¡Pídele perdón!
De
joven, Carlos Cancelado fue de voluntario a un hospital, cuando era seminarista.
Curó llagas y atendió enfermos con infecciones. Un día vio una niña recién
nacida a la que se le caía la piel y se encontraba mucho muy
mal de su salud. Preguntó la causa, y la madre contestó:
̶ Diez
veces traté de abortarla.
̶ ¿Por qué?
̶ Porque soy madre soltera y mi mamá me dijo que
lo hiciera.
Carlos le
dijo:
̶ Pídele perdón a tu bebé, y dile a tu mamá que
también se lo pida.
Así lo
hicieron. Al poco tiempo a la niña se le dejó de caer la piel y superó sus males.
En un
mensaje mariano la Virgen dice: “Muchos no saben pedir perdón. Eso coloca de
nuevo a mi Hijo en la cruz”. No perdonar nos encierra en la falta de fe, y la
falta de fe ahonda la imposibilidad de perdonar. Es un círculo que gira sin
cesar a menos de que lo paremos. A menos que perdonemos.
El perdón
es una expresión de amor. Perdonar es olvidar la falta que ha cometido otra
persona contra ella y contra otros y no guardarle rencor ni castigarla por ella.
También es liberar a una persona de un castigo o de una obligación.
El perdón nos
libera de ataduras que amargan la vida y enferman el cuerpo. No significa que
estemos de acuerdo con lo que pasó ni que le demos la razón a quien nos
lastimó. Simplemente es pasar por alto los pensamientos negativos, aceptar lo
que pasó y tatar de poner remedio.
Perdonar es
lo más difícil del mundo, quizás es algo que nos sobrepasa, pero para eso está
la ayuda de Dios. Pocas veces acudimos a Él para solicitar vehemente su
socorro. La falta de perdón es el veneno más destructivo para la persona, ya
que neutraliza los recursos emocionales y seca la afectividad.
“Si en
verdad queremos amar, tenemos que aprender a perdonar”, decía Teresa de
Calcuta. Aun ante la más grave ofensa, el perdón, la reconciliación son
fundamento de la unidad familiar porque se da con los más próximos, con los que
más amas: tus hijos, tu pareja, tus padres, tus hermanos... el perdón es una
gran manifestación del amor. Jutta Burgraff dice: Perdonar es amar intensamente.
No se trata de buscar un culpable sino de
encontrar una solución. San Juan Crisóstomo llega a decir que “nada nos asemeja
tanto a Dios como estar dispuestos al perdón” (In Mat homiliae 19,7). En
efecto, el perdón es la obra de caridad más sublime. No se vence el mal con la
venganza, sino con el ejercicio de la caridad.
La solución
comienza cuando reconocemos nuestra frustración, y empezamos a planearnos la
posibilidad de perdonar. Mientras
vivamos ligados al supuesto agresor, viviremos atrapados por el pasado.
Perdonar es la manifestación más alta del amor y, en consecuencia, es lo que
más transforma el corazón humano.
Perdonar es un don
divino.
El
perdón es una declaración que se puede renovar a diario para alcanzar la
liberación. Todos tenemos errores por eso necesitamos perdonar y pedir perdón.
Por algo Jesucristo le dio tanta importancia y nos pide que recemos: “Perdona
nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Recuerda
algo: Cuando perdonas no cambias el pasado, cambias el futuro… La vida es
breve.
Nos conviene ser
personas muy fáciles, muy inclinadas al perdón, perdón rápido, universal. Lo
que más nos asemeja a Dios es nuestra disposición a perdonar. En cambio, lo que
más nos aleja de Él es el espíritu de venganza, la dureza de corazón, la
inclemencia. San
Juan Crisóstomo llega a decir que “nada nos asemeja tanto a Dios como estar
dispuestos al perdón” (In Mat homiliae 19,7).
El perdón tiene cuatro características: Debe ser
pronto, de todo, siempre, a todos.
De algún modo Dios nos obliga a perdonar al
enseñarnos el Padrenuestro que dice: “Perdónanos como nosotros perdonamos”.
Familia, lugar de perdón. Copio la parte de una homilía que fue
leída en un retiro. El Papa Francisco
escribió sobre la familia: No hay familia
perfecta. No tenemos padres perfectos, no somos perfectos, no nos casamos con
una persona perfecta ni tenemos hijos perfectos. Tenemos quejas de los demás. Decepcionamos
unos a otros. Por eso, no hay matrimonio sano ni familia sana sin el ejercicio
del perdón. El perdón es vital para nuestra salud emocional y la supervivencia
espiritual. Sin perdón la familia se convierte en una arena de conflictos y un
reducto de penas.
Sin perdón la familia se enferma. El perdón es la asepsia del alma, la limpieza
de la mente y la alegría del corazón. Quien no perdona no tiene paz en el alma
ni comunión con Dios. La pena es un veneno que intoxica y mata. Guardar el
dolor en el corazón es un gesto autodestructivo. Es autofagia. El que no
perdona se enferma física, emocional y espiritualmente.
Y por eso la familia necesita ser lugar de vida y no de muerte; el territorio
de cura y no de enfermedad; El escenario de perdón y no la culpa. El perdón
trae alegría donde la pena produjo tristeza.
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