Postrimerías o novísimos
Escribe Maria Simma: El
Evangelio no promete una vida sin Cruz. “El
Evangelio sin la Cruz pertenece al Cielo, el sufrimiento sin el Evangelio
pertenece al Infierno, el Evangelio con la Cruz es propio de la tierra. Con la
Cruz del sufrimiento ayudamos a Nuestro Señor a salvar almas” (Ayúdenos a salir de aquí, p. 221s).
Los novísimos o postrimerías: son la muerte, el
juicio, el cielo, el infierno y el purgatorio. La falta de predica sobre los
novísimos nos está haciendo una religión plana, horizontal. Se olvida que hay también
una dimensión vertical y hay una dimensión hacia abajo. Hay quienes se
preguntan ¿cómo un Dios de amor ha podido conceder poder al demonio? Porque
Dios respeta nuestra libertad. Con la libertad con que pecamos otros son
santos. Si creemos en Dios creemos en todo lo que él ha revelado. No escogemos
qué creemos o qué no creemos. La economía de Dios es una economía de salvación.
En el gozo del banquete del cielo destacan dos realidades:
la primera es la feliz intimidad de cada uno con Dios; y la segunda,
la alegría de comunión fraterna propia de todo el banquete en el que se
reúnen los hermanos en la casa del Padre. Pero los hombres y mujeres de hoy parecemos andar por
esta vida sin rumbo y sin medida del tiempo, ya que no sabemos hacia dónde
vamos al final de esta vida en la tierra y, además, no sabemos medir el tiempo
de aquí con reloj de eternidad.
San Vicente Ferrer, a fines del siglo XIX tomó el tema del Juicio final
como centro de su predicación y con ello conmovió a Europa entera. Un
experto sacerdote, Carlos Cancelado, dice que en el juicio nos van a examinar
sobre cinco temas: el amor a Dios, la fidelidad al propio camino o vocación, el
amor a la familia, el amor al prójimo y el amor al mundo y a la naturaleza.
El Santo Cura de Ars le confiaba a un amigo: “Paso la noche rezando por las almas del Purgatorio, y el día por la
conversión de los pecadores. Las práctica de la oración por la liberación del
Purgatorio es, después de haber rezado por la conversión de los pecadores, la
más agradable a Dios”. Y es que las almas del Purgatorio sufren mucho al
verse olvidadas por las personas que viven en la tierra, porque ven en ello una
negligencia.
En la audiencia del 15 de noviembre de 1972 Paulo VI
concentró su catequesis en la actividad del demonio. Plantea que una de las
mayores necesidades de la Iglesia es defenderse del maligno. Una tentación que
existe respecto a las cosas demoníacas es la curiosidad, es decir, que allí esa
persona cree que se va a enterar de cosas futuras.
El libro que más habla del demonio es el Evangelio pero nunca
se le describe. En el apocalipsis se le describe como un dragón. El demonio es
pervertido y pervertidor. El exorcista Amorth afirma que las posesiones
diabólicas son pocas, hay más bien infestaciones, es decir, cuando el demonio
está activo en un lugar o en un espacio porque allí se ha jugado a la ouija o
han tenido actividades ocultistas.
El maligno tiende a ocultarse porque no le gusta ser
detectado. La Iglesia es muy cauta con los casos de posesión. Hay casos,
certificados por psiquiatras, que no responden a síntomas de enfermedades
mentales.
Benedicto XVI describe la
condenación, es “no poder hallar gusto en nada, no querer nada ni a nadie, ni
tampoco ser querido. Estar expulsado de la capacidad de amar, y por tanto del
ámbito de poder amar, es el vacío absoluto, en el que la persona vive en
contradicción consigo misma y cuya existencia constituye realmente un fracaso”
(Dios y el mundo, 176).
Escribe Benedicto XVI: En las visitas "ad limina" de los obispos de
los países ex-comunistas, veo siempre de nuevo como en esas tierras han quedado
destruidos no sólo el planeta y la ecología, sino sobre todo y más gravemente
las almas” (11-II-08).
Muchos percibimos que nos falta algo para ser felices. Alejandro Manzoni (1785-1873), uno
de los mejores poetas italianos, en su obra Los
Novios, describe gráficamente esta sensación: “El hombre, mientras permanece
en el mundo es un enfermo que, metido en la cama con más o menos incomodidad,
ve alrededor de sí otras camas, muy aseadas por fuera, muy lisas, y al parecer
muy bien mullidas, y se figura que ha de ser muy feliz quien las ocupe. Pero si
llega a cambiar, apenas echado en cualquiera de ellas, empieza a sentir de un
lado una paja que le punza, en otro una dureza que le mortifica, y pronto se
halla, poco más o menos, como en la cama primera. Y esta es la razón de por qué
debemos antes pensar en hacer bien,
que en estar bien, que es el modo de
llegar a estar mejor” (cap. XXXVIII).
Sin Dios nada se construye. Sin los novísimos
estamos formando personalidades planas, horizontales. Muchas
personas, incluso sacerdotes, no se atreven a hablar del demonio porque hay una
tremenda ignorancia y una tremenda cobardía. Se deja de hablar de una serie de
temas quizás por cobardía o por respetos humanos, porque el ambiente está lleno
de racionalismo. La raíz de todo está en el abandono del realismo de Santo
Tomás de Aquino.

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