El celoso (a) provoca lo que quiere evitar
El
que tiene celos trata de poseer, no de amar. El celoso tiene una
relación destructiva. Se apega tanto al ser humano que cuando no logra lo que
quiere, ataca. Cuando la persona no ama, odia, y la persona celosa odia. Cuando
una pareja tiene celos uno del otro, tienen una relación destructiva, posesiva.
No se puede confiar en una persona celosa porque va a traicionar, porque es una
persona infiel; si no fuera infiel no sería celosa. Dice un dicho popular: “El
que se las imagina es porque las hace”.
¿De dónde vienen los celos? De la capacidad del mal que se
posee; de pensar que me están traicionando. Hay quien condena a las personas
sin conocerlas. Ese es el espíritu del odio. No hay mejor policía que el
policía que fue ladrón y se ha regenerado. Cuando una persona descubre que hay
odio en su corazón, ya hay posibilidades de que entre la luz. Si se tiene un
espíritu celoso se tiene odio, y no se descubre ni se supera sin la ayuda de
Dios.
El
espíritu del odio
El odio es un sentimiento de profunda antipatía, de
repulsión, aversión o disgusto. La palabra odio que encontramos en el
diccionario no es el odio que está en el corazón. Marino Retrepo explica que, el odio no se
describe con palabras, se tiene que encontrar con la gracia de Dios. Hay cosas
que no definiríamos como odio y lo son. El odio es un espíritu. ¿Cómo crece
en nuestra vida? Comienza con la desobediencia. Cuando al niño se le permite
hacer todo lo que quiere, se le deforma, se le hace caprichoso. La desobediencia hace al niño malcriado.
La malcriadez es odio. Como el ladrón busca al ladrón y el borracho a otro
borracho, el traicionero busca al traicionero y el espíritu de odio trae
compañía.
El odio comienza a crecer con la indisciplina. A veces las
personas les dan poco tiempo a los hijos. El hijo desobediente odia a todo el
que no le da lo que pide, y se vuelve violento, ataca. Hay quienes no saben
compartir, todo lo quieren para sí. El odio posee, cela y manipula.
No se puede confiar en una persona que habla mal de los
demás porque esa persona no tiene amor. El amor que hay en una persona no es de
ella, es de Dios. Para superar el odio hay que requisar el corazón. ¿Para qué
hago las cosas?, ¿para mi gloria o para la gloria de Dios? Si lo hago para mi
gloria, pierdo porque las obras del egoísmo son basura ante el Creador. Si lo
que quiero es complacerme, tengo un espíritu de odio. Ese espíritu habitará en
nosotros hasta el día de nuestra muerte. Hay que detectarlo para que no actúe,
para que yo lo domine. Examinar ¿qué hay en mí que odia? Quizás la envidia, los
celos o la malquerencia. Lo que encontremos, hay que desterrarlo, porque el
odio nos puede envenenar poco a poco. Hay que tener compasión, caridad,
benevolencia.
En
las palabras de una persona se conoce la salud del alma. Podemos reconocer a
una persona por lo que habla; si habla mal de los otros o habla vulgaridades,
está intoxicada. No se puede confiar en una persona vulgar. La
vulgaridad no es cultura, la vulgaridad es pecado, por eso hay que hacer
consciente a esa persona de su vulgaridad. No nos podemos engañar. Tenemos que
encontrar la paz y el amor en la verdad. El que lucha por vivir la humildad se
cuida a sí mismo.
Para conocernos, hay que escuchar lo que decimos con
espíritu crítico, para saber qué espíritu habita en nosotros. Si odiamos,
Satanás habla por nosotros. ¿Con quién andas? Escucha lo que hablas. Nunca
estamos vacíos; todo pecado es odio, toda virtud es amor. La actividad del odio
siempre estará viva en nosotros pero hay que dominarla. Si hay mal genio o
vanagloria, hay que dominarlos, pisarlos como se pisa una serpiente: en la
cabeza. Pero esa serpiente es lisa y fácilmente se puede zafar y llegar hasta
nuestra cabeza, por eso hay que estar vigilantes. El Señor conoce la lucha en
que estamos, por eso nos dio los sacramentos. La Eucaristía nos da la fuerza
para tener el odio a raya, para tener a la serpiente bajo los pies. La
serpiente actúa con el veneno de la furia de la carne y del orgullo; pero Dios
nos da la fuerza para poner al odio al margen, a través de la Eucaristía.
Cuando
una persona descubre que hay odio en su corazón, ya hay posibilidades de que
entre la luz.
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