El progreso en la vida espiritual
El progreso en la vida espiritual
Juan Luis Lorda
enseña que, lo primero en cualquier progreso es saber adónde vamos, es decir,
lo primero para emprender el camino es tener claro el fin. El último fin de la
vida espiritual es amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu mente y con todas
tus fuerzas, y esto es, a su vez el Cielo. Avanzar en la inteligencia del
misterio de Cristo es lo primero, y luego, vivirlo en plenitud.
Y todo el crecimiento en la vida espiritual va a esto, ¿por
qué? Porque la vida espiritual consiste en un identificarse con los amores de
Cristo. Para Cristo lo primero es el amor al Padre, que le lleva a cumplir la
Voluntad del Padre. Dice: Mi alimento es cumplir la voluntad del que me ha
enviado, que lo lleva a la Cruz. De modo que amar a Dios no es llenarse de
sentimientos, lo que nos llega son los sentimientos. Cuando amamos a una
persona hacemos lo que haga falta por ella, y lo mismo sucede por Dios.
El amor de Dios se nota en una gran fidelidad a
la conciencia: vemos lo que tenemos que hacer y lo hacemos.
La voz de Dios la oigo por dentro y, otras veces, en la voz de mis superiores
inmediatos. Y si lo acepto, en eso se nota que yo quiero cumplir la Voluntad de
Dios. Y esto está unido al amor a los demás, como lo explica el apóstol San
Juan en su primera carta: Quien no ama al prójimo a quien ve, ¿cómo va a
amar a Dios a quien no ve?
Y, además, esos son los amores de Cristo: el amor al Padre
y el amor a los demás seres humanos. Es el otro gran horizonte de la moral
cristiana. El amor de Dios nos lleva a amar a los más simpáticos, a los más
alegres, pero también a las personas más necesitadas y a los más débiles. En
nuestro ambiente hay personas que son difíciles, que están más solas, que
apetecen menos naturalmente; pero a veces lo natural es pobre. Un corazón si ha
crecido, se tiene que notar.
Posibles Ilustraciones
Hay dos ilustraciones muy clásicas de la vida espiritual
que vienen desde Orígenes, dos metáforas. Una es la salida de Israel de Egipto,
que viene narrada en el libro del Éxodo. Sale de la esclavitud, pasa por
el Sinaí y entra a la tierra prometida. Esto lo ve Orígenes como una metáfora
de la vida cristiana: Se sale de la esclavitud del pecado, se atraviesa el Mar
Rojo, vive en esta tierra que es un desierto donde hay dificultades, carestía y
dolores. Recibían el maná para sustentarse. Padecen sed, piden agua a Moisés y
la saca de una peña. Esta agua, dice San Juan, es Cristo, y recuerda el agua
que brotó de su costado abierto. Además, San Juan sabe que el agua que sale del
costado de Cristo es el Espíritu Santo. Del Templo de Ezequiel sale un agua que
fecunda todo.
Vamos por el desierto, alimentados por la Eucaristía y
recibiendo el aliento, la vida, del Espíritu. En el Éxodo se llega al Monte
Sinaí donde Moisés sube y habla con Dios.
Una segunda metáfora esta en el Cantar de los
cantares, que habla del alma que busca a Dios, y también es el amor de
Jesucristo por su Iglesia. Este amor tiene un componente erótico, estamos
hechos para Dios y lo deseamos. La vida espiritual debe ser un creciente deseo
de Dios.
Dionisio el Areopagita (s.
V) habla de cómo la mente se eleva a Dios a través de purificaciones, y eso lo
recoge San Buenaventura en el Itinerario de la mente hacia Dios.
Evagrio Póntico, en
el desierto de Egipto, nota que el hombre está roto. Nota que, aunque está solo
hay soberbia en su interior, se indigna si alguien deja en desorden el pozo.
Los siete pecados capitales están dentro. Hay que resolver esto. San Juan
Clímaco dice en su libro Scala paradisi: subimos la escalera de
Jacob gracias a la ayuda de la gracia; esa escalera es Jesucristo, que une el
cielo y la tierra. Además, los ángeles suben y bajan, se ve la actividad de las
cosas de Dios y de los ángeles Estos autores ven que las virtudes rectifican
las malas tendencias del ser humano.
Luego, Santa Teresa habla de Las Moradas,
donde plantea los progresos en la vida espiritual. Hay diversas etapas en el
acercamiento a Dios. Toda la literatura espiritual habla de un proceso de
rectificación. Hay conocimiento y voluntad, si hay más conocimiento de Dios,
hay más voluntad de amarlo.
San Agustín dice: La voluntad se
rectifica porque se enamora. “Nadie viene a mí si el Padre no lo atrae”. Esta
violencia la hace el corazón, dice San Agustín, no la carne. Es una violencia
dulce, suave. La devoción es ese amor encendido que quiere entregarse a Dios.
Lo más propio del amor es el deseo de entrega. ¿Cómo nos encendemos? Con la
oración. Conocer mejor a Dios nos mueve. ¿Qué nos acerca a Dios? ¿Qué nos hace
daño?
Hay que mirar a Dios y no estar tristes de nosotros mismos,
porque eso es una deformación de la vida espiritual. El cristiano no está
alegre porque es perfecto, sino porque Dios es perfecto. La fe cristiana es
creer que Dios me ama, a pesar de todo, y eso me ayuda a estar continuamente
empezando. Aunque nos veamos pecadores, limitados, estamos seguros de Dios.
San Josemaría dice: “Enamórate y no le dejarás” (Camino, 999).

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