucaristía.
Durante la celebración de
la Santa Misa, hecha la doble consagración, la hostia se transformó en carne
viva así como el vino en sangre viva, agrumándose en cinco glóbulos irregulares
de distinta forma y tamaño.
La Hostia-Carne, como aún
hoy se conserva, tiene el tamaño de una hostia grande; es ligeramente parda y
adquiere un tinte rosáceo si se ilumina por el lado posterior. Desde 1713, la
carne se conserva en un ostensorio de plata. La Sangre está contenida en una
rica ampolla de cristal de roca.
Los Frailes Menores
Conventuales tienen bajo su custodia el santuario desde 1252. En la Carne están
presentes, en secciones, el miocardio, el endocardio, el nervio vago y, por el
relevante espesor del miocardio, el ventrículo cardiaco izquierdo. La Carne es
un corazón completo en su estructura esencial. La Carne y la Sangre tienen el
mismo grupo sanguíneo: AB, el mismo que el que tiene la Sábana Santa de Turín.
En la Sangre se
encontraron las proteínas normalmente fraccionadas, con la proporción en
porcentaje, correspondiente al cuadro sero-proteico de la sangre fresca normal.
En la Sangre se encontraron también minerales, tales como cloruro, fósforo,
magnesio, potasio, sodio y calcio.
La conservación de la
Carne y de la Sangre, dejadas al estado natural por espacio de trece siglos y
expuestas a la acción de agentes atmosféricos y biológicos, es de por sí un
fenómeno extraordinario.
Son innumerables las iglesias
en las que Jesús está presente, y muchas veces está solo. Amable lector: Ve a
ellas, al menos con tu espíritu, y suple las faltas de amor de los demás. Dile:
Ardientemente he deseado venir a verte
para decirte que te amo. Déjame ir, Cordero de Dios, a tu altar celestial.
Ardientemente deseo consumirte, Pan de Vida. Deja que te ame, y ábreme las
puertas de la Vida. ¡Ven, Señor Jesús!
El sagrario es nuestro corazón –cuando está en
gracia-, imaginarnos a Jesús allí dentro y darle gracias.
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