¡Anímate a hacer oración!
Cuando hay cierta confusión en nuestro espíritu, buscamos respuestas en
nuestros amigos o en internet, y resulta que Dios es el último ser al que
consultamos –si acaso se nos ocurre hacerlo-, y allí están muchas veces las
respuestas existenciales que buscamos. “Jesús, quiero tal cosa, ¿me conviene?,
Jesús, no sé lo que me pasa. Ilumíname, me siento vacío, triste…”. Y Jesús
responde, quizás no de inmediato, pero responde.
El hombre está
hecho para hacer oración. Dios espera esa confidencia nuestra. Si no vamos al paso
de Dios es por falta de oración. La realidad es como la vemos en la oración. Vamos a
apostarle a ser “expertos” en oración, y para ello hay que pedir ayuda al Señor
y poner esfuerzo de nuestra parte. La dignidad de nuestra llamada al amor se
nos descubre en la oración.
La oración es un sí a Dios. Es lo más grato que le podemos dar: orar.
San Juan de la Cruz decía que es más precioso delante de Dios un poco de amor
puro que todas las obras juntas.
Juan
Arintero llegó a decir que el mejor método para hacer oración es no tener
ninguno. Señalaba que el guía por antonomasia era el Espíritu Santo cuyas
inspiraciones no pueden ser sometidas a la estructura de un método. A su
juicio, el peligro está en tener miedo al Espíritu que sopla donde quiere y, a
veces, en direcciones que pueden parecer humanamente desconcertantes. Arintero
repite a menudo que los miembros más activos de la Iglesia son los
contemplativos.
Si no rezo, no se disciernen los espíritus, no entiendo a las almas, ni
sé lo que quiere Dios de mí. Si rezo sé lo que es mejor para mí. Hemos de rezar
para que se nos ocurran cosas, para tener iniciativas en nuestra vida interior.
Dice Benedicto XVI, que el Espíritu Santo nos puede hacer ingeniosos en la
caridad (cfr. Mensaje XXII Jornada Mundial de la Juventud, 2007). Juan Pablo II
decía que si no hay ideas hay poca oración.
A continuación transcribimos una Carta fechada el 13 de abril de 1971,
dirigida por Sor Lucia de Fátima a su
sobrino sacerdote salesiano: Mi querido
Padre José Santos Valinho: Veo por tu carta que te encuentras turbado por el
desorden actual. Es triste en efecto que haya tantos que se dejen dominar por
la ola diabólica que envuelve al mundo; y están tan ciegos que no ven el error.
El principal error es que han abandonado la oración, y así se han alejado de
Dios, y, sin Dios, todo les falta. “Sin mí no podéis hacer nada” (Juan 15,5).
Lo que te
recomiendo por encima de todo, es acercarte al Tabernáculo y rezar. Allí
encontrarás la luz, la fuerza y la gracia de la que tienes necesidad para
sostenerte, y podrás comunicarlas a los demás. Guía a los demás con humildad,
con dulzura y al mismo tiempo con firmeza. Los superiores tienen ante todo el
deber de mantener la Verdad en el lugar que le corresponde, con serenidad,
justicia y caridad. Por esta razón necesitan rezar mucho siempre, acercarse
antes que nada a Dios, hablarle de todos sus asuntos antes de tratar de ellos
con las criaturas. Sigue este camino y verás que delante del Sagrario
encontrarás más ciencia, más luz, más fuerza, más gracias y más virtud que la
que podrías obtener leyendo muchos libros o mediante grandes estudios. ¡No
pienses nunca que el tiempo empleado en rezar es tiempo perdido! Verás que en
la oración Dios te comunica la luz, la fuerza y la gracia que te hace falta
para hacer todo lo que Dios te pide.
La
única cosa importante para nosotros es cumplir la voluntad de Dios, estar allí donde quiere que estemos, y hacer lo que
espera de nosotros, siempre con humildad, conscientes del hecho de que por
nosotros mismos somos nada y que es Dios quien trabaja por nosotros y se sirve
de nosotros para llevar a término su tarea. Todos tenemos necesidad de
intensificar nuestra vida de entrega a Dios, y esto no puede lograrse mas que
por la oración. Dejemos que el tiempo nos falte para todo lo demás pero nunca
para la oración, y experimentarás que después de la oración harás muchas cosas
en poco tiempo.
Estoy persuadida
de que la principal causa de mal en el mundo, el extravío de tantas almas
consagradas es la falta de unión con Dios en la oración... Procura tomar todas
estas cosas con serenidad y con gran confianza en Dios. El hará por nosotros lo
que no podemos hacer nosotros mismos. El suplirá nuestras deficiencias.
Siempre en unión
de oraciones y de sacrificios cerca de Nuestro Señor. (Le Soleil,
Québec, 29 I 1975).
La Biblia nos
enseña que cada hombre es imagen de Dios (Génesis 1,26). Esto significa que
la vida del hombre es capaz de reflejar la vida de Dios. En la medida en que el
ser humano se acerca a Dios y hace oración, se hace semejante a él, por eso es
tan importante poner empeño en la oración mental. ¿Y, qué tipo de empeño? El
mismo que pone hoy la gente por conseguir dinero, honor o placeres.
Escribió un santo de nuestro tiempo, San Josemaría Escrivá: ¿Qué no sabes orar? ¾Ponte en la presencia de Dios, y en cuanto comiences a
decir: “Señor: que no sé hacer oración...” está seguro de que has empezado a
hacerla (Camino, n. 90).
Hemos de rezar por los no creyentes. ¿Quiénes son los no creyentes? Aquellos que no sienten la Iglesia como
suya y no tienen a Dios como Padre.
Cuando le hicieron una entrevista
al Cardenal Ratzinger, en 1992, había una pregunta sobre la necesidad de
hacerse como niños delante de Dios, respondió: “La teología de lo pequeño es
fundamental en el cristianismo. Nuestra fe nos lleva a descubrir que la
extraordinaria grandeza de Dios se manifiesta en la debilidad, y nos lleva a
afirmar que la fuerza de la historia se encuentra siempre en el hombre que ama, es decir, en una fuerza que no
se puede medir como se miden las categorías del poder. Dios quiso darse así a
conocer, en la impotencia de Nazaret y del Gólgota. Por lo tanto, no es mayor el que posea mayor capacidad de destrucción,
sino por el contrario, una pequeña partícula de amor, pareciendo tan débil, es
muy superior a la máxima capacidad de destrucción” (La sal de la tierra).

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