"Vacuna" contra la soberbia
Hay estrategias para vencer los pecados capitales.
Escuchar a Dios cambia nuestra manera de pensar y de vivir. Dios está vivo en
las Sagradas Escrituras, nos habla y, si escuchamos, es mucho más difícil caer
en conductas destructivas.
Si tenemos un plan de acción para lucha contra la
soberbia, es más fácil vencer. Dios nos hizo perfectos, pero con la libertad
podemos hacer decisiones equivocadas o certeras, y con ellas hemos de pagar las
consecuencias, por eso hay que poner en acción ese plan.
Esther Bonnin expone la “vacuna” contra la soberbia y
sugiere unos pasos:
1. Escuchar a Dios de modo que él sea nuestro
guía, sabiendo que él solo quiere nuestra felicidad. “Felices los que escuchan lo
que Dios dice y le obedecen” (Lucas 11, 28). La Palabra de Dios está en la
Biblia y allí Dios nos dice: “el que me oye y hace lo que digo es como un
hombre que construye su casa sobre roca” (Mateo 7, 24-25). Nos equivocamos cuando
ignoramos la Palabra de Dios. Dios ayuda a tener una autoestima sana,
eso nos lo irá revelando Dios si perseveramos en la oración mental.
2. Dejarme guiar por personas competentes,
honestas y disponibles. A los amigos hay que “herirles” con la verdad para no
destruirlos con la mentira. Acercarnos a las personas que nos traen a la
realidad y nos ayudan a mejorar la espiritualidad. Detrás de la soberbia hay
una herida, Dios la puede sanar si lo pedimos, y esto es un proceso que
requiere paciencia. A veces no podemos ver más allá de nosotros mismos, pero
con la humildad y la ayuda externa podemos abrir un horizonte nuevo, animante.
3. Hacer un plan de acción, para ello hay que
basarnos en nuestro propio conocimiento y el conocimiento de la Palabra y
decidirnos a seguir sus enseñanzas. Necesitamos la sabiduría de Dios por eso
hay que pedirla. ¿Y porque leer la Biblia? porque es el “instructivo” del
hombre. La enseñanza del Señor es perfecta porque da nueva vida, hace sabio al
hombre sencillo. El salmista rezaba: “Señor, quítale el orgullo a tu siervo”
(Salmo 19). No es fácil obedecer, hacer caso a Dios. Hay que callar el bien que
hacemos y reconocer el daño que hicimos. Hay que admitir que no lo sabemos
todo, y esto supone un gran paso. Podemos evitar las justificaciones: “Me
equivoqué, pero es que…”. Si llevamos muchos años “sin rienda”, nos puede
costar mucho trabajo elaborar un plan de acción, pero ¡vale la pena!
4. Pedirle ayuda a Dios. La humildad es la
verdad, es aceptar nuestra propia realidad, y hacernos responsables de nuestra
vida. Dios ama al manso y al humilde. El Señor no pide perfección sino
capacidad de amar. Necesitamos ponernos en el lugar del otro para comprender su
situación para ser empáticos; esto ayuda a reducir el juicio y la arrogancia.
¿Qué sé yo que hay detrás de tal persona? Sé poco, y no me toca juzgar.
El problema está en que no le pedimos al Señor por nuestras debilidades. Jesús
dijo: “Pedid y se os dará” (Mateo 7,7).
5. Poner en práctica el plan. Podemos dejarlo
por pereza. Es esencial conocer nuestras fortalezas y debilidades. El
conocimiento propio es fuente de sabiduría. Los demás tienen una gran riqueza
por eso hay que escucharlos, su trato ayuda a ampliar la propia visión del mundo.
Agradecerle a Dios nuestros logros. Para fortalecernos tenemos el sacramento de
la reconciliación y de la eucaristía, así tendremos fuerza para servir. Servir
en lo que sea ayuda para hacer a un lado nuestras conductas de soberbia. Además,
está el buen humor que ayuda a no tomarnos tan en serio y reírnos de nosotros
mismos.

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