Vida consumista
Una
mañana Alejandro Magno fue a ver a Diógenes, a quien encontró dormitando fuera
de su barril, y le dijo:
- ¿Qué
necesitas? Pídeme lo que quieras y te lo daré.
Diógenes
espetó:
-
Quítate, me tapas el sol.
El
siglo XX inauguró la era de la vastedad: todos podemos tenerlo todo. Poca gente
le pone tapas a sus zapatos viejos o n parche al pantalón. Hoy nadie optaría
por la petición de Diógenes. Hace falta promover una cultura en contra de los
excesos. El resto está en sobrevivir a la arrogancia mercadológica.
Un autor muy leído del siglo XIX decía que debemos de huir de dos cosas:
de “los demonios que no espantan y las cadenas que no suenan. Los demonios que
no espantan, son los malos amigos o compañeros: lo que el diablo no puede hacer
por si, lo hace por ellos. Las cadenas que no suenan son las ocasiones y
peligros: antes de caer en lo grave, sin sentirlo, suele caer y quedar preso de
ellas”.
El materialismo del siglo XXI, ha tomado la forma de consumo. Antes, el
deseo de poseer cosas materiales se llevaba a cabo mediante el acaparamiento y,
entonces, el materialismo tenía sobre todo el sentido de la avaricia del hombre
que quería contar con mucho dinero; pero en este momento el deseo respecto de las
cosas no es tanto poseerlas, sino consumirlas.
¿Dónde empieza el consumismo? A partir de 1950 surge una inédita
voracidad por consumir. El consumismo se considera liberalizante. Antes del
siglo XX, la vida buena era la vida tranquila. Después de 1960 la vida buena es
la que cuenta con crecimiento constante de bienes y servicios. Se empieza a
valorar mucho lo exterior: el folleto, la envoltura, la publicidad. La vida de
muchos se resume en: Trabaja, compra,
consume y muere.
Hay hábitos de consumo ilícitos y dañinos a la salud, como la droga, el
juego, el alcohol y la pornografía. Juan Pablo II compara el consumismo a una
nueva esclavitud en la que las personas viven atrapadas por las cosas. Observa
que es una “nueva idolatría” que cancela a Dios del horizonte de la vida. El
consumismo es un moderno paganismo, en el que el deseo de tener y gozar es la
razón de vivir.
La civilización consumista origina una
sociedad con formidables desigualdades entre los hombres y entre las naciones,
alejadas de las exigencias de la moral, la justicia y la solidaridad.
Hay dos sociedades:
a) la consumista,
individualista, egoísta, donde unos pocos acumulan en exceso;
b) Y la sociedad
subdesarrollada, más numerosa que la anterior, llena de miseria y de carencias,
donde una mayoría no posee casi nada y sufren de indigencia.
Se ofende y se humilla a los pobres y oprimidos. Muchos problemas de
violencia se dan porque la gente busca vivir así como ve que viven los tienen
más medios y los que salen en la televisión.
Se da también una búsqueda continua de nuevas sensaciones. Se olvida la
ética, la gente no habla del deber ser, sólo del tener.
Raíces
internas: avaricia. La persona avara
ama y goza los bienes inmoderadamente; el corazón se le desordena y se le llena
de vanagloria. El vano quiere tener
más y mejores bienes para presumir y causar admiración.
Raíces
externas: publicidad, secularismo y
hedonismo. La publicidad muchas veces privilegia la persuasión sobre la
verdad. Lo importante, en la publicidad, es convencer al público de la bondad
de algo, aunque no sea verdad.
Consecuencias
en la persona: Se prepara el ambiente para la indiferencia en la
práctica religiosa, o incluso se fomenta la hostilidad frente a la religión. Esto
constituye un muro infranqueable que provoca angustia, inquietud profunda y
búsqueda de nuevas sensaciones.
El consumismo puede llegar a ocupar el espacio que antes ocupaba la
religión. Antes, los ataques contra la fe venían del exterior, la fe era parte
de la propia identidad. Ahora los ataques a la fe vienen desde dentro del
hombre, porque la posesión de bienes terrenos conduce al ser humano al descuido
de lo trascendente. Hay entonces una ruptura entre la fe y la vida cotidiana. Algunos
acaban manipulando la religión y viéndola como una especie de mercado donde escogen
lo que más les agrade. La inquietud que se vive se manifiesta en tristeza y
hastío, que hace perder toda esperanza.
Otra consecuencia del consumismo exagerado es buscar nuevas y extremas
sensaciones. El hombre consumista considera el sexo como objeto de consumo y
cae fácilmente en el alcoholismo y la
drogadicción, también suele actuar con violencia.
Ante la avalancha de medios audiovisuales, cine, televisión, Internet…,
la inteligencia permanece pasiva y el intelecto no busca la verdad. Con
frecuencia esos medios idiotizan,
narcotizan. El consumista es egoísta, inmaduro e inconstante, huye de la
disciplina, ve a las otras personas como medios, no como fines, y sólo se
esfuerza por interés propio. En suma, tiende a la decadencia. La conducta de
muchos, en la actualidad, es la de “comamos y bebamos que mañana moriremos”.
Remedios
personales y sociales al consumismo.
Formarse un criterio adecuado para consumir, tener una jerarquía de
valores que distinga lo necesario de lo superfluo. Los verdaderos bienes son lo
que abren horizontes y favorecen el crecimiento personal. Los valores y
virtudes son los que sostienen al hombre en momentos de dificultad, son los que
enriquecen la vida e impulsan a metas grandes.
¿Qué valores hay
contra el consumismo? Los valores éticos y morales que iluminan la
conciencia del hombre. Cuando hay momentos de dificultad te sostienes en la fe.
No debemos buscar atajos o rebajas a las exigencias morales.
Otro es el valor de la libertad entendida como actuar con conciencia
recta. Otro valor es la caridad que puede dar un giro a la sociedad.
Favorecer un estilo de vida sobrio. La sencillez supone desprendimiento
de lo que se posee, compartir lo que se tiene.
Remedios
sociales
Brindar una mejor educación; esa educación la da sobre todo la familia
(padre lector, hijo lector, padre consumista, hijo consumista), fomentar la
lectura, la cultura, la cultura de la vida, invertir bien el tiempo libre y vivir la solidaridad.
Luego, ejercitarse en el sacrificio y la renuncia, hasta alcanzar la fortaleza
interior. No se nace con los valores, hay que educarlos, colaboran en el
desarrollo auténtico del hombre. Para que un joven madure, requiere la
asimilación y profundización de valores absolutos. Los jóvenes esperan
respuesta al sentido de su vida.
Hay que tomar en cuenta que una
vida sin cultura es una vida superficial. La cultura pide también formar
la conciencia. La juventud necesita el contrapeso de la religión para poder
alejarse de los males. Los jóvenes necesitan saber refutar los falsos valores
de la sociedad.
Este fenómeno ha adoptado características especiales,
que Enrique Arce en su libro Vida
consumista, presenta desde una perspectiva amplia y minuciosa a partir de
la obra de Juan Pablo II.

Comentarios
Publicar un comentario