Servir a la Iglesia con toda nuestra vida

 


Un matrimonio sueco, protestante, se interesó por la unidad de los cristianos y rezaba por esa intención. Para explicarles a los de su iglesia”, Palabra de Vida, la constitución de la Iglesia, dicen: “Hagamos un símil con un partido de futbol. Están los jugadores: los cristianos. Está el reglamento: la Revelación. Y están los árbitros: el Magisterio. El árbitro no está para impedir que juguemos, sino para ayudarnos a jugar según el reglamento. Si interpretamos todas las reglas a nuestra manera, existe el riesgo inevitable de que cambiemos lo que no nos conviene, y leamos las reglas selectivamente. Haremos caso de lo que nos gusta y omitiremos lo demás”. (Ulf y Birgitta Ekman, El gran descubrimiento. Nuestro viaje hacia la fe católica, Rialp 2015, p. 172).

Sobre el mundo que se avecina, el joven Joseph Ratzinger decía: Tenemos la promesa del Señor de que la Iglesia continuará a través del tiempo. El centro es la fe del Dios trinitario y la ayuda del Espíritu Santo. La iglesia reconocerá en la fe y en la oración su verdadero centro. Ahora está oscurecida la figura de Dios creador y de Dios Padre. El olvido de Dios Creador es el olvido de la causa de Dios y la causa del hombre. La fe pura descansará en Dios Creador y en Dios Padre. Dios Hijo, en su humanidad ha tocado este mundo, y toda la historia habla de Jesucristo. La manera de salir del presente que nos atrapa es traer lo eterno a lo temporal, a través de Jesucristo.

Caminamos con aquel que ha bendecido nuestra realidad temporal y nos ha hecho paladear el Cielo a través de los sacramentos. En el mundo que se avecina vislumbro una Iglesia pequeña, con menos relevancia, pero con más atracción. Siempre hay una minoría creativa que acaba por regenerar, como el grano de mostaza que parece irrelevante. No se trata de una Iglesia escondida. Siempre tendrá consigo una buena noticia pues la salvación es para todos. Ratzinger habla mucho de las minorías creativas. (Hasta aquí Ratzinger).

Somos un instrumento para servir a la Iglesia, a las almas, para contribuir a la paz y a la felicidad de todas las criaturas. Y esto nos lleva a no permanecer insensibles ante la irreligiosidad o la indiferencia de algunos. Esta época nuestra continúa siendo tiempo de rezar y tiempo de reparar. Y así, ante el sufrimiento, la incomprensión o la calumnia, llegamos a decir sinceramente con San Pablo: “completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo, por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col. 1,24).

Para un católico, las noticias sobre la Iglesia son informaciones sobre la propia familia sobrenatural. Muchas veces constituirán ocasión para dar gracias a Dios por los dones con que Él enriquece constantemente a su Iglesia; en otras ocasiones, serán llamadas a desagraviar por las heridas que las debilidades humanas infringen al Cuerpo Místico de Cristo.

Lo importante es que nuestra vida sea una con la de Cristo. Hemos de elevar nuestro nivel sobrenatural. Hemos de decir cada día: “Gracias Señor porque me amas tantísimo”. El punto de partida es este: Dios me ama.

Tengo la convicción de que este tiempo que vivimos, necesita a la Iglesia para salir purificada. Estamos germinando para poder dar frutos. Ahora estamos en un desierto, imagen del mundo, nuestra sociedad post cristiana es un desierto; hemos de aprender a caminar en el desierto. Vemos que aparecen oasis a base de formar comunidades cristianas.

La santidad es Dios, es un océano de Amor, pero para nosotros es una santidad por participación. Nuestra meta es la divinización. Cuando los acontecimientos los vivimos como una visita suya, hay una respuesta ante un don. Es respuesta al misterio de amor en nosotros. Cada persona es un abismo de Amor.


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